miércoles, 2 de octubre de 2013

SAN FRANCISCO DE ASÍS (4ª parte)

SAN FRANCISCO DE ASÍS (4ª parte)

Entramos en los tres últimos años de su vida.
            En el 1223 se ha pasado todo el invierno en una nueva redacción de la regla, pasando hambre, frío y penurias y a pesar de ello está todavía sin terminar. Se traslada de ermita en ermita para disponer de la necesaria tranquilidad que le permita meditar y también para evitar que vuelva a pasarle algo a la regla.
             De repente rompe su retiro voluntario. Quiere predicar en Bolonia, la ciudad universitaria más antigua de Europa. Pretende cantarle las cuarenta a todos los que creen que la ciencia y las teorías escolásticas están por encima del Evangelio. En el día de la Asunción ha elegido el tema: “Los ángeles, los hermanos, los demonios”. Habiendo conseguido llevar a los “sabios”a reconocerse en estos últimos. La multitud que llena la plaza de la Comuna, no se siente indignada, al contrario, los doctores antes escépticos, se muestran entusiasmados y también la población común le aclama hasta el punto de que al final casi consiguen sacarle el hábito a trozos para llevarse un recuerdo de él.

Antes del capítulo de Pentecostés de ese año, 1223, la regla es entregada al Papa en Roma. El no puede estar presente por su delicada salud.
            Después del capítulo, Francisco vuelve a su vida de ermitaño en el Poggio de Bustone en los Montes Reatinos, en el convento de Subiaco y asiste a la consagración de la capilla de San Gregorio.
Poggio Bustone

            El día de San Saturnino, el Papa Honorio proclama en la bula “Salet annuere”, la confirmación de la regla de Francisco. Este acude a Roma solo a recoger la regla aprobada. Ha sido redactada con un carácter más acomodaticio y que la idea de su “fraternitas” amplía y generosa ha quedad relegada.  

Greccio
   Francisco elige para celebrar la Navidad, un pequeño lugar, Greccio, cuyo propietario le ha regalado un trozo de bosque que tiene numerosas grutas hechas en rocas de toba. En ellas dispone de todo: aprovecha la mayor para colocar en ella un comedero lleno de paja, introduciendo algunos bueyes y asnos. A media noche la población se acerca portando antorchas. Francisco vestido con la dalmática de diácono, lee los Evangelios, cuenta la historia del nacimiento de
Cristo con tanta entrega que la gente cree ver de repente una criatura en el comedero  rodeada de una áurea gloriosa. Los campesinos se llevan a su casa la paja del comedero para que proteja a los animales en el establo y a las mujeres a la hora del parto.
Pesebre de Greccio
            El capítulo de Pentecostés del año 1224 ha sido muy pobre. Se ha instaurado la celebración de capítulos provinciales, de modo que muchos de los hermanos pueden ahorrarse un largo viaje. La hermandad se ha convertido en una poderosa orden representada en todo el mundo, atrayendo cada vez a más hermanos. Pero echan de menos la alegría, la esperanza, el entusiasmo y la tensión. Falta la despreocupación del pobre, el ánimo alegre con que era aceptada la penuria, la anarquía de un cristianismo original.
            Elia tiene un sueño horrible. Un sacerdote, vestido de blanco, le ordena que vaya a ver a Francisco y le anuncie su muerte, que se producirá dentro de dos años y que llevaría a este a la presencia de Dios. Cuando por fin se decide a contárselo, Francisco le dice:
- Puedes estar contento como lo estoy yo, pues al fin podré estar en presencia de Dios.¡Podré hablarle en tu favor!.- bromea Francisco, como si le hubiera dado una buena noticia.
            Francisco se toma muy en serio el anuncio de su próximo fin. Se refugia en una cueva del monte La Verna. Solo el hermano Leo tiene el privilegio de llevarle cada día un trozo de pan y una jarra de agua.
Santuario de La Verna
             El hermano Leo asegura que vio que en el día de la Elevación de la Santa Cruz el 14 de septiembre, se le apareció a Francisco un serafín con seis alas llenando la montaña con una luz. El ángel tenía el cuerpo como de un hombre clavado en la cruz por las manos y los pies. Se posó sobre Francisco  y cuando se volvió a elevar, como una bola luminosa, este vio en sus manos y pies las señales del martirio del Señor y también que de su costado manaba sangre de una herida abierta que empapaba el hábito y los calzoncillos. Francisco le impone silencio a su hermano ocultando sus heridas lo mejor que puede con vendajes.
            Después de San Miguel desciende del monte La Verna para ir despidiéndose de algunos hermanos. En noviembre regresa a Portiúncula.
            En el 1225, Francisco arrastra su cuerpo enfermo “como un asno le sacan a palos su últimas energías”: ya no ahorra sus fuerzas sino que las gasta.
            En marzo vuelve a Portiúncula completamente agotado. Pide como condición para que lo vea el médico árabe del Papa, que le dejen despedirse de la dama pobre Clara. Apenas llega a San Damiano para verla, su mal estado empeora y los ojos le arden como carbones encendidos. Pide una habitación del todo oscura, donde le asaltan los ratones y le roban las pobres migajas de pan tenía para comer. 

