miércoles, 7 de agosto de 2019

LUGARES, NEGOCIOS, ACTIVIDADES...: KIOSCOS, TIENDAS DE CHUCHERÍAS


LOS VENDEDORES DE CHUCHERÍAS O KIOSQUEROS



En otros tiempos más lejanos, las chucherías se compraban en las ferias, ya fuese en la del pueblo como la de los pueblos vecinos. No había ningún establecimiento dedicado a este menester. Los turroneros eran hasta épocas muy cercanas los únicos que vendían estos productos basándose principalmente en el turrón, almendras garrapiñadas, almendras rellenas u otra clase de ellas.






Cuando alguien venía de alguna feria le traían a los más pequeños de la casa algún dulce hecho con azúcar, como las famosas garrotas de caramelo o azúcar tostado o aquellas grandes piruletas acarameladas de color rosáceo. Aunque todo esto se estuvo dando muchos años a la misma vez que había en el pueblo vendedores de frutos secos y otras chucherías menores.



En los años cincuenta se estableció de manera definitiva en nuestro pueblo este pequeño negocio que ayudaba a la precaria economía de aquellas personas que se dedicaban a este menester. No si antes hubo alguna persona dedicada a esto, pero si había con seguridad algunas que se dedicaban a cambiar al principio de verano, garbanzos recién cosechados por otros manufacturados, los torraos repasaos, como pregonaban estas personas cuando iban vendiéndolos por las calles del pueblo.
Santiago en la puerta de su casa, la de la izquierda


Uno de estos personajes fue el tío Santiago, “el de los torraos”. Este vivía en la calle Rosales al lado de la casa de la Leocadia, hoy casa del padre de Ramón el “de las aguas”. Yo lo conocí hasta que se murió junto a su mujer que le ayudada en estos menesteres. Pero no tenía un lugar fijo para vender a los más pequeños, pues iba de casa en casa vendiendo su producto elaborado.

Por aquella época estaba también la tía Crescencia García, la mujer de Higinio Blázquez, el arriero que ya hemos hablado anteriormente de él. Vivía de últimas en la calle Lavadero desde que esta se hizo a mediados de los cincuenta. Crescencia cogía una mesa plegable de madera, o de tijera y ponía una cesta grande encima exponiendo sus mercancías.
Medida para los frutos secos parecida a esta.

En la época veraniega se ponía cerca de los cines de verano con su cesta. Otras veces a la orilla de la carretera o cerca de la Iglesia si había alguna celebración importante. En su cesta lo más sobresaliente eran las pipas, que te las vendía en un cartucho de papel, las modalidades de garbanzos, torraos, fritos, tostados, algunos caramelos. Me acuerdo de aquella medida que tenían de madera parecida a un cuartillo que por un lado era más honda que por el otro. Según fuese la cantidad de pipas o garbanzos que querías, te la media por una parte u otra. El precio de las pipas no llegaba a una peseta, y creo que ni a dos reales la cantidad mayor.
Barquillos de canela


Además de estos vendedores del pueblo, acudían en el verano otros ambulantes vendiendo helados y barquillos de canela. Del que más me acuerdo, pues no tenía yo más de cuatro años, fue el que luego sería conocido por el tío de los Cuadros, que venía de La Puerta, aunque él y su familia provenía de Beas. A la hora de la siesta pasaba por la carretera anunciando su productos, la mayoría de la veces los barquillos, y mi madre se asomaba al balcón de la casa donde vivíamos para decirle que no voceara para no despertarme y que le vendiera los barquillos para mis hermanas mayores y para mí. Con el tiempo, cuando cambió de profesión y se convirtió en el Tío de los Cuadros, al pasar por mi casa, alguna vez recordaron mi madre y él cuando la época  de los helados y de los barquillos de canela.
Máquina manual para hacer helados


Otro barquillero esporádico que venía de Beas. Este iba por las calles con un carromato y en el cajón del vehículo llevaba sus productos. Si no me equivoco también vendía gaseosas fabricadas por él. Este hombre no era Nicéforo, su nombre ahora no recuerdo. Aunque si lo tengo asociado a una espera, de la llegada de los toros de San Marcos, que algunos chiquillos estábamos esperando en la cuneta que había enfrente de la casa de los Revillas, sentados en la pontanilla hecha con una piedra cilíndrica de algún molino aceitero que había para cruzar por encima de la cuneta hacia la casa. Con el nerviosismo que teníamos con la tardanza del camión con unas pocas vacas y algún toro, vimos aquel hombre pasar varias veces por delante de nosotros vendiendo barquillos de canela.
Barquillero.

