viernes, 5 de octubre de 2012

PROGRAMA SAN FRANCISCO 2012




SAN FRANCISCO Y SU TIEMPO 2ª PARTE (1206-1209)

Siguiendo la narración sobre la vida de San Francisco de Asís, comenzada en el programa de fiestas del año pasado, intentaré dar esa visión poco conocida y también, como no, la conocida sobre su vida y obra.
            El año pasado nos quedamos con el futuro Santo a punto de cumplir los 25 años. Es el año del Señor del 1206. Francesco se dedica a recorrer las pequeñas iglesias y capillas de los alrededores de Asís, en especial la del San Damiano. Allí vive un aciano sacerdote que está a su cuidado.

          Un día Francesco carga varias balas de preciosos y caros tejidos  de su casa, pues como ya sabemos era hijo de un rico comerciante de tejidos de nombre Bernadone, en un caballo y va a venderlo al mercado de Foligno. Allí vende tanto la carga como la montura y con  el dinero que obtiene se dirige  a San Damiano. El viejo sacerdote rechaza el dinero de la venta y Francisco deja la bolsa con el dinero guardada en un nicho. Se instala en San Damiano, duerme en una cueva cercana y de día trabaja en la reparación de la iglesia
                  Su padre pretende de que vuelva a su casa. Francisco siente vergüenza de su cobardía y vuelve a  Asís a presentarse a su padre. En la cuidad no se habla de otra cosa  que del extraño comportamiento del joven Bernardone. Francisco tiene ahora 25 años.
            El padre le llena de reproches y él guarda silencio. Lo encierra en un cobertizo detrás del almacén de su comercio. Cuando el padre se va a un largo viaje de negocios, donna Pica, su madre, no puede soportar de ver sufrir a su hijo y lo libera de su  encierro. Francisco vuelve a San Damiano.
            Las mismas escenas se repiten, Francisco sigue sacando dinero de la caja de la tienda paterna y lo reparte entre los pobres. Estos lo esperan en la puerta de su casa para seguirlo a todas partes.
            Mientras tanto el padre pierde la paciencia y acude a las autoridades municipales para que expulsen a su hijo de la cuidad de Asís y lo deshereda al mismo tiempo. Francisco se sustrae a esta jurisdicción diciendo que es parte del clero. Los cónsules de la ciudad aceptan de buen grado quitarse el mochuelo de encima y se lo pasan al tribunal episcopal.
            El 10 de abril de 1207 se inicia el juicio del padre contra el hijo, bajo la presidencia del obispo de Asís, Guido II. Francisco acude vestido de harapos. Ni el padre ni el hijo están dispuestos a reconciliarse a pesar del intento del obispo de arreglar el contencioso.
            Francisco, por boca de su abogado Pedro de Catania, declara su firme intención de tener una nueva forma de vida: ¡El palacio de su padre, ya no podrá ser nunca su hogar!
            De pronto, entre la multitud que acude al acto, se va abriendo un pasillo por donde avanza Francisco desnudo en dirección al obispo. Lleva la bolsa de monedas, que guardaba en San Damiano, en un hatillo encima de un cojín. Cuando pasa al lado del obispo, este lo cubre con su estola blanca. Se arrodilla ante su padre y deposita  a sus pies el hatillo con la bolsa. Al levantarse se tapa sus desnudeces con la estola del obispo diciendo:
“Ya no poseo nada que me hayas dado tú, pues he encontrado otro padre”.

Renuncia de San Francisco
              Al acontecimiento acude entre la multitud una niña de unos doce o trece años, Clara D’Offeduccio, cogida de la mano de su primo Rufino, monaguillo del obispo. Más adelante como veremos, esta niña se convertirá en un personaje, Santa Clara, importantísimo en la obra de Francisco.
            Para recuperar la estola del obispo, lo visten los criados de él con unas ropas viejas de unos de ellos: una camisa gastada y una capa agujereada. Emprende así vestido una caminata para refugiarse en Gubbio. Va a la casa de un amigo que conoció en la cárcel de Perugia. Se tropieza con unos bandidos que al ver que no tenía dinero le arrancan la camisa y la capa de los hombros y como no encontraban nada le dieron una paliza y lo tiraron a una zanja. Unos campesinos que iban al mercado de Foligno lo sacaron de la zanja y lo ayudaron.
            Una vez en Gubbio su compañero de celda, el conde de Spadalunga, lo acogió con mucha amabilidad y lo vistió con ropas decentes. A continuación se dirigió al hospital de leprosos más cercano y cortando la capa, que la había regalado su amigo, la dedicó para hacer vendajes.
Regresa de nuevo Asís, vuelve a residir en San Damiano. Va mendigando por la ciudad aceite para la lamparilla de la iglesia y restos de comida para él. No quiere que el viejo sacerdote le mantenga

Interior de la Iglesia de San Damiano
            En estos días se ha convertido en el hazmerreír de la ciudad y en una vergüenza para su padre. La madre, donna Pica, no para de llorar y solamente su hermano Ángelo debe pensar que la situación le conviene, pues de seguir las cosas así, todo el negocio de sus padres sería para él
            Francisco se hace albañil, cantero y carpintero. Una vez acabados los trabajos de San Damiano se dedica a la restauración de la iglesia de San Pedro Della Spina. Francisco mendiga hasta las piedras. al principio la gente se reía de él, pero cuando lo ve arrastrando pesadas piedras colgadas sobre su débil cuerpo, empiezan a reflexionar y más de uno se acerca para descargar carretas enteras de piedra.
            En este tiempo Francisco va siempre acompañado de un mendigo llamado Alberto y cuando se encuentra con su padre, el viejo Bernardone, Francisco se arrodilla delante de su amigo y le dice :” Bendíceme padre mío” y luego vuelto hacia su padre: “Ya ves como Dios me ha dado un padre que me bendiga cuando tú me maldices”.
            Llegamos al 1208, Francisco redescubre Portiúncula, Santa María degli Angelis. Esta iglesia será el buque insignia de su obra. Encuentra también su primer compañero Bernardo de Quintavalle, el abogado de su padre en el litigio entre ambos. Este era doctor  in utroque (doctor en derecho civil y canónico)  de la Universidad de Bolonia. Francisco le dijo que se deshiciera de sus bienes. Después de venderlos lo repartieron a los pobres