 
San Damiano de Asís

   Aquí escribe el “Cántico delle creature”, su “Canto al sol" un himno al Dios creador. Ha exigido que le acompañe el hermano Pacífico, no porque no pudiera crear el solo este grandioso poema, sino que su alma necesita disponer de un acompañamiento musical. 
    El Canto al sol está pensado en primer lugar como canción y a francisco le había gustado cantarlo con una guitarra. La música le alivia el dolor. Elia le reprocha de que nos se enfrenta con la necesaria seriedad a la muerte. Este se ríe de él y hace llamar a los hermanos para presentarle el cántico
            Se refugia en Fonte Colombo y allí se someterá en una habitación a la intervención del cirujano. Este se presenta con dos hierros que calienta en el fuego. Francisco reza en voz alta: “Hermano fuego, te ruego que seas bueno y amable conmigo, que moderes tu ardor,¡para que tenga el valor de soportar tu caricia ardiente!
            El médico le quema la piel en ambos lados, desde las orejas hasta las cejas. El hierro penetra en la carne reventada casi hasta el hueso. Una vez superado el horrible procedimiento, francisco bromea aún con su torturador, queriendo saber “si lo ha tostado lo suficiente”.
            En el 1226 llevan a Francisco de una operación a otra. Todo el mundo quiere ayudar a este pobre hombre, médicos, curanderos y sanadores, pero lo único que consiguen es empeorar sus dolencias. 
Rieti


De Fonte Colombo se traslada a San Fabiano, donde dos doctores para curarle los ojos le perforan los oídos. Todo inútil. Se lo llevan a Rieti. Cada vez vienen más médicos a verlo y cada vez se les ocurren nuevos métodos de tratamiento. Francisco acepta con alegría que ejerzan tanta manipulación inútil en su cuerpo. Siempre con buen humor, invita a comer a su torturador principal, el médico sarraceno del Papa, sin haber pensado de lo que le iba a ofrecer: ¿verdura hervida?¿pan seco?¿agua?
            La tuberculosis lo ataca, el hígado y el bazo están muy afectados. Francisco pasa la Navidad con sus más íntimos en Poggio Bustone. Cuando llega la primavera el cardenal Ugolino ordena trasladarlo a Siena, donde le esperan nuevos médicos famosos.
Siena
            Sus compañeros desoyéndolo, le cosen un nuevo hábito y otra muda de recambio, pues sus heridas siguen supurando. Ponen cuidado de no mostrarlas a todo el mundo. A la llegada a la Toscana sufre una fuerte hemorragia. Los hermanos y el mismo Francisco creen llegada su última hora, por lo que dicta un testamento a toda prisa, aunque breve.
            Al recuperarse se lo llevan a Cortona. Allí la hidropesía le ataca, se le hinchan los pies y el vientre, a la vez que su rostro se consume y la vista le empieza a fallar.
            A mediados de junio pide su traslado a Portiúncula. Atraviesa Asís en procesión triunfal, los mojes forman un pasillo de honor y aplauden a “su” Francisco, al que llevan medio inconsciente por la calles.
            Llegado el 3 de octubre les dice lo que tienen que hacer con él en sus últimos instantes:
- Cuando veáis que expulso el último aliento, debéis acostarme desnudo en el suelo y dejarme allí hasta que exhale mi último suspiro.
            Al atardecer se oye en el aire por encima de la choza de Portiúncula, el trino de las golondrinas o de alondras. Cuando las sombras de los árboles empiezan a fundirse con la oscuridad de la noche. Los hermanos inician el canto del salmo “voce mea…ad dominum clamavi”. Sus amigos lo depositan desnudo sobre el suelo y la muerte acaba apoderándose de él. Cantan para recorrer con él la “última milla”. Lo  visten con la mortaja de lino y lo velan hasta que sale el sol.
             En la mañana del 4 de octubre, un domingo dedicado a la Virgen, Francisco inicia su último viaje.
            En todos los caminos se agolpa la gente. Nadie ha dormido esa noche. La comitiva se detiene ante San Damiano y los hermanos elevan el ataúd por encima de sus cabezas, para que Clara y las hermanas puedan verlo.
            Una vez en Asís, lo llevan a San Giorgio, la iglesia de su infancia, donde será enterrado.
Basílica de San Francisco de Asís
En 1228, el 16 de junio, Gregorio IX lo canonizó antes de los dos años de su muerte.
            En mayo de 1230, el Papa Gregorio IX, Ugolino de Segni, acude al traslado de los restos de Francisco a la nueva Basílica de Asís, construida por Elia de Cortona.
             


ANDRÉS MARÍN SÁNCHEZ.

viernes, 27 de septiembre de 2013

PROGRAMA DE SAN FRANCISCO 2013

SAN FRANCISCO DE ASÍS (3ª PARTE)

  

        Nos quedamos en las fiestas del año pasado por el año 1210, cuando Francisco predica en su ciudad, Asís, en la Iglesia de San Rufino. Acabábamos diciendo que ya era profeta en su tierra.