Al llegar a los años sesenta se fueron modernizando estos vendedores. El primero que se modernizó fue Domingo el de las pipas, de apellido Blanco si mal no recuerdo. Este se hizo un carro con dos ruedas de bicicleta y una tercera pequeña. Dentro del carro almacenaba un montón de productos para ir reponiendo los que a la vista habían. Aquí había ya una gran diversidad de chucherías que ya no sólo eran pipas, garbanzos y caramelos, sino también tabaco, cigarros sueltos, y empezó también con novelas del oeste que vendía y cambiaba para leerlas a precio de una peseta. Yo creo que en estos años sesenta en el pueblo se leía más que nunca. Los numerosos trabajadores del pantano estaban picados con estas novelas y tenían unos símbolos para indicar que ya habían leído esa novela. La mayoría de ellas eran del famoso Marcial Lafuente Estefanía. Algunas de estas novelas leí al cambiarlas para mi padre y antes de que él viniese del trabajo, yo ya la había leído.
Carro de chucherías como  el de Domingo o el de Pichardo


Domingo, aparte de ponerse delante de los cines cuando había película, su puesto fijo fue delante de la casa que luego sería una tienda de golosinas de Isabel la mujer de Antonio Torres. Muy cerca del poste del telégrafo que había por allí. Este poste tenía un refuerzo con otro en forma de ángulo o triangulo si le unimos la línea del suelo.
Lugar habitual donde se colocaba Domingo al lado del poste del telégrafo.


Domingo, con el tiempo y a base de tener una enfermedad profesional o crónica, consiguió que le fuese autorizado hacer un kiosco. Este lo puso en la acera de enfrente, como todavía se puede apreciar. Aquí, al tener más espacio, amplió su oferta con periódicos, sobre todo deportivos como el As,  revistas y fotonovelas. Se leía mucho en aquellos tiempos en el pueblo, tebeos con todos los héroes de moda, el Capitán Trueno, El Jabato, Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, El Aguilucho, Hazañas Bélicas y de temática del Oeste americano, estos eran para los chiquillos y para jovencitas otros de amoríos románticos. Fue la época de Marcial Lafuente Estefanía y Corín Tellado.
El kiosco de Domingo, hoy día


Al poco tiempo de empezar Domingo con su carro, le salió competencia con Pichardo. Este hombre también tenía una enfermedad crónica y bastantes hijos, uno de ellos, Gregorio, se mató trabajando en el arreglo de la Escuelas Viejas. Tenía muy pocos años, no sé si llegaría a los catorce. Tenía un hijo de mi edad, Santos, que era un buen jugador de futbol, aunque era de pequeña estatura estaba catalogado en los que ahora se denominan de toque y clase. Además de repartirse la puerta de los cines con Domingo,  tuvo su lugar fijo con su carro en la puerta del Médico, hoy Ayuntamiento, en lo que después se llamaría los bancos del Médico.
Sitio habitual donde vendía sus mercancías Pichardo.


Muchas tardes y algunos ratos, Santos se hizo cargo del carro de las pipas. Y nosotros, los compañeros de juego, esperábamos junto a él a que le hiciesen el relevo su padre o alguno de sus hermanos. Mientras tanto, en el verano, algunas veces aprovechábamos para coser el balón de cuero que el día antes se había hecho una brecha. Lo de coser el balón era casi todos los días, algunas veces para no parar el partido le metíamos en el descosío un cartón doblado o en las mejores de las tardes un trozo de cuero.

Antes de que se acabara las obras del Pantano, estos vendedores dejaron el pueblo. Al hacerse mayores sus hijos y encontrar estos trabajo en otras latitudes se fueron del pueblo. Domingo traspasó su kiosco a María del Señor Gallego, la mujer de Pedro Gómez “Servando”. Al jubilarse María del Señor, el kiosco dejó prácticamente de existir, los que le sucedieron en el negocio duraron muy poco tiempo en él. María del Señor tuvo abierto el kiosco el doble de años por los menos que el fundador Domingo. En esa época la oferta de productos fue muy amplia, lo que menos se vendía eran las pipas y cuando empezaba el buen tiempo lo que más eran los polos o helados.

