1661
CAPITULO DECIMOTERCIO
De la fiesta que se celebra en Alcántara cada año al glorioso Evangelista San Marcos en su día, en que se halla, y asiste muy manso un toro de los del Santo, que suelen ser muy bravos.
Infinitos han sido los autores, y mercedes que hace la Majestad Divina a la villa de Alcántara, de que sus moradores con humilde rendimiento de gracias se las deben continuamente estar dando en lo devoto de sus corazones, pues haciendo ostentación con liberal mano de sus maravillas, y beneficios, en todas ocasiones de guerra, y otras que se han ofrecido, la ha favorecido visiblemente, y lo que más es, que le ha dado en la cumbre celestial tantos Santos, hijos suyos, por interceptores para el remedio y socorro de sus necesidades.
El brotar aquí los manantiales de la divina misericordia, yo juzgo, que ha sido por el culto, y devoción grande, que ha mostrado siempre esta Villa con sus gloriosos Santos, que para que lo reconozca, se lo quiere descubrir con lo manifiesto de sus milagros.
Diré uno, que todos los años obra en ella en honra del glorioso evangelista San Marcos, en su día, de quien es muy devota, es, pues, el caso, que de tiempo inmemorial, cuando se llega el día de su fiesta, y víspera, los Mayordomos, y Cofrades de la cofradía, para solemnizarla más, van al monte, donde está un toro bravo de los del Santo, que suelen ser muy bravos, y en nombre de San Marcos, y con su estandarte, que llevan, le requieren, que se venga con ellos a su fiesta.
Hecho este requerimiento, el roro deja el monte, y caminando hacia la Villa en seguimiento del estandarte, y Cofrades, entra en la Iglesia, donde está la Imagen del Santo, y allí asiste a las vísperas que le cantan, y sube a las escaleras del Altar mayor, besa las gradas, y después le llevan por casi todas las casas de la Villa, donde entra, y sube por escaleras bien estrechas, y siendo aquel animal tan feroz, va más manso que una oveja, y de la misma manera el día siguiente de la fiesta está presente a ella junto al Altar mayor, mientras se celebra la Misa, y predica el sermón, y se hace la procesión, en la cual va con la misma sujeción, y mansedumbre, y se deja tocar los cuernos, y acabada la fiesta, se parte al monte, sin hacer mal, volviendo cuando en él está a su natural ferocidad.
No ignoro, que algunos escritores, o por mal informados, o por poco noticiosos de la materia, han hablado variamente de ella, y algunos sentido mal, lo cual, por tocar a mi patria, y tener esta acción tantos apoyos, y fundamentos, para que se tenga por milagroso este caso, me ha dado motivo a referirlos en esta mi historia, para que los que han concebido mal de él, si fuere posible, se quieten, y depongan el escrúpulo que hubieren tenido.
El padre Eusebio Nierembereg, tratando este caso, sin declarar su sentir, se contenta solo con decir que sobre ello hay diversos pareceres, unos que lo atribuyen a la magia, y otros a milagro.
El padre Maestro Fray Rafael de la torres, refiriendo esto, no se atreve a resolver que tenga superstición, o no.
Laguna, ad Dioscorides, refiere este suceso, a que embriagan al toro, opinión bien ridícula, y sin fundamento, y que ella misma por si esta convencida, sin necesidad de buscar razones para ello.
Valdemoura lo da por supersticioso, y como tal prohibido por Breve de Clemente VIII, expedido en 10 de mayo del año 1598, a instancia del Obispo de Ciudad Rodrigo, en lo que reprobó, y prohibió como tal, y que en ello se tentaba a Dios para que hiciese milagros, y como acto, en que se ponían en peligro de muerte los que asistían, en él.
La misma opinión siguieron Torreblanca, y el doctor don Juan de Quiñones. Yo sujetándome, como lo hago, en lo que escribiere, y dijere, a la censura, y corrección de la Santa Madre Iglesia Católica Romana, juzgo que este suceso se debe atribuir a milagro, y para entrar con mejor pies en esta cuestión, responderé en primer lugar al Breve del Papa Clemente, y de la repuesta misma me valdré para sacar de ella las razones, y argumentos, con lo que se puede calificar por milagro.
Si se mira con toda atención al Breve, se hallará en él, que el Sumo Pontífice se movió a despacharle a instancia del Obispo de Ciudad Rodrigo, por el informe, y suplica, que le hizo de las ceremonias, y demás circunstancias supersticiosas, que pasaban en aquel obispado, que no se saben cuales fuesen, y fundado en ellas, le dio como prohibición, para que no se hiciese; pero no ex sciencia, &motu proprio, respeto de lo cual solo obligará en aquel Obispado de Ciudad Rodrigo, para donde se dirigió, pero no fuera de él, mayormente estando como no está recibido en otras partes.