ASÍS
            A comienzos del 1210, visita Asís el emperador Otón IV. El  obispo de Asís le pregunta a Francisco si quiere o está interesado ser presentado al emperador. La repuesta fue que el boato terrenal no le interesa y que había olvidado los tiempos en que soñaba ser caballero.
            Francisco ya tiene un confesor y secretario propio, el hermano Leo, como le corresponde al fundador de una futura orden.
Cuando la gente hablaba de Asís, piensa ya en él. Francisco y los suyos comían de lo que conseguían mendigar ese mismo día. Ayunaban los miércoles y los viernes. Comían la carne que roían de los huesos. Los dulces, que le gustaba muchísimo a Francisco, les echaba agua a las sobras mendigadas o los aderezaba con cenizas. No dejaban de comer, excepto durante la Semana Santa, el día de la muerte del Señor.
Para luchar contra las tentaciones recomendaba siempre tres remedios: primero la oración, el segundo, la obediencia, con que uno se habitúa a cumplir la voluntad ajena, y tercero la alegría en el Señor que ahuyenta siempre todos los pensamientos sombríos y perversos.
Cuando los exhortaba a luchar contra las tentaciones, a las palabras añadía la obra, arrojándose en el agua helada de un torrente en lo más crudo del invierno, para aniquilar el deseo de bienestar.
Cierta noche, según se relata en el Espejo de la Perfección, uno de los hermanos despertó a los compañeros diciendo: “Me muero, me muero”. Una vez todos despiertos, les dijo Francisco: “Levantémonos y encendamos la lámpara”. Hecho esto, pregunto quien había gritado que se moría. Uno de ellos respondió: “Soy yo”. Francisco le preguntó:”¿Pero que te pasa querido hermano, que hablabas de morir?”. “Me muero de hambre”, contestó el aludido. Francisco hizo que se preparase la mesa y ordenó al hermano que se sentase a comer, dándole el mismo ejemplo y ordenando a los demás hermanos que hicieran otro tanto para evitar al pobre la vergüenza de tener que comer solo.
Un día, Pedro de Catania propone que los nuevos novicios no dieran todos sus bienes a los pobres, sino que reservasen parte de ellos para las necesidades de la Orden, que se hacía cada día más numerosa, se le opuso tenazmente Francisco “por ser tal medida contraria a la Regla”.
Consultado por el vicario sobre  como alimentaría a tantos  hermanos que ingresaban en la orden, le contestó: “Si no puedes atender de otro modo a los que vienen, quita los atavíos y las variadas galas de la Virgen y véndelos. Créeme: la Virgen verá más a gusto observando el Evangelio de su Hijo y despojado el altar, que adornado su altar y despreciado su Hijo. El señor enviará quien restituya a la Madre lo que ella nos ha prestado”.
Francisco no solo predicaba el amor: todo su ser estaba poseído por ese aliento. ¡Francisco vivía de amor!
Por aquellos años se forma la cruzada contra los cátaros, al mando de Simón de Monfort junto al archiabad Arnaldo de Citeaux, legado papal, arrasando el condado de Tolosa. Tras la masacre de la ciudad de Berzier, Pedro II de Aragón cruza los Pirineos para defender a sus súbditos contra los cruzados, donde encontrará la muerte en la batalla de Muret en el 1213. Su cuñado Ramón-Roger II, el famoso Parsifal o Perceval del mito del Santo Grial, murió envenenado en la cárcel (1209).
Año 1212, se forma la cruzada infantil. Fue un movimiento incontrolado de peregrinos jóvenes que fracasó estrepitosamente no consiguiendo sus objetivos de llegar a Tierra Santa.
En este año Clara de Ofreduccio o de Scifi, Santa Clara, se encuentra con Francisco para unirse a su orden. Esta y su prima Pacífica, abandona su palacio y se presenta en Portiúncula. Allí le espera Francisco y sus hermanos. Estas se quitan sus joyas, despojándose de sus adornos para siempre. Todos los hermanos, menos Francisco, le cortan el cabello. Clara se retira y aparece vestida con un hábito que sujeta con una cuerda. Todo el grupo se encamina rezando al convento de mujeres de San Paolo de Bastia, donde las dos muchachas se refugian de momento. Poco tiempo después se acogen la prima Pacífica y la hermana menor de Clara, Catalina o Inés según otros, como hermanas menores de la futura orden. Poco después se trasladan a San Damiano donde Clara será nombrada abadesa, titulo que no aceptará hasta el 1215 por orden expresa de Francisco. Mas tarde se une otra hermana, Beatriz y su madre Ortolana cuando muere su marido
En otoño, Francisco parte para Tierra Santa acompañado de unos pocos seguidores. Una tormenta arrastró a la pequeña nave contra las costas de Dalmacia, cerca de la ciudad de Zara. De aquí regresan como polizones, no le permitían llevar dinero, al punto de partida, la ciudad de Azcona. Avergonzado del fracaso, se dedica a deambular por la región, siempre predicando.
En la primavera del 1213, Francisco convoca por primera vez una asamblea de todos los hermanos para Pentecostés en Portiúncula. Vivían repartidos por Umbría, Toscana, el Lacio y en las Marcas. Quiere este encuentro para tener una visión general del movimiento que él había puesto en marcha y que desde algún tiempo se le estaba escapando de las manos.
Mientras tanto seguía renovando más iglesias como la de San Gemini, dedicada a la Virgen.
En el 1214, en la reunión de Pentecostés, Francisco anuncia que partirá a Marruecos con Bernardo de Quintavalle. Otros hermanos lo harán a Túnez. El viaje de Francisco no pasa de Santiago de Compostela, pues cae enfermo y no puede seguir su viaje volviendo a Portiúncula cuando logró recuperarse algo.
En el 1215 viaja a Roma acompañado de  Pedro de Catania, Bernardo de Quintavalle, su secretario y confesor Leo y Elia de Cortona, para presentar su “regla”, que él la considera una simple orientación para llevar una “vita fraternitatis”. El cardenal Ugolino de Segni, futuro Papa, propone a Francisco que fusione su “fraternitatis” con la orden de los dominicos. Este rechaza la propuesta. Cabreado  sale de Roma y empieza a predicar por los alrededores.
La “ fraternitas fatum minorum”, de Francisco, es la última asociación de frailes mendicantes que se legaliza. Le pusieron como condición para ello, que celebrara un capítulo como mínimo cada tres años. Francisco bromea y les dice:
- Solemos reunirnos de todos modos, todos los años para Pentecostés. Por mi, ¡podemos hacerlo también el día de San Miguel y en Navidad!
            Sin embargo, el Papa, no puede decidirse aún a publicar la bula al respecto, pues la regla que ha aportado Francisco, le parece difusa y la imagen con que se presentan los franciscanos se le asemeja borrosa.
            En el capitulo de Pentecostés del 1216, acude Santo Domingo de Guzmán. Francisco predica a unos 3000 hermanos que se sientan sobre la hierba entorno suyo. Como una especie de milagro, se presentan unos campesinos con mulos cargados ánforas de vino dulce y otros con carros llenos de pan, judías cocidas y queso fresco envuelto en paños. Aparecen ciudadanos ricos y caballeros, que arrastran cargas enteras de jamones ahumados, ristras de salchichas y cestos de pastas y dulces. Estas gentes no son solo de Asís, sino de todas partes, de Perugia, Foligno y Spoleto.
Santa María de los Ángeles de Asís 