Al poco tiempo de que María del Señor se quedara con el kiosco se abrió otro local, el de golosinas Isa, en la casa de Antonio Torres como ya hemos dicho anteriormente. Estos dos negocios se hicieron la competencia durante bastantes años, casi se cerraron a la misma vez.
Casa de Isabel done tuvo su tienda de golosinas.


Después se han abierto locales de chucherías que para la inmensa mayoría de las gentes para lo que escribo esto le traerán muchos recuerdos. Las librerías vendía también chuches al principio  y al cerrarse los kioscos anteriores vendían bastante de ellas.

Un local se puso al lado de la Colegio Nuevo, Chuches Aida. Funcionaba muy bien sobre todo en la temporada escolar. Hace unos cuantos años que lo cerraron y no se ha vuelto a abrir.

Otro más reciente, ya en este siglo, el de golosinas el Ojanco, en la calle carretera al lado del bar Panochas. Este también lleva varios años cerrado. 
Golosinas Ojanco a la derecha de la imagen.


Uno más, contemporáneo al anterior se abrió al terminarse el hacer el parque en la parte posterior de unas de las casas que dan en él. Era el kiosco del Titi. También se cerró casi a la misma vez que el de Ojanco.

Al lado del puente del arroyo, se abrió por muy poco tiempo otro establecimiento de chucherías llamada chuches Sheila. Se ha intentado abrir de nuevo por otras personas y también duró muy poco tiempo. Este local cambio de actividad cada dos por tres. 
En los bajos del edificio en la puerta de la derecha


Solamente cabe decir que ahora mismo no hay ningún establecimiento dedicado exclusivamente a vender chucherías. Se venden en las librerías, en las tiendas de comestibles y en máquinas expendedoras de algunos bares y en local de fotografía Anabel.

jueves, 1 de agosto de 2019

LUGARES, NEGOCIOS, ACTIVIDDES..: LOS TAXITAS



LOS TAXISTAS


         Esta actividad es relativamente reciente. Pues el automóvil empezó a usarse de manera más habitual bien entrado el siglo XX

Sin embargo, los antecedentes son más remotos. Una familia asentada en Lombardía, los Tassi, fue la encargada de poner en marcha un nuevo servicio de correo postal que pusiera en contacto a las principales ciudades europeas en el siglo XV. de aquí proviene la palabra taxi.

Los primeros taxímetros datan de finales del XlX y se inventaron como sistema para controlar el tiempo y la distancia recorrida por un vehículo. 

         Los taxistas en nuestro  pueblo no funcionaban como los descritos anteriormente. Eran profesionales que tenían un coche al servicio público, de los demás. Seguramente hasta bien entrado los años sesenta no tuvieron ni licencia municipal de taxis.

          Creo que el  primer taxista, si se le podía llamar en aquella época, fue Cándido Samblás. Este hombre tuvo un coche en los años 20 y según me contó era el único coche que había en el  pueblo junto con el de Don Pepe Manolón. La marca de este coche era americana, me parece que era un Chevrolet. Llegó a subir a la Haza Alta en aquella época en que no había carretera ni carriles para subir allí. 


Había poca gente que podía pagar un coche para sus desplazamientos en aquellos tiempos. Su uso era para ocasiones de graves emergencias o algún acontecimiento muy importante. Me contaba este hombre lo atascos que tenían que sufrir en estas carreteras de tierra, a consecuencia de  los carros que transportaban maderas. Decían que los carreros se montaban en el primer carro y los otros los iban enganchando unos a otros como si fuesen vagones.  Si la caravana era larga y se encontraban con otra de frente era imposible adelantar en las largas  rectas del Álamo. Con el tiempo se fue a vivir al Puente de Génave donde vivió hasta su muerte.

También otro posible peculiar taxista, fue Paco Luna. Yo lo conocí como tabernero. Suyo era el bar, en aquella época con su nombre, Puerta del Sol. El edificio todavía pertenece a su familia que reside en Chiclana.


Me acuerdo como en sueños del coche que tenía. Se parecía a los que se veían en las películas policiacas americanas. Los encerraba en la calle del Río, en el solar que hoy pertenece a José Gilabert y que daba entonces a la travesía Viñas, calle que va a las Escuelas.

