viernes, 9 de noviembre de 2018

LUGARES, ACTIVIDADES Y NEGOCIOS QUE HAN DESAPARECIDO EN NUESTRO PUEBLO 2º


LOS ADOBES



          Me viene también a la memoria de unos trabajos habituales en esta época de siega y trilla. Era de aquellas personas que se dedicaban a hacer un material de construcción muy típico de esta zona, los adobes. Había familias enteras de padres e hijos menores que se dedicaban con los pies a amasar el barro revuelto con los granzones sobrantes de las eras para formar el adobe. Una vez echa la mezcla de tierra, agua y granzones o paja, se echaba sobre un molde de madera con la medida exacta del adobe y se dejaba varios días a secar al sol al lado de la casa que se estaba construyendo. Muchas casas hechas antes de los años 60, tienen aún paredes interiores construidas con adobes.

LAS TEJERAS



          Y hablando de materiales de construcción, de barro y sacado nos iremos ahora a otros oficios que se hacían en el pueblo y hace bastantes años que han ido desapareciendo.

          En este pueblo he conocido dos tejeras. Una estaba entre el final de la calle del Río y el final de la de Sta. Catalina, era del tío Antonio Ortiz, padre de Tedilso. La otra todavía existe el lugar abandonado donde estuvo, al lado del arroyo, al pasar el puente debajo de la carretera, era del hermano del anterior el tío José Ortiz (mas conocido por el tío Melón).

         En ellas hacían tejas como era lógico y de aquí le viene el nombre de la industria. Estas las hacían poniendo una cantidad de barro (arcilla roja) amasado sobre un molde en forma de teja arábiga dejándose varios días secarse al sol y después se metía en un horno donde se cocía. Se hacían ladrillos con el mismo material de 6 agujeros y rasillas de 3 agujeros. Estos llevaban el mismo proceso que las tejas, se ponían al sol a secar y después se cocían en un horno. La operación de cocción, cuando llegaba el verano, normalmente era de noche cuando más fuego ponían en el horno. Echo algunas veces de menos aquel olor tan característico que había en el ambiente cuando estaba el horno encendido cociendo ladrillos o tejas. Lo tenía muy cerca de mi casa, nos separaba el arroyo y unos pocos metros hasta él.


          En estas tejeras trabajan además de los numerosos hijo/as que tenían los propietarios, los aprendices de trabajadores, muchos adolescentes de este pueblo de 13 o 14 años ó quizá menos. Todos los veranos había por lo menos un par de ellos trabajando, sobre todo en la del tío José. Estos adolescentes se sacaban alguna pesetilla vendiendo bolas que ellos en los ratos libres las hacían.

         Estas tejeras tenían sus propios pozos para suministrase del agua necesaria para amasar el barro que era su única materia prima además del combustible para cocerlo: ramas procedentes de la poda, jaras y en los últimos años con el orujo. Con estos ingredientes se hacían unos productos durísimos aunque algunos ladrillos saliesen un poco deformados por manejarlos muy poco secos. Eran muchos más duros que los que años después acabaron con ellos, los industriales que venían de Bailén.

         Me acuerdo de aquellos carrillos de manos con los que se transportaban los ladrillos y rasillas. Eran casi todo de madera menos la rueda que los más antiguos eran de hierro y después con su recamara y cubierta de goma. Lo más duro era llegar desde donde estaban los ladrillos, en la parte más baja de la tejera, hasta la carretera con los carrillos cargados. La mayoría de los conductores, en la época de esplendor de la tejera, eran gente muy joven, los aprendices de peones o de los hijos de donde se estaba construyendo algo. Había a veces picá para ver quien llevaba más ladrillos en el carro.

También se transportaban en burros y mulos con unos artilugios de madera que colgaban a los lados del lomo del animal. Aquí casi siempre intervenían los arrieros con sus reatas de burros que también fueron desapareciendo a la par: Higinio Blázquez llamado el Tonto, el Pollo, los Posaeros, etc. que eran los que yo mejor conocí.

   La arcilla para trabajar en las tejeras la traían en carros y burros de la orilla del río. En los últimos años, los 60, ya tenían camiones para traerla a la tejera desde el lugar donde se excavaba. Un lugar que me acuerdo que sacaban arcilla, era en el Cortijillo, al lado del carril que iba por el puente Tablas al otro lado del río a la gravera del Pantano. En él había una especie de charca que cuando íbamos de paseo, los jueves por la tarde, algunos chiquillos se entretenían cazando renacuajos. Esto desapareció con la gravera de los Chenchos, que echó un carril por encima de la charca que años antes sirvió para sacar arcilla.