             Francisco se presenta ante el nuevo Papa Honorio para pedirle el poder de conceder la absolución a cada uno de los que visiten el día de la consagración de la iglesia de Santa María degli Angeli, de quedar absueltos de todos sus pecados.
            El Papa le pregunta:
- ¿Por cuánto años?
Y Francisco le responde:
- “No quiero años, ¡quiero almas, Santo Padre!
Y el Papa proclama: “Plenam forum pecaminum venuam indulgensis”. Francisco da un salto, le besa los pies al Santo padre y sale corriendo.
- Pájaro raro, ¡espera!¿No quieres esperar al menos que te demos vuestra bula por escrito?-.dice el Papa.
- ¡Mi documento es la Santísima Virgen y Cristo mi secretario! .- le contesta Francisco.
       De prisa los secretarios redactan el documento, limitando la absolución concedida en el sentido de que solo tenga vigencia desde el rezo de víspera hasta el rezo vespertino del día siguiente a la consagración. 
       Satisfecho, regresan Asís y el día 2 de agosto se celebra la nueva consagración de Portiúncula.
            En el capítulo de Pentecostés del 1217, acude el cardenal Ugolino de Segni, el “protector” de Francisco. El ambiente entre los hermanos estabas muy lejos de ser pacífico y unánime. Flotaban ciertas tensiones que amenazaban con estallar. Se enfrenta con Elia de Cortona y nombra vicario suyo a Pedro de Catania, mientras él esté predicando en Francia.
            En el capítulo de Pentecostés de 1219, acudieron unos 5000 hermanos. Es el considerado el “capítulo de las esteras”. Francisco al terminar su predicación proclama que viajará a Tierra Santa, pero no como peregrino, sino como misionero.
Mapa de Azcona

        El día de San Juan, Francisco embarca en Azcona. Una vez en Tierra Santa se dirige al encuentro del sultán egipcio El-Kamil. Una vez delante de él, entabla conversación e intenta “salvar” al sultán, convirtiéndolo. Este le tiene compasión y le da hospitalidad y pone a su servicio  sus médicos árabes para que le curen de una crisis febril.
        Al despedirse rechaza los regalos que le ofrecen, pero acepta un salvoconducto para visitar los Santo Lugares. Francisco y el hermano que le acompaña, Iluminado, son conducidos con todos los honores hasta las cercanías  del campamento de los cruzados. Y el sultán suspira:
-“Ciertamente debe de ser un hombre santo, pero ¿por qué ha de oler tan mal?
En el 1220, al llegar malas noticias sobre la orden, vuelve Italia junto con Elia de Cortona, Cesar de Spira y Pedro de Catania, entre otros. Francisco llega muy desmejorado de Palestina. Tiene afectado el hígado, el estómago y los intestinos, causado por  los viajes por mar, el clima y los alimentos de oriente. La luz deslumbrante y el agua salada le han provocado una grave enfermedad ocular. Una vez en Portiúncula despide a los médicos y se dedica a preparar un capítulo extraordinario para San Miguel, trabajando sin cesar día y noches sin prestar atención a la inflamación de sus ojos.
También le llega la noticia de la muerte de los cinco primeros mártires de la orden en Marruecos. Esta noticia también afectó a Santa Clara, quedando tan impresionada que resolvió ir ella también entre los infieles y recibir la palma del martirio junto a sus hermanas. Fue necesario la prohibición expresa de Francisco para impedir que llevara a cabo este proyecto.
Durante el invierno de 1220-21, obligado por una de sus frecuentes enfermedades, se había permitido comer carne cocida. Cuando se sintió algo aliviado, ordenó a su vicario Pedro  de Catania que lo arrastrase medio desnudo, tirándole del cuello con una cuerda, por las calles de Asís, al terminar su predicación en la catedral. Llegando a la plaza principal y al sitio donde ajusticiaban a los criminales, confesó en voz alta y delante de una gran muchedumbre, el pecado de gula que había cometido.
            En el capítulo de Pentecostés del 1221, acuden dos cardelanes Ugolino de Segni y Rainiero de Capoccio, cardenal de los cistercienses. Es nombrado por aclamación ministro general Elia de Cortona. Hace aquí su aparición un joven portugués, Antonio (de Padua), predica sobre la muerte, el fuego eterno y la Apocalipsis. Francisco pide permiso para hablar y lee un manojo de folios, son los primeros esbozos para una regla. La lectura se prolonga durante horas. A continuación ruega a Antonio que se incorpore a la universidad de Bolonia, cuando en años anteriores había procedido contra los hermanos que deseaban estudiar.
En agosto muere Santo Domingo de Guzmán.
Fonte Colombo
En 1222, Francisco se retira a la ermita de Fonte Colombo, más allá de Rieti. Le acompaña el hermano Leo, su fiel escribano, y Bonicio que estudió jurisprudencia en Bolonia. El objetivo de este retiro es escribir por fin la famosa regla sin ser molestados.
La regla debe incluir la obligación de luchar contra otras enseñanzas, como por ejemplos, las teorías de los escolásticos que se estaban extendiendo en demasía.
No quieren que los hermanos posean nada, ni siquiera un derecho. Rechaza Francisco de que algunos minoristas puedan ocupar importantes puestos como subalternos en la jerarquía de la Iglesia:”Nosotros los pobres, solo podemos servir a la Iglesia siendo pobres, menores y humildes, ¡y si seguimos considerando que este es nuestro único privilegio!”. 