De este modo satisface, y responde a este Breve, y así lo hace el Padre Tomás Hurtado, fraile de los Clérigos Menores. Los segundo se responde, que no tiene lugar su disposición, cuando de costumbre inmemorial, como en Alcántara, se ve que Dios hace, y ha hecho siempre este milagro, porque con esta evidencia cesan las razones de su prohibición, porque pedirle a Dios un milagro, cuando se obra continuamente cada año, no es tentarle, supuesto que no se hace en duda de tomar experiencia de la potencia, y voluntad divina, pues está ya bien conocida.
Esto se funda en la doctrina de Santo Tomás que dice: Que la tentación es un dicho, o hecho para tomar experiencia de la potencia, y voluntad divina; lo cual no interviene aquí por tenerla ya bien experimentada, y así viene muy a propósito lo que dice el padre Lesio, que no es tentar a Dios, cuando se pide a un Santo, que tiene don de hacer milagros, que los haga; y consiguientemente de aquí se infiere, que el que asiste a esta fiesta, en que se halla el toro, no se puede decir que se pone en peligro de muerte, ni hace acto supersticioso, porque la costumbre inmemorial del milagro, excluye todas estas circunstancias.
De este segundo modo responde también al Breve de Clemente el Padre Tomás Hurtado, en el lugar citado, donde latamente defiende no ser este acto de la festividad de San Marcos, con el toro supersticioso, antes lo atribuye a milagro: y lo mismo sienten el padre Fray Antonio de Yepes, y el Padre Fray Juan de la Trinidad, que lo refieren muy extenso.
Y para comprobación de serlo, refiere este último Cronista dos casos sucedidos en la Villa de Brozas, donde se hace la festividad de San Marcos, de la misma manera que en Alcántara. El uno que pasó en tiempos antiguos más allá de 150 años, según el se informó de personas fidedignas, y fue, que habiendo mandado cierto Juez Eclesiástico, con grandes penas, que para la celebración de la fiesta no se trajese el toro, y obedecido el Mayordomo y Cofrades, estando junto al Pueblo para empezar las vísperas en la Ermita, vieron, que sin traerle persona alguna entró el toro en ella, y asistió mientras se cantaron; y el día siguiente de la misma manera estuvo presente en la Misa, y anduvo en la procesión por las calles, siguiendo la imagen del Santo en la forma que otras veces, sin llamarle Marcos, ni hablarle ninguno de los cofrades, ni otra persona, como antes solía, por no incurrir en las penas impuestas; lo cual visto, se pidió de ello testimonio por los Cofrades, y se puso la causa en el Tribunal del Nuncio, donde se ventiló, y hecha la averiguación de todo, se pronunció sentencia en favor de la cofradía, dandole licencia, para que en la fiesta del Santo se trajese el toro, mandando, que ningún juez inferior lo impidiese.
Otro caso más moderno, sucedió el tres de agosto del año 1597. Y fue, que habiendo dado un caballero de la misma Villa a la ermita de San Marcos, una imagen del busto del Santo, y puesto en la pena del escudo de sus armas; algunos que llevaron mal, que tuviese allí, pareciéndoles que por aquel camino se quería introducir Patrono, se lo quitaron, y recurriéndose por su parte al Juez Eclesiástico, se volvió a poner, sobre que resultaron no pequeñas pesadumbres, últimamente algunos mal advertidos, se revolvieron temerariamente a tomar la Imagen del Santo, y cortarle la cabeza, arrojándola en el Osario de la Iglesia Parroquial de Santa María, entre los huesos de los muertos, y el cuerpo en un pozo, que llaman de los Caños, fuera del lugar. Después de algunos días, yendo un labrador a ver si había agua en el pozo, halló allí el cuerpo de la Imagen, y de allí fue sacado, y casi al mismo tiempo, un muchacho mudo a nativitate, subiendo al Osario a buscar un pajarillo, que se le había volado, vio la cabeza del Santo, y en ella, según dicen, posado el pajarillo, y dándolo a entender por señas, fue sacada de aquel lugar; y para desagravio de aquella irreverencia, se mandó por el Juez Eclesiástico, que lo era entonces el Doctor don Fray Juan Roco, que estaba en Brozas para este caso, que pegada con el cuerpo, se llevase en procesión por las calles, sin esperar el día acostumbrado de San Marcos, y así se hizo en 3 de agosto del año 1597 y sin haberse tratado de que viniese el toro, ordenó Dios, que no faltase, porque al tiempo que se decía la Misa, le vieron venir para la ermita, que está pegada al lugar, y acompañado de tres o cuatro muchachos, entró y asistió en ella, hasta que se acabó, y después anduvo en la procesión, estando siempre doméstico, y manso, como un cordero, de que se hicieron informaciones, y autos jurídicos, que he visto, y de ellos consta lo que se ha referido.