FÁBRICAS DE VIGUETAS Y BLOQUES



            Al hilo de las actividades que hace varios años que no se dan en nuestro pueblo, como la elaboración de adobes, tejas y ladrillos, hablaremos de otras también relacionadas con materiales de construcción.

         A mediados de los años 50 comenzó una incipiente y prospera industria consistente en hacer vigas y petacas o bovedillas.

         Esto empieza con la llegada al pueblo de un valenciano que comenzó a fabricar bovedillas de yeso y vigas de cemento. Las vigas que se ponían entonces en este pueblo eran de madera y ya se empezaba a poner hechas con unos ladrillos especiales atravesados por sus agujeros por unas varetas de hierro y unidos por cemento.


         La casa de mis padres fue una de las primeras del pueblo que se pusieron bovedillas de yeso y vigas de cemento. Mi padre hacía truque con esta persona cambiando yeso que él producía por los elementos ya fabricados.

         Esta industria pasó después a manos de Andrés Gómez Martínez, en lo que hoy es la casa de su hija Fidela y la de su nieto Andrés, el panadero. En este lugar y con este propietario se fue modernizando y ampliando el negocio de las vigas.

         Poco tiempo después pasó a los hermanos Muñoz Sánchez a los que se les sigue llamando todavía los de las Vigas o de las viguetas. Estos cambiaron la ubicación unos metros más arriba, lindando con las del anterior propietario. Esta familia y la industria de las vigas tuvo años de prosperidad vendiendo sus productos no solo en el pueblo sino también en los de los alrededores. Hasta hace muy pocos años, todavía seguía funcionando como empresa.

         Otra que también funcionó de manera próspera algunos años fue la de Roque Gilabert. Estaba situada desde la calle del Mercado o del Día, la calle Villaluz y el arroyo. Todavía hoy están en pie las naves donde se fabricaban las vigas y los bloques. Y  han servido alguna de ellas después de acabar su actividad industrial, para hacer verbenas tanto de San Francisco como de San Marcos.
Entrada a la fábrica de Roque Gilabert
          En la calle de Fuentebuena, al final a la derecha, también hubo otra fábrica de hacer bloques. Se completaba con las de los hermanos Muñoz, unos hacían los bloques y otros las viguetas. Esta la fundó Basilio Gallego al que se le quedó el sobrenombre de el de los bloques. Esta actividad de dejó de seguir funcionando antes que las otras de las vigas.
Bloques Basilio. Lo que queda del solar 


         Otra fábrica de bloques las hubo al final de la calle del Río y la parte de atrás lindaba con el patio de las Escuelas. Era de los hermanos Sánchez Calderón, Lorenzo y Leandro. Los que hayan ido a la escuela en este colegio lo habrán visto funcionar. Hubo veces que el balón que se salía de patio, iba a aterrizar sobre los bloques o bovedillas que estaban recién hechas y entonces podrían hacer algún estropicio al romper alguno o alguna. Esta también desapareció a principio de los años 90. Todavía se puede apreciar algún trozo encementado  que apega con el patio del colegio debajo de los párvulos o de infantil como se dice ahora.
Bloques y bovedillas Calderón

         Todas estas industrias, que en su día fueron florecientes, fueron dejando de existir porque sus propietarios, cambiaron de actividad o se jubilaron y los hijos no quisieron seguir con el negocio viendo que cada vez se construían menos casas  y  la competencia con otras industrias que traían sus productos a los almacenes de construcción de pueblo era muy grande al no ser rentable la fabricación en pequeñas cantidades.  

         Los lugares que ocupaban se fueron haciendo solares aunque todavía se pueden apreciar explanadas sin construir o alguna nave. La de Roque está prácticamente igual, menos el lugar donde se ubicaban las oficinas y donde se descargaba y almacenaba la arena y el espacio donde se dejaban apilados y almacenados para su carga y distribución las vigas y los bloques, este el lugar que ocupa el supermercado Eko-Mas  o antiguo Día.









LOS YESARES



Otras industrias relacionadas con la construcción fueron los yesares. Todavía al paraje donde estuvieron ubicados se le sigue llamando de esa manera así como al carril del Portazgo, se le dice el de los yesares.

         Los que yo conocí, que fueron los más prósperos que coincidieron con la mayor actividad constructiva del pueblo, los años 60. Fueron el de mi familia, donde estuvo mi padre al frente de él hasta el año 60 ó 61 que lo heredaron sus hermanastros.

 El de los Camposantos que duró sus actividad algunos años más que el anterior y era uno de los más grandes.