Andrés Marín Sánchez, septiembre del 2013



            

miércoles, 10 de abril de 2013

LOS SONES DEL CAMPO EN NAVIDAD





Es Navidad cuando más actividad hay en nuestros campos. Es la época de recolección.

Las calles en esta época están llenas de aceituneros a la hora de dar de mano. El ajetreo de gentes acudiendo a las tiendas para comprar las provisiones para el día siguiente, no para.

Colas en la entrada del estanco para hacer acopio del tabaco que le sirva para afrentar un duro día de trabajo, o para meter dinero a la tarjeta del móvil.

En las puertas de las librerías en busca de que la fortuna le sea propicia y les ayude a llevar una vida más placentera.

Corrillos, en fin, de gente delante de los establecimientos comentando las incidencias que ha dado el día en el campo, nuestro campo.

Colas inmensas para llevar la aceituna recogida a la cooperativa. Muchos tardan más horas en la espera de su turno para pesar, que las horas echadas de jornal.

Pero este año las cosas no son así. Cualquiera que pasee por el campo no oye los sones típicos de esta época. Aunque sea el molesto y monótono sonido zumbón de las máquinas recogedoras de aceitunas: vareadoras y la ruidosa sopladora. Y menos los alegres sones de años atrás. Ni los cánticos de los pájaros, en los días casi primaverales que nos acompañan desde que empezó la recolección de esta campaña aceitunera, se oyen resonar entre los olivares.

Andando por los caminos de nuestro pueblo te invade la melancolía. Nuestra alma se contagia con la tristeza que emana del campo, de nuestro campo estéril. Estéril de fruto que hace que las personas que viven de él, aunque acostumbrados a sus vaivenes, vean un panorama desilusionado para un futuro muy próximo e incierto.

Como iba diciendo en mi andar por esos caminos me hace pensar en los sones que otrora surgieran de los ingentes olivares que nos rodean.

Aquellos sones, relativamente muy cercanos en el tiempo, se oían y se oyeron en centurias y milenios en estas tierras engendradoras de aceite.

Me vienen a la cabeza los cánticos que le decían a las cuadrillas de aceituneros cuando volvían de los tajos de regreso a sus casas, los chiquillos, los más pequeños porque los más espigados eran miembros integrantes de esas cuadrillas: “Aceituneros del pío, pío, cuanta aceituna habéis recogido; fanega y media y el culo frío”.

Cuadrillas de aceituneros que con las primeras luces de la mañana se iban formando, mientras caminaban hacía su tajo, por las distintas calles de nuestro pueblo. Y a la vez que se formaban y se agrupaban en grupos más heterogéneos, se deshacían para quedarse, al final, aquellos del mismo tajo.

En ese devenir mañanero por los caminos que salían de los cuatro puntos cardinales, unos hacía los Álamos, el Acemilero, el Lorente etc., otros en dirección contraria: Las Ventillas y el inmenso cerro olivarero del Portazgo con sus infinitas veredas que iban surgiendo de la orilla derecha de la carretera: Malancao, Don Tristan, Los Chatos, Los Arreciantes, el cortijo de Ojeda, el de la Tía Clara o de mi abuelo, los Pateras, el de Molina y en el confín del termino, Los Manolones. El tercero por la carretera de Fuentebuena, abriéndose en dos uno hacia Cañarada y otro hacia las Arroturas atravesando o saliendo ramales que como una tela de araña unía las aldeas cercanas a estas grandes vías locales con los pequeños cortijos dispersos entre ellas: desde los Galindillos por un lado y la Zarza por el otro.

Todo era a pie. Los caminos embarrados que por la mañana estaban duros por el hielo de la noche, a veces hacían perder a más de un aceitunero el ligero zapato, alpargata encintada, al meter el pie en la huella de las bestias de carga. Por la tarde, a la vuelta, estas huellas estaban llenas de agua por el deshielo y hacían resbalar a algún descuidado que metiera el pie en ellas.

Los sonidos del campo era el bullicio de contarse las experiencias vividas, y como no hablar del tiempo de unos tajos a otros en el trayecto de camino compartido, hasta que alrededor de una lumbre se arremolinaban los trabajadores esperando la voz que dijese al tajo o a engancharse.
Preparándose para empezar la jornada


La conversación entre los compañeros de trabajo no cesaba mientras las mujeres se apañaban los refajos, se calentaban los pies y se ponían la protección de sus dedos, los cascabitos, sentadas sobre sus espuertas, que era como aislante del suelo.