          Portiúncula
            Pedro de Catania, su abogado, también le sigue renunciando a sus bienes. Cada vez más ciudadanos, ricos y pobres,  acuden a Francisco. Abandonan sus familias y sus casas, regalan sus bienes y acuden a Portiúncula.
            Mientras tanto en el sur de Francia, el legado papal Pedro de Castelnau es asesinado al parecer por un criado del conde de Tolosa. Con este  acto se empieza  oficialmente la cruzada albigense, la cruel guerra contra los cátaros. Por un lado el rey de Francia y la Iglesia, Simón de Monfort al mando de sus tropas, por otro el reino de Aragón (Pedro II) como dueño feudal del condado de Tolosa.
            En el 1209 ya son 11 seguidores los que tiene. Francisco lo único que pretende es ser un hermano o como mucho un “primus inter pares” (primero entre iguales). Su objetivo principal es seguir las enseñanzas de Jesucristo. No quiere ninguna regla ni nada que recuerde a una orden religiosa. Sólo trata de redactar una especie de evangelio abreviado para sus hermanos o una sencilla “forma de vida” para su incipiente comunidad de hermanos pobres.
            Francisco quiere acudir al Papa para que le confirme por escrito lo que llama su “vita”. Se  encamina hacia Roma el grupo formado por los doce hermanos, al igual que los doce apóstoles, van todos a pie. Propone que se elija como jefe a Bernardo de Quintavalle, sometiéndose a su mandato él el primero. Nada más llegar a Roma se dirigen sin vacilar al palacio de Letrán (la residencia en aquella época de los Papas) sudorosos y sucios como han terminado de su caminata, a ver al Santo Padre.
            Los guardias del Vaticano quieren impedirle el paso al verlos de manera tan desastrosa. Un monje de la abadía de Saint Trinian, que está presente allí de casualidad , le consigue el permiso y los  acompaña a través de los salones y pasillos hasta la presencia del Papa Inocencio III, que los recibe de bastante mal talante y manda a los guardias que los alejen de allí.
            Por recomendación de su obispo, el cardenal Giovanni Colonna los invita a su palacio. En este encuentro se establecerá una relación como de padre e hijo entre el poderoso cardenal y pobrecillo de Asís.
            En sus conversaciones con el cardenal, Francisco se pone terco, no quiere someterse a ninguna regla de ninguna orden ni quiere fundar una. Quiere que el Papa reconozca las líneas que ha apuntado para sí y para sus hermanos. Sólo pide que les dejen predicar en ese sentido. El cardenal Giovanni Colonna no se opone.
            En aquella época lo que menos necesitaba la Iglesia eran agrupaciones de “nuevos pobres en Cristo” y de frailes mendicantes y ambulantes que pululaban por todas partes. Era demasiado fácil para los herejes ocultarse en ellas.

Palacio de Letrán, lugar de residencia de los Papa en tiempos de San Francisco
                   
            El Papa Inocencio III recibe de nuevo a Francisco. Esta vez se presentan todos aseados incluidos sus pobres hábitos. Francisco obtiene la benevolencia del Papa aunque no le da nada por escrito. Salen del palacio de Letrán rezando y cantando dispuestos a regresar a Asís.
            En aquellos momentos de alegría les llega una invitación del cardenal Ungolino de Segni, que junto con el cardenal Giovanni Colonna había estado presente en la audiencia con el Papa, para que fuesen a comer a su palacio.
 Francisco se permite hacerles una broma. Recomienda a sus hermanos que mendiguen unas pocas cortezas de pan, restos de verdura y huesos. Con ese botín acuden al palacio donde les esperan sentados en la mesa parte de los personajes más influyentes de Roma. Con una sonrisa los sueltan en un montón en medio de la mesa como su aportación al banquete. Acto seguido se sienta humildemente al lado del cardenal Ungolino, que observa avergonzado su procedimiento. Francisco no se inmuta, después de rechazar los suntuosos platos que le ofrecen, comienzan a repartir sus “manjares” que nadie por supuesto habían tocado. Hace entrega a cada uno de los asistentes de su parte. Algunos se lo tragan a duras penas y otros con disimulo lo dejan debajo de la mesa.
El cardenal intenta quitar hierro a la situación y quiere hacer un aparte con Francisco, pero este casi no lo deja hablar:
“A mi me consuela más verme juntos a mis hermanos delante de un  mendrugo de pan que he mendigado, que sentarme a la mesa rodeado de hombres importantes”
Con estas palabras hace una señal a sus hermanos y juntos abandonan con grandes risas ese lugar que les parece tan inhóspito.
Durante su regreso a Asís, la anécdota les sirve para más de una risa reconfortante.

    Al  llegar a Asís le pidió permiso a su obispo para que le deje predicar en la iglesia de San Rufino, la catedral de Asís. El lleno es impresionante de gente que acude para oírlo. En esta predicación se convierte al movimiento franciscano Clara de Offeducio (Santa Clara).
¡Francisco ya es profeta en su tierra!

ANDRÉS MARÍN SÁNCHEZ 2012