El de mi tío Tomas que fue uno de los primeros en dejar de funcionar. Me acuerdo a uno de sus arrendatarios, Juan Manuel Cardosa y de ver trabajar a sus hermanos que creo que eran gemelos. Está situado al lado de arriba del carril del Portazgo, es el primero de todos los que nos encontramos, la cantera esta rellena y sembrada de olivas, apenas se da uno cuenta como en todos los demás.

El de Tauste le sigue a este en la misma latitud por encima del carril. Este duró algo más que el anterior hasta que los hijos de Tauste se fueron desperdigando por la geografía española buscando un trabajo menos penoso.

A continuación venía del Aviador, así se conocía a un cuñado de don Roque Frías. Este lo tuvo en arrendamiento mi padre unos pocos años.

También había restos de otros pequeños enfrente de estos último al lado de abajo del carril. Hoy al lado de uno de ellos se encuentran unas placas solares para sacar agua para el riego de las olivas.

Estos yesares, además de la cantera disponían de una caseta donde se ubicaban y guardaban las herramientas y el pequeño molino con su motor de gasoil para moler el yeso. Esta caseta disponía de dos alturas, una a ras del suelo y otra de semisótano por donde iba cayendo el yeso molido y hacía una especie de almacén provisional con el yeso recién hecho hasta que este era transportado a su almacenaje al pueblo o vendido directamente desde aquí.

También disponían de dos hornos hechos de piedra y yeso. Tendrían una altura algo menor de tres metros.
Horno parecido a este era donde se cocía el mineral de yeso


Las herramientas consistían en varios picos y unos especiales de una solo pico que le llamábamos pico de golondrina, palas, rastrillas, algún rastro, espuertas de esparto y de goma, barreras y cucharillas, y carrillos de mano para transportar el material de yeso desde la cantera hasta el horno donde iba a ser cocido. Y luego estaba el molino que machacaba las piedras de yeso ya cocido, tendría este una altura de 60 ó 70 cm. de alto y una boca por donde se le echaba el material de algo menos de 50 cm. Dentro de él había una serie de martillos (hierros enganchados por un extremo alrededor de un eje) y un harnero. El eje del molino se enganchaba, por una polea de unos 15 cm. de ancha, a un motor que funcionaba con gasoil. Esta era la única máquina a motor que se usaba en el yesar, todo lo demás eran herramientas usadas de forma manual. También había una báscula para pesar el yeso.

El yeso se extraía cavando en la cantera las piedras de este mineral. Había que ir apartando la tierra que no contenía el yeso, que se le llamaba greda y era muy parecida a la tierra blanca de la campiña. Cuando se encontraba una veta grande de yeso, se perforaba con unas barrenas y si no salían de primera las lascas de yeso, por los agujeros hechos con ellas se ponían barrenos. En esta operación, la más peligrosa de estos trabajos, intervenía como ya he dicho la barrena que se clavaba con el impulso de una almaina y la cucharilla que con ella se limpiaba de tierra los agujeros y servía también para tacar los cartuchos de dinamita del barreno. Se le ponían unas mechas al cartucho con longitud apropiada para dar tiempo a resguardecerse en la casilla. A la voz de aviso barreno, para avisar a los trabajadores sino también a alguien que pasase cerca de allí, se le pegaba fuego a la mecha.

Los trozos de roca eran transportados hasta los hornos por espuertas, carillos o en serones con un burro.

Luego se montaba el horno dejando un hueco en el fondo para meter las ramas y otras clases de combustibles como el orujo. Se empezaba haciendo una especie de bóveda con las piedras más grandes que hubiese salido y se acababa con la tierra de yeso y piedrecillas pequeñas. El cocido del yeso duraba casi un día y antes de terminar con el fuego se probaba a haber si el yeso estaba todavía crudo o no. Se machacaba algunas piedras de encima del horno y se amasaba echando la masa resultante en las paredes del horno.

A continuación se dejaba enfriar y se machacaba algo las piedras de yeso con la almaina para que pudieran entrar por la boca del molino. Una vez molido, ya estaba listo para su traslado a la obra directamente o transportado al pueblo donde cada yesero tenía en su casa un pequeño almacén.

Para guardar las ramas de olivo que se usaban en los hornos, había una especie de almacén, en un edificio anexo, que se le llamaba bardero por lo de la barda el otro nombre de las ramas. Las ramas eran cogidas y llevadas allí en la época de poda hasta que se fueran usándose con la llegada de la primavera y el verano que era la época que funcionaban los yesares. En el invierno se hacía un “parón” y se dedicaban a coger aceituna

El transporte se hacía la mayoría de las veces por arrieros o personas que teniendo animales de carga y no teniendo otros quehaceres en sus haciendas se ganaba algún dinero extra con estos acarreos. Después de hacer el carril que solo llegaba hasta los yesares empezaron a subir camiones para su transporte. El camión de los Camposantos, el de José Medina, el de José Melón, el de Cardosa o los que venían de Beas como el de los Rosales.   