Y los hombres calentaban sus varas después de haber colgado las meriendas que en sus varjas transportaban enganchadas en ellas desde su casa por caminos y veredas. Se aligeraban de ropa colocando cerca de la pila de la aceituna su pesadas pellizas con sus petacas de tabaco verde o de cardo gallina colocadas en ellas, se volvían liando el último cigarro antes de empezar el trabajo. Y los niños se quitaban las chaquetas de sus padres, cuyas mangas arrastraban por el suelo y que le servían de chaquetones para dejarlas en el mismo sitio que ellos.

Algunos aprovechaban este rato para desayunar con una torta de manteca o algún bollo de aceite y no faltando casi ningún día hacerse un bocadillo rudimentario con un chorizo o un trozo de tocino asado en esa lumbre.

Entonces, todavía bien abrigados, esto de bien abrigados habría que verlo comparado con hoy día. Entonces como decía abrigados o más bien forrados con mucha ropa, que no es lo mismo, se empezaba el trabajo.

Las mujeres cogían su espuerta y sin protección en las manos ni rodilleras en las rodillas se iban derechas a las olivas formando grupos de cuatro o cinco, si el tajo era lo suficientemente grande, con aquellas que le eran más propicias o se llevaban mejor que con otras. Algunas llevaban la picardía de ponerse en el sitio donde hubiese más aceitunas amontonadas y dejando los salteos para las más jóvenes o las últimas que llegaban a las oliva o buscar la parte más soleada para pasar menos frío por la mañana y por la tarde la más sombreada para evitar la modorra del sol después de comer.

Ahí empezaba otro sonido en el campo el cuchicheo entre las mujeres del mismo grupo, normalmente bajo, y a voces más altas dependiendo la comunicación con los grupos cercanos o más alejados del tajo. Así como metiéndose o provocando bromas, a los caminantes que pasaban cercanos o cuando se acercaban a tajos colindantes.

Los hombres tendían los minúsculos mantones de lona, hoy se les llamaría bufandas que se usan para tapar entre los troncos en las olivas de varios pies. En estos mantones había que tener cuidado al pisarlos de que no hubiesen aceitunas donde poníamos los pies para no mancharlos, no se arrastraban nunca, se llevaban en vilo.

Y entonces empezaba ese sonido que cada vez se oye menos en nuestro campo, y este año menos. La vara chocando contra las ramas o las hojas del árbol: el tac-tac o zas- zas y silbido de la vara con las hojas de las faldas o el entre chocar de esta entre las ramajes de los senos de la oliva.

Cuando el frío hacía mella, estos días eran los más fríos casi siempre, las mujeres acudían por lo general a calentarse las manos a la lumbre del tajo. Dependiendo de la voluntad del manijero o del encargado estaban más o menos tiempo calentándose. Había algunos de estos personajes que no les gustaban encender lumbres para que las mujeres no perdieran tiempo. Pero para coger las aceitunas una a una las manos no podían estar heladas, con ellas así si cogías una y se te caían dos.

El cuchicheo de los chismes era un sonido peculiar en los tajos grandes. Algunos hombres rompían la monótona sinfonía de la vara arrancándose con algún cante típico de la tierra. Mas tarde se llenaría el aíre con el sonido del algún transistor o de algún tocadiscos portátil

La paz y la armonía dentro del tajo se rompía, a veces, cuando alguien que tenía mucha picardía y pocas ganas de trabajar, aceleraba o hacía a los compañero de grupo hacerlo, para llegar los primeros para coger el hilo nuevo que al parecer era mas fácil. O retenerse para que otros cogieran primero el hilo, que por supuesto era el de olivas con más briega. Esto de la picardía lo hacían la mayoría de las veces las personas mayores, haciendo que los más jóvenes hiciesen ese trabajo extra para terminar el primero el hilo animándoles y jaleándoles el esfuerzo o echándoles el freno de mano para ralentizar.

Si las mujeres, en su recogida, se acercaban mucho a los hombres, estos al limpiar los mantones, en las pavas dejaban más aceitunas de la cuenta para que se entretuvieran más al espulgarlas. Por el contrario, cuando las distancias eran más largas entre ellos, los hombres se entretenían mas en la limpia de los mantones y en las pavas apenas había menos aceitunas. Y así ante el manijero o el encargado se hacía notar menos los rendimientos de unos y otros.

Los más jóvenes, a veces los niños, eran los encargados de trabajar al lado de la criba, quitando las hojas o pequeños tallos que se colaban en el esportón de la aceituna limpia. Un hombre mayor era el encargado de cribar o echar la aceituna por el harnero y de llenar los sacos con la limpia mientras que el joven o la joven lo abrían.

Los aguadores o encargados de traer y suministrar el agua eran también los más jóvenes. En los tiempos que apenas se usaban el plástico, el agua se traía en cántaros de las fuentes o pozos cercanos al lugar de trabajo. La picaresca de algunos de ellos hacían coincidir este aprovisionamiento con la hora del recreo de la escuela para jugar un rato con sus compañeros que estaban en ella. Esto no lo podían hacer todo el mundo, los que más eran lo de la finca de la Donosa.

Llegada la hora de comer, muchos días se pactaba según el tiempo que hacía la duración de la comida, casi siempre 45 minutos. Por parentesco y o amistad se aproximaban cerca de la lumbre para compartir merienda, que calentaban o asaban en ella.
Almuerzo en el tajo

Al la voz de “aire de levante”, empezaba otra vez el trabajo, si hacía un buen día de sol con alguna modorra y sobre todo aquellos que abusaban del néctar de los dioses durante la comida.