Después hubo otra persona del  pueblo que entre otras actividades tenían un coche al servicio  público, Otilio Olivares. Con el tiempo tuvo también otros negocios como un almacén de piensos Nutrotón en su casa de la calle Carretera,  una granja de gallinas entre las calles Pio XII y San Lorenzo y por último otra granja de cerdos en la calle San Lorenzo éntrelos números  22 y 24 tenía la entrada.

Junto con este yo conocí otro taxista que tuvo esta profesión hasta su jubilación aquí en el  pueblo y continuado por su hijo, pero con autobuses. Era Juan Herreros, más conocido por Juan el taxista. Con el primer coche que tengo de él era un Seat 1430 y  después con un  1500, de la misma marca y una furgoneta. 


Con este vehículo me acuerdo de un viaje a Madrid a la feria del Campo, mejor dicho dos viajes. En el primero matamos hasta una libre con el coche por esas carreteras de la Mancha. También algunos de los amigos fuimos por caminos separados a ver nuestro primer partido del Real Madrid con un Las Palmas que estaba de moda como ahora pero con tres seleccionados. En el segundo viaje yo con unos 20 años era el jefe de la expedición con a Extensión Agraria que era la organizadora del viaje a la Casa de Campo a partir de salir de aquí todo el mundo era libre hasta la hora de vuelta el domingo por la noche, alrededor de las 10 era la hora puesta para el regreso.


  Y a partir de aquí hubo una gran cantidad de taxista a la misma vez en nuestro pueblo.

Pero antes, estuvo también Tomás Bueno, conocido por Tomas el taxista, el de la fonda y el carpintero. Tenía una furgoneta en las que hacía sus viajes casi exclusivamente a Beas. Tuvo en el negocio del taxis hasta mediados los años setenta. La gente de mi edad lo contratábamos muncho para ir a jugar al futbol a otros pueblos. Cabíamos casi todo el equipo en la furgoneta y así nos salía el viaje más barato. Por si hay algún joven futbolero, les diré que el viaje se pagaba a medias entre el equipo contrario y  nosotros, casi siempre tocábamos a un duro por cabeza.


Los taxista que en los años sesenta había en el  pueblo estaban estos dos últimos más los siguientes:

José Herreros, de este me acuerdo que empezó con un seiscientos como taxis. Después se fue a Barcelona trabajando como taxista y murió en un accidente con él  a finales de los 70 o principio de los ochenta.

Nazario Bueno hermano del otro taxista, Tomas. Empezó con un setecientos como taxis. Ya hablamos de Nazario como carpintero, pero hubo una época que el taller lo cerró, aunque seguía haciendo algún trabajillo para él mismo en sus rato libres. Con este coche tuvo un accidente cortándose la falange de un dedo de la mano, no estoy seguro si con el ventilador del radiador o con la puerta del coche. Después tuvo en R-12, coche que se los robaron un día. El autor era oriundo de aquí que de niño se había ido con su familia a vivir a otras latitudes. Estando un año de vacaciones, robó el coche de Nazario y lo abandonó medio destrozado.



Nazario volvió a su carpintería y de dejó este oficio que lo tuvo de manera puntual.
Otro taxista fue Emilio Nievas que estuvo trabajando en el pueblo como tal hasta los años 90 que se fue a vivir a Gerona donde murió. Me parece también que empezó con un seiscientos. Cuando yo empecé a tener relación con él como taxista tenía un Seat 1500 recién comprado. Sería en el 1970 aproximadamente en un viaje a Jaén con muchas vicisitudes a causa de la mecánica del coche que iba averiado. En  Baeza  tuvo que cambiar de taxis y taxista que Emilio conocía y este le estaba agradecido por alguna ayuda que le había dado con algún problema del  oficio. Después tuvo un Peugeot, creo que el último. En esto de los coches siempre he sido muy despistado y no me he fijado mucho en ellos.

         Julián Martínez, el taxista. Fue el último de los taxista de aquellos años que siguió usando la parada de taxis hasta su jubilación definitiva y su marcha a Valencia donde vivía su familia, su mujer y sus hijas. Tenía un Seat 1500 de color café con leche. De últimas sus viajes eran a Beas y llevar a laguna persona mayor a las aldeas de los alrededores. Me acuerdo de ver en este taxis a la tía Perragorda, o mejor dicho a la última mujer del tío Perragorda, sobre todo cuando hacía la compra los viernes.