Con la abertura de los almacenes de materiales de la construcción empezaron a llegar en yeso embasado en sacos y la competencia con el local fue cada vez más grande ganando el yeso forastero al nuestro. No era lo mismo trabajar en esta industria de forma manual y artesana que con la industria que emplea toda clase de maquinaria para la extracción del mineral.

La falta de grandes inversiones para poner de forma automática esta industria artesana y de estudios económicos y geológicos para ver si los filones del mineral de yeso eran abundantes para hacer posible su puesta en funcionamiento de manera industrial aunque fuese a pequeña escala. Cambiar los picos y la palas por máquinas excavadoras, cintas transportadoras para llevar el mineral desde la cantera a los hornos, molinos con más capacidad de molturación  y silos para almacenar y después empaquetar en sacos el yeso. Y el ser el terreno de donde se extraía el yeso de varios propietarios y de muy poca extensión, fue otro inconveniente para su modernización y no caer en la desidia y desaparición de esta actividad.  



LAS CALERAS



Hasta hace muy poco tiempo se usaban las caleras para hacer cal. Ella servía para hacer las construcciones de este pueblo como componente de la pasta, mezcla, como decíamos nosotros, o argamasa, junto a la arena, con la que se unía las piedras o ladrillos para las paredes o tabiques. También servía para revestir las fachadas o zonas exteriores de las casas. Además de en la construcción servía para blanquear o pintar las casas, tanto exteriormente como interiormente.

Los interiores de las casas antiguas, y sobre todo en los cortijos, se pintaban con cal y a veces mezclado con azulete. Todavía se  pueden ver esto en los restos de edificaciones en ruinas. Pero en lo que hasta hora se sigue utilizando, aunque cada vez menos, es en blanquear o encalar exteriores. A veces también se ha usado como desinfectante del agua de depósitos, aljibes o pozos.

Pero  a lo que vamos, las caleras que eran de donde se sacaba la cal. El  término de nuestro pueblo está constituido por una gran cantidad de rocas calizas, de donde se saca la cal. A la misma vez que estas rocas servían para la construcción, como argamasa o como simple material para hacer paredes exteriores, en las caleras estas piedras calizas servían a la vez para hacer desaparecer las piedras de las olivas que con la labranza parecía que se sembraban y nacían todos los años.
Lugar donde se encontraba la calera de los Camposantos cerca del depósito del agua


Por esas dos razones, en los alrededores del pueblo ha habido numerosas caleras que hasta hace poquísimos años han sido testigo de esta actividad. Raro era finca que no tuviese una calera, sobre todo en los cerros porque era más fácil hacerlas en las pendientes y por la mayor cantidad de piedras que en ellos había. En los llanos también había sitios donde había gran cantidad de piedras, de ahí vine el nombre de los calares que se dan tanto en los alrededores del pueblo.

Una de las caleras más cercanas al pueblo y de las últimas que más se han usado, fue la calera de los Camposantos. Esta estaba a la orilla de la carretera de Fuentebuena muy cerca del depósito del agua, a escaso un kilómetro del pueblo.

Estas caleras eran un pozo de algo más de tres metros de diámetro. Sus paredes estaban recubiertas de mampostería, piedras y cal. Por la parte más baja tenía una especie de puerta o abertura por donde se metía los que echaban la calera para formarla con las piedras más grandes haciendo una especie de cúpula. Una vez formada la calera y rellena hasta arriba de piedras, por esa abertura se metía el combustible con el que se cocían las piedras.

El combustible lo daba también el terreno, las ramas de la poda, la tan cacareada biomasa actual. Por lo tanto las caleras se echaban cuando se acababa la temporada de poda o corta de las olivas. Normalmente muchas veces se hacía al principio de verano, porque había que estar día y noche, por lo menos una persona, suministrando combustible para la cocción de las piedras. Una vez cocidas estas piedras, eran cal viva. Esta cuando se transformaba en cal apagaba, desprendía calor al echarle agua para tal efecto y poder usarla en las actividades ya dichas. En ese estado de ebullición se podía asar, y de hecho se hacía, patatas o quemarte la piel.

Nuestras madres y abuelas eran expertas en el uso y transformación de la cal y sus utilidades.