Los jóvenes de apariencia más fuerte ayudaban a cargar los sacos limpios de aceituna para llevarlos con bestias al lugar donde pudiese entrar algún medio de transporte y cuando estuviese lista toda la carga que pudiese ser llevada acudían dos o tres de estos jóvenes a cargarla en el camión o tractor.

Y donde no tuviesen estos medios de transporte, la aceituna era acarreada por reatas de burros de arrieros profesionales o de mulos acompañados de sus respectivos muleros. Los caminos tenían una animación, que hoy en día sería inimaginable: el canto de los arrieros y las voces para espolear a las bestias

Las bromas y los chascarrillos alegraban el duro trabajo, que algunas tardes se hacían interminables a la espera que te dijesen: a doblar los mantones. Las mujeres estaban atentas a esta maniobra para vaciar sus espuertas llevándolas a la criba e ir quitándose sus protectores de los dedos, los cascabitos, dediles hechos con bellotas las y sayas para meterlas en ellas y traerlas de regreso a su casa.

El manijero o el encargado se llevaba o escondía la criba y entonces quemaba los tallos y hojas de la limpia de la aceituna, así como de las pavas resultantes de la limpia de los mantones. Columnas de humo se aterraban, las mayoría de los días, camino o en busca del río al encuentro del agua. El olor a humo y grasa del aceite inundaba el ambiente.

Entonces empezaba el camino de vuelta desandando lo de la mañana y volviéndose a agrupar los diferentes tajos o cuadrillas dispersas a las entradas del pueblo. Entrada algunas veces con aire triunfal con las varas al hombro como alabarderos después de una batalla ganada otros rendidos por el duro esfuerzo del día como derrotados en el combate. Y el canto de los más pequeños los recibían al entrar en contacto con nuestro pueblo: “aceituneros del pío pío cuanta aceituna…..”

Bullicio y algarabía en los campos y caminos nuestros.

Había entonces entre los jóvenes y las jóvenes de cada casa una carrera para ver quién antes se podía lavar y arreglar, si era día de fiesta, para salir. Había bailes en todas partes, con músicos ambulantes, una guitarra o un acordeón.

Los hombres se arreglaban, o no, para comprar tabaco e ir al bar. Las madres, que parecían no cansarse, seguían trabajando en la casa para tenerlo todo limpio, lavar la ropa y limpiar la casa y dispuesto, la comida de la cena y la merienda para otro día de trabajo.

El bullicio iba del campo a las calles de nuestro tiempo, y el olor de la molienda del aceite inundaba todo el pueblo.

Todos estos sones fueron cambiando poco a poco en los años 70, lo mismo que la transición política. Primero cambiaron ir al trabajo andando y después hasta los 90, el uso cada vez más ruidoso de las máquinas actuales: vibradoras y sopladoras pasando por los silenciosos rodillos recogedores y cepillos para barrer. Así se fue apagando la voz y el murmullo humano y se apoderó el zumbido ruidoso de las máquinas.

Pero este año ni esto último ni la olor de la molienda se nota en el ambiente de nuestro pueblo.





NOTA: PUBLICADO EN LA RADIO MUNICIPAL ESTAS NAVIDADES EL 2-1-2012







martes, 2 de abril de 2013

CRONICAS SANMARQUERAS: : UN CIGARRO, UN HOMBRE, UN SOGUERO….

Antonio Serrano

En estos últimos años, cada vez que  estaba viendo el concurso de novilladas de promoción del Canal Sur, me venía a la cabeza y sobre todo cuando nombraban a la ganadería de Apolinar Soriano, que tenía que hablar o escribir para San Marcos de Antonio Serrano. Mejor dicho de Antonio de la Elisa, el tío Antonio Serrano, papa Ñoño como le decían sus hijos, nietos y también los bisnietos.

Este gran sanmarquero que nació el 16 de enero, víspera de San Antón, de 1903 y murió el 13 de agosto de 1988, fue la referencia para muchos organizadores de San Marcos para buscar y elegir toros cuando no existía la Hermandad. Era el atador o maestro de sogueros con más prestigio de su tiempo. Era el Paco Piña de los años 40, 50, 60 y hasta finales de los 70. Paco se considera como su más digno sucesor en las tareas de la briega de conocedor de toros y de sogueros.

El tío Antonio era un hombre, bajo, menudo, fuerte y robusto. Con su gorra de visera y a veces sombrero. Con su cigarro siempre en los labios. Cigarro liado, a veces verde, a veces de cuarterones y de caldo gallina. En los últimos años de su vida de finos cigarros puros. Esos cigarros que nunca se tragaba el humo como me decía cuando le recriminaba porque fumaba tanto. Y me decía: “Si soplo para afuera y no me trago el humo”

Aquel hombre, que no se si sería furtivo o no, pero muchos días, nos decía a los chiquillos que nos asomáramos a la carretera a ver si se veía a la Guardia Civil, mientras él espera frente a mi casa en la calle San Lorenzo. Decía esto porque a la hora de recogerse a dar de mano, venía con su escopeta de caza a cuestas, pero con el cañón para abajo, y con alguna libre o perdiz enganchada a su par de mulos. Si les dábamos novedades positivas, desmontaba la escopeta y la guardaba entre la carga que traía o la metía debajo de la albarda de los mulos.

Aquel hombre gran aficionado a los toros, no solo a los de San Marcos. Nos contaban cuando iba a las corridas de las grandes ferias de la provincia como las de Linares. Y sobretodo, en los años 60 y 70, la época de su torero predilecto, el Cordobés. Seguro que fue seguidor de muchos toreros como Manolete, pero en aquellos años su favorito era El Cordobés. Para cabrearlo le decía que su torero no valía un pimiento, que el mejor era Paco Camino y que toreros como José Luis Parada que una tarde televisada toreaba con el Cordobés le ganaban la partida.

Muchas tardes de esos años finales de los 60 y principios de los 70, cuando nos veía a los jóvenes sentados en los tubos del médico, hoy el Ayuntamiento, cruzaba la carretera, su casa esta enfrente, y nos contaba historias suyas. Historias de arreglos de carreteras, de acarreos de piedras y de aconsejar hasta ingenieros en los trazados de ellas. Pero lo que más le poníamos atención era cuando los hablaba de toros y sobre todo de San Marcos. Nos quedábamos sorprendidos cuando nos decía que se metía para elegir los toros en medios de la manada. Y es aquí cuando de una de las veces nos hablaba de la ganadería de Aponilar Soriano de La Carolina y de cómo había estando eligiendo unas vacas para San Marcos de esa manera. Tanto me impresionaron estas historietas, que cada vez que oigo hablar de esta ganadería, me acuerdo del tío Antonio.

Me acuerdo del San Marcos de 1960. Era el día 24 y aquel año no estaba en uno de los balcones de su casa, como era casi siempre. Me acuerdo muy bien del hombre que llevaba el soguero del aquel novillo- toro. Era el tío Antonio y lo llevaba el solo. No se me olvida aquel lance porque iba a su lado mi abuelo en lo que sería su último San Marcos. De la tarde de llorar que me di cuando vi pasar a mi abuelo por delante de su casa, en la que estaba yo en uno de sus balcones, tan cerca del toro. Y del toro que iba por medio de la carretera y enfrente del Ayuntamiento le dio un estirón del soguero y este fue resbalándose sobre sus cuartos traseros y con la cabeza levantada unos cuantos metros.

Otros de aquellos años 60, lo veía con alguna vaca aproximarse a su casa e intentar asustar a los que allí se refugiaban haciendo intentos de meter la vaca en el portal, con el consiguiente enfado de su mujer Luisa. Esta casa siempre estaba llena de gente y los balcones sobre todo llenos de chiquillos que acampaban a sus anchas por los dos pisos superiores. Algunos de los cortijos no salían de allí en todo el día comiéndose su merienda o los típicos hornazos en ella.

Otros años más tarde, sobre el 67 o 68, me vienen a la memoria. No sé cual de los dos anteriores, las vacas las trajeron el día 24 por la mañana. La mayoría de los hombres del pueblo estaban trabajando en el Pantano, como era habitual entonces, y hasta que no dieran de mano por la tarde no se sacarían. Pero aquella mañana ocurrió que el tío Antonio y algunos estudiantes y algún que otro joven parado ese día, sacaron las vacas del camión. Por supuesto iban atadas por el tío Antonio, y se quedaron sueltas en el patio de la cooperativa. Cuando por la tarde llegaron los hombres del Pantano se encontraron un enredo descomunal de cuerdas. Se les fue la mayor parte de la tarde en desliar el enredo para poder llevarse las vacas a otra parte del pueblo para encerrarlas como era costumbre en aquellas fechas.

Una de las últimas veces que lo vi agarrado a un soguero fue el año 70 ó 71, el desencajonamiento era ya el Campo de Fútbol, Plaza de San Marcos. Era el día 25 por la mañana y la vaca que llevaba él salió detrás de un joven que trabaja en el pantano, este era de Jódar. La vaca lo cogió en la cuestecilla de la plaza que va hacia la calle de los Mártires y a la de Pío XII, pero al caer casi en cámara lenta al suelo, la vaca no lo remató, pues quedó a unos centímetros del joven sujeta por las manos firmes y expertas del tío Antonio. Por cierto el torerillo se meó en los pantalones y el cabreo por esto fue mayor que el hecho de la cogida de la vaca.

Aquí cumplió su norma “que para llevar bien a un toro, debía dejarlo llegar lo más posible al torero hasta derribarlo, pero no dejar que rematase la res”

Cuando ya había cumplido los 80 años, un día hablando de San Marcos, le pregunté desde cuando se hacía San Marcos aquí en el Arroyo. Me contestó: “desde siempre pues cuando nací ya había San Marcos”. Esto me sirvió para algún escrito sobre la antigüedad de la fiesta decir que a finales del siglo XIX, ya se hacía San Marcos en Arroyo.

Este gran sanmarquero y aficionado a la fiesta, de los cinco hijos que tuvo, dos de los tres varones salieron muy toreros. De menor, Emiliano, me acuerdo de un San Marcos de finales de los 50. Estaban con una vaca en la calle de la Iglesia, PíoXII, en lo que hoy es el salón parroquial y la casa del cura que entonces no existían. Desde la casa de mi abuelos oía los olés, que le daban a Emiliano que estaba toreando con una manta y luego lo sacaron a hombros hasta la carretera. Y al otro el mayor, Tomás, de sus faenas en las fiestas del Pantano en las improvisadas plazas que hacían todos los primeros de Mayo, sobre todo en el año que la hicieron en los cimientos del muro de la presa.

Pero ninguno fue tan gran sanmarquero como su padre a pesar de la gran afición que este le inculcó.

Muchas personas podrían contar más historias y anécdotas de este personaje. Pero con este breve recordatorio quiero que sirva de homenaje a aquellos que como el tío Antonio Serrano, papa Ñoño, hicieron posible hacer San Marcos con pocos medios económicos en esos años tan difíciles en todos los sentidos que les tocó vivir.





ANDRÉS MARÍN SÁNCHEZ. 2013