         Antonio Romera, su mujer Virtudes tenía una tienda en las Cábilas, hoy supermercado Espinosa de una de sus hijas. También llevaba un 1500. Me acuerdo de un día viniendo de Jaén el trabajo que le costaba, al coche, subir la cuesta de Baeza, y los calentones que llevaba el coche subiéndola.

         Tomás Martínez, otro taxista con un 1500. Me acuerdo de cuando estaba arreglando los papeles del taxis e iba a hablar con don Maximiano para que le ayudara con ellos. Sería casi a mediados de los años 60. Su  yerno Paco Liñán sería el penúltimo taxista del  pueblo.

         Doroteo Vico, otro taxista  de estos años que murió hace poco tiempo.

Chicano estuvo bastante tiempo como taxista y junto con Juan Herreros ha sido con los que más recuerdos de jovencito me han quedado al usar su taxis.

Con todos estos taxistas hemos vivido los habitantes del pueblo de aquel entonces, multitud de anécdotas.

Muchos de mis amigos de entonces, niños por supuesto, tenemos recuerdos de cuando nos íbamos a examinar a Baeza en aquellos taxis. Los madrugones para salir del  pueblo con hora para llegar puntuales a los exámenes. Los mareos que a esa hora tan temprano y los nervios nos producían. Los rodeos que hacíamos para llegar al pueblo sorteando a la guardia civil.

Me acuerdo de un examen que fuimos al instituto de Úbeda que todavía no se había inaugurado. Nos habíamos levantado esa mañana a las cuatro y no se a la hora que salimos del  pueblo. Mi madre me dio una bolsa con galletas de coco, que a mí me gustaban mucho. Todo el mundo quería comer galletas al mismo salir del  pueblo y los mismo que nos comíamos una, empezábamos con las angustias y los mareos. Hubo uno que se llama Antonio Tenedor, que se las comió casi todas y no le pasó nada. Yo aguante hasta bajarme del coche que paró en la puerta del hotel Consuelo, hoy desaparecido, para expulsar mi malestar, pero otros fueron casi todo el viaje con la cabeza sacada por la ventanilla.


Venir de Baeza a Arroyo, a veces tardábamos más de cuatro horas en el taxis. Un día nos paramos en Úbeda un buen rato, y el taxista que era Tomas Bueno con su furgoneta, se dedicó a preguntar a otros taxistas que iban en dirección contraria por la guardia civil. Las noticias que recabó no le gustaron, porque dio un rodeo por Arquillos y el Condado para venir aquí. Me acuerdo que eran las fiestas de Santisteban, la de Pascuamayo. El coche apenas podía andar por la carretera por la gente que paseaba por ella. Y si no que se lo digan a Antonio Blanco que los vimos cuando paseaba con su mujer que entonces estaba novio. Se acercó al coche y nos habló, mejor dicho al taxista.

O cuando Chicano nos decía que el ingeniero que había arreglado o hecho la carretera de Úbeda a Baeza tuvo que dimitir por hacerla con tantos chichones. No tenía baches, sino el firme inestable. Con los años, como casi toda la carretera de la Loma, estos se transformaron en baches.


Al  pasar cerca de los cuarteles de los pueblos nos decía el conductor que nos agachásemos entre los asientos y cosas parecidas.

Al ir desapareciendo estos taxistas estuvo también, ya con la democracia, Bartolomé Cardosa como taxista Pedro Litrán Perona, el cartero. Ejerció pocos años. Y por último Paco Liñán que ha estado hasta hace muy pocos años, hasta que se jubiló, como único taxista del pueblo. Al tener casi todo el mundo coche en este pueblo, Paco se dedicó durante mucho tiempo en llevar a personas mayores y enfermos impedidos a los médicos de Úbeda y Jaén así como trabajar para compañías seguros de coches para llevar a los usuarios con problemas a sus lugares de destino. Paco traspasó la licencia al taxista actual, Alfonso.


Se podía  escribir un libro con las odiseas que se producían con estos taxis en la época de mayor actividad, los años sesenta y principios de setenta.

Pero en los años cincuenta hubo un taxista especial. Paco el Pregonero. Su taxis era una bicicleta que tenía unas ruedas muy anchas, sobre todo la de atrás y un buen portaequipajes. Esta la tenía acondicionada desde los tiempos del estraperlo. Y en estos años, que ya no había, se dedicaba a llevar a gente montada en el portaequipajes a Beas por un duro.