Y se confirma más ser milagro este suceso con otros semejantes de Santos, que en su vida y muerte, para honra suya, ha obrado Dios por ellos. De S. Juan Obispo Eboracense, de la Orden del Patriarca San Benito, refiere el Padre Fray Antonio de Yepes en el lugar citado, por autoridad de Mateo de Vuest, que en un Pueblo, llamado Baberlacense, donde está enterrado el Santo, para hacerle fiesta, buscan los toros más bravos que se hallan, y echándole maromas, los traen hasta ponerlos en el Cementerio del Templo; y es muy de notar, que entrando en él, le desatan las maromas, y desatadas, se le quita la furia, y braveza que traían y quedan tan mansos, como cordero, y juegan, y se regocijan con ellos, habiendo sido antes muy feroces: y dice Mateo de Vuest, que hasta su tiempo se vio este milagro.
A continuación hace una relación de milagros en los que intervienen toros y otros animales, sangre de alguna imagen como la de San Jenaro de Nápoles, sarmientos que todos los años daban uvas en el día del Santo cuando no era su fecha, brotar rosas en el día de la muerte de las nueve mártires de Córdoba, o los árboles en el día de Santa Eulalia, entre el 1 y el 10 de noviembre, tres árboles que florecían al lado del altar mayor estando desnudos de hojas, estas flores servían para curar algunas enfermedades, o las piedras de Alcalá de Henares donde fueron martirizados los Santos Justo y Pastor, que manaban aceite y de otra piedra que daba vino para consagrar y por último el vestido de San Eustaquio en Murcia que se sacaba en procesión para que lloviera.
"Mostrando el Cielo estos prodigios, y maravillas para gloria de sus Santos".
Seguía así:
Y no obstará el decir, que el toro de San Marcos, como animal irracional, no está sujeto a las palabras que le dicen el Mayordomo, y los Cofrades de la Cofradía, ni es capaz de razón para obedecer lo que le ordenan, ni es de presumir, que Dios ha de concurrir en esta operación como vana. Argumento que se vale Torreblanca para dar esta acción por supersticiosa; porque se satisface, que el milagro, quien lo obra, no son las palabras que se le dicen al toro, que estas no suponen, ni tienen fuerza, sino es la voluntad de Dios, que le hace por honra, y gloria de su Sagrado Evangelista, porque suele Dios a las veces hacer milagros, usando de cosas, que naturalmente pueden ser causa eficaz de ellos.
Continúa poniendo ejemplos de milagros que se describen en las Escrituras, la curación de un ciego poniendo Jesús barro en sus ojos, la curación de un mudo y sordo junto al mar de Galilea, o la plasta de higos en la apostema del Rey Ezequías por el profeta Isaías cuando aquel se estaba muriendo y Dios le dijo al profeta que le dijese que viviría.
Y para terminar:
Y con todo quiso la Majestad divina usar de estas cosas, para que se viniese en conocimiento, quien obraba allí, no eran los remedios que se veían, si no la poderosa mano de Dios, y su omnipotencia, y voluntad, y que por este camino el milagro fuese más visible. Asunto y doctrina, que la apoya muy bien Torreblanca; lo cual acontece en este caso, pues lo que traen el toro, solo usan de las palabras para manifestar a Dios su voluntad, de que haga el milagro en honra del Santo.
De todo lo dicho resulta, que no es mucho que en el día del Santo Evangelista, quiera Dios en honra suya amansar, y domesticar un toro, ni es congruente que de ello se haya de tomar sospecha de superstición, o pacto, pues basta el ver, que este suceso pasa en muchas partes donde hay Prelados muy doctos, y lo que más es, que los Tribunales de la Santa Inquisición lo saben, toleran, sin haber querido quitar esta costumbre, y ceremonia, que es argumento para reconocer, que en ello no interviene cosa ilícita, ni sospecha de ella, porque no había de permitir Dios en su Iglesia, en tantas partes como esto pasa, que padeciesen engaño los Fieles por tan dilatado tiempo, como ha que esto corre.
En este capítulo bien sé que he excedido de los límites de historiador pasándome al de Teólogo moral, perdóneseme el haberlo hecho, que el pedírmelo la materia, y algunas personas que han deseado ver en esta mi obra ventilado este punto, me han ocasionado el que incurra en este defecto, si es que lo es.