En
los años 20 del siglo veinte hubo una serie de descubrimientos de restos
romanos en los calares de los Baños. Uno de ellos hace tiempo que le di
publicidad, en este blog se recoge con el título de “A vueltas con los Baños”.
Pero hoy daremos a conocer otro descubrimiento como la patena de vidrio
visigoda de los Baños y más tarde llamada la bandeja vidrio de Beas (Arroyo).
Algunos
periódicos de aquellos años llevaban en sus páginas esta notica como La Región
de 23 de septiembre de 1926 y El Defensor de Córdoba de 9 de noviembre de 1926.
El día 11 de mayo de 1922, labrando un olivar en
el Calar de la Señora, en los
alrededores de la Villa Romana de los Baños, de Arroyo del Ojanco, fue hallada, junto con
otros vidrios, una bandeja, también de vidrio, fragmentada, pero cuyos restos
permitían darnos una idea exacta de su
forma primitiva. Este vidrio de color azul intenso obtenido por moldeo tiene
unos 30 cm. de longitud por 12,5 cm. de ancho y un espesor variable de 6,5 mm. Enmarca
la bandeja un borde rectangular de unos 24 x 12 cm. Prolongándose en sus lados
menores por unas asas planas, recortadas en sencillas volutas simétricas. La
superficie de la bandeja no es lisa; desde el borde , puede tener unos 2 mm,
alcanza el grosor máximo, desciende rápidamente la superficie en un prolongado
plano inclinado hasta quedar con un espesor mínimo de unos 3 mm, aumentando
nuevamente hacia el centro para llegar a 6, a una distancia del borde que es
variable según el dibujo y que puede ser
mucho más o menos de unos 4 centímetros; aquí se marca un nuevo descenso para trazar en bajorrelieve,
sin modulaciones o detalles, la silueta de un pez.
Bandeja de vidrio encontrada en los Baños en 1922
La
descripción de estos objetos los he hecho en presente, como si existieran en
algún sitio conocido, pero a veces creo, que si existen todavía, estarán en algún
lugar de incognito.
El
23 de septiembre de 1926, el arqueólogo español P.M. de Artiñano publicó un
artículo en el “Archivo Español de Arte y Arqueología” sobre el hallazgo de
esta pieza de vidrio.
Este
arqueólogo estudió, tanto desde el punto de vista histórico y artístico, como
es la composición química del vidrio hallado, llegando a la conclusión de que
dicho objeto pertenece del siglo V al
VI, anterior a la dominación árabe del Norte de África, en pleno poderío
visigodo en nuestra Península.
Alababa
y ensalzaba este descubrimiento, como recientemente se ha hecho sobre la patena
paleocristiana de vidrio encontrada en las excavaciones de Cástulo. Decía así
sobre ella:
“La importancia de este descubrimiento es
enorme, si se tiene en cuenta que define, cosa hasta ahora nada más que
problemática, las piezas de vidrio visigodas de que habla San Isidoro en sus
Etimologías, que tan sólo han llegado a nosotros en los hallazgos de las excavaciones del
Carpio del Tajo, en las Coronas de Guarrazar y, en general, en los poquísimos
ejemplares visigodos españoles que hoy se conservan.”
Pero
años más tarde, entre el 16 al 19 de mayo de 1948, se intentó contradecir las teorías
del señor Artiñano sobre la antigüedad de la “patena” o bandeja que en esas
fechas se decía que era.
En
el IV Congreso Arqueológico del Sudeste Español, celebrado en Elche, entre
otros temas se dio a conocer en la sesión del día 19 el trabajo “La bandeja de
vidrio de Beas (Arroyo)”, por M. Arnau Rodríguez y G. Aulet Sastre del
Laboratorio de Arqueología de la Uv. De
Valencia. En él se intenta contradecir a
P.M. Artiñano en su artículo publicado en el Archivo Español de Arte y
Arqueología del día 23 de septiembre de
1926 sobre la bandeja de vidrio encontrada en Arroyo del Ojanco.
En
esta ponencia se hablaba de las “circunstancias
del hallazgo”. En este apartado se hace una descripción de como, cuando y
donde se encontró. Así como las características de dicha pieza arqueológica. Se
enumeraba, además del señor Artiñano, otros arqueólogos que se habían ocupado
del tema como el señor Gudiol y el Marqués de Lozoya, que a entender de los
ponentes no habían hecho más que admitir el trabajo del señor Artiñano: “Siguiendo este autor, los demás dan a la
bandeja una función y cronología con la que no estamos de acuerdo”. El
título “Una patena de vidrio visigoda”, según los ponentes de la Universidad de
Valencia, encerraba dos aseveraciones, una a la función de la pieza y otra su
cronología.
Función de la pieza: A
través del artículo citado del señor Artiñano, la bandeja en cuestión recibía
unas veces el nombre de patena, otras el de la bandeja y finalmente en las
conclusiones dejaba ambigua la finalidad
de la pieza aunque parecía inclinarse a aceptar su uso litúrgico.
Y
que para demostrar su afirmación el señor Artiñano se basaba en la obra de
otros especialistas como Doelger que para rebatir a Rossi, no admitía el empleo
del símbolo con anterioridad a la Paz de Constantino, 313 de nuestra era en el
llamado Edicto de Milán. Doelger admitía sin discusión que el pez pudo
emplearse luego de esta fecha y esto no da a todas las figuras de peces por el
hecho de serlo el significado de símbolo cristiano.
Los
ponentes valencianos creían que era “más
lógico el empleo de esta pieza como bandeja que como patena y para demostrarlo
presentamos algunas piezas de materiales típicamente romanos de cuya similitud
con la que estudiamos se deduce que
tuvieron el mismo uso”.
Siguiendo
a los ponentes, Doelger en su libro citado en el volumen V. cuadro 2º,
publicado en 1937 (que el Sr. Artiñano desconocía cuando hizo su artículo en
1926, pues todavía no se había publicado este libro) reproduce dos
bandejas de las siguientes características:
“Una de ellas procede de Appleshaw (villa
inglesa del condado de Hampshsire); es
una bandeja de estaño y en su forma
primitiva tenía dos asas planas de las
que solamente se conserva una casi completa. El ornamento en relieve reproduce un pez inscrito en un trenzado de forma
ovalada siendo su longitud primitiva de
unos 23 cm. De la misma manera señala otra bandeja de 23,2 cm. De cobre
plateado que fue hallada en el barro de un río, bajo un puente, cerca de la
vieja Solimariaca (Soulosse; en los Vosgos). Tiene forma ovalada con un pez gravado hacia la derecha inscrito en
unas palmetas estilizadas”.
También
hablaban de otro ejemplar semejante, ya perdido, encontrado entre 1884-87 en
Grand (una población francesa en la región de la Lorena, departamento de los
Vosgos). Este estaba junto con otros restos romanos o galorromanos en un pozo
romano.
Siguiendo
con la función de la pieza, estos autores, decían que desde muy antiguo había
la costumbre de fabricar platos especiales para servir el pescado. En el
esplendor ateniense de los siglos V y IV antes de Cristo, se decía que las
fuentes del pescado antes eran de
arcilla y en aquellos años eran de plata, eso sí, en los hogares lujosos.
Para
seguir demostrando que ellos tenían razón sobre lo dicho por Artiñano, Goudiol
y el Marqués de Lozoya, ponían otros ejemplos como las fuentes pintadas que se
conservan en Etruria y Grecia con animales marinos. También en el palacio de
los Conservadores de Roma y en museo Kircheriano existen platos que reproducen el mismo
motivo: tres peces rodeando un círculo central con una concha. Otro plato de
peces se guarda en el Museo Tübigen (o Tubinga es una ciudad alemana del estado
federal de Baden-Wutemberg, en cuya universidad estudió el astrónomo y matemático
Kepler) que según Watzinger opinaba que fue utilizado para servir pescado. Sus
dimensiones son 4,5 cm de altura por 26,5 cm de diámetro. Se reproducen tres
peces con aletas blancas en él. Cronológicamente pertenecen al siglo II. Todos
estos platos tienen forma circular con asideros laterales, más tarde por
razones prácticas se adoptaron a la forma del pez.
Seguían
con su tesis: “Es muy difícil que el pez
en la mesa suscitara una idea cristiana como podía hacer una cruz o la escena
del Buen Pastor y aunque admitamos que fueran utilizados por cristianos no
tenemos derecho a afirmar que la representación
de un pez en un plato respondiera a una
idea cristiana.
Apreciamos el detalle, a nuestro
modo de ver interesante, de que todas
las patenas conocidas hasta adoptan formas más o menos circulares muy al
contrario de la rectangular que observamos en la pieza objeto de nuestro estudio.
De acuerdo con nuestras conclusiones
cronológicas, esta `pieza no puede ser posterior al siglo III, como seguidamente
demostraremos, y resulta muy aventurado atribuirle la función de patena cuando no conocemos ninguna pieza de culto
cristiano anterior a este siglo, época que los cristianos utilizaban objetos
hechos exprofesamente para el culto, porque su arte peculiar era, de existir,
muy incipiente”.
A
continuación decían de la cronología de
la pieza que:
“Si el atribuir a la pieza el
carácter de patena resulta problemático, como hemos visto, todavía nos parece
más aventurado el considerarla visigótica. Por el contrario creemos fuera de
duda, como intentaremos demostrar, que puede fecharse como pieza romana del siglo II.
Como muy bien señala Hans Zeiss la
pieza en cuestión ha sido fechada erróneamente. Su semejanza en cuanto a tamaño
y forma con hallazgos de plata de la época Imperial que aparecieron en
Hildesheim y su estilo puramente clásico hacen desechar la afirmación de que
pertenezca a los comienzos de la Alta Edad Media. Uno de los argumentos en que
se apoya el Sr. Artiñano, el de análisis químico, resulta poco feliz y aunque
al comparar el análisis de la bandeja con otro de vidrios de Pompeya y notar
una diferencia apreciable saca la conclusión de que ha de ser la bandeja posterior a estos vidrios
pompeyanos, pero ni por un momento ha pensado en hacer la comparación con
vidrios coetáneos de otros países ni con los de la Alta Edad Media, cosa que de
haber realizado le hubiera llevado a
idénticas conclusiones dada la extraordinaria variedad de composición química
de los vidrios medievales.
Por último la cronología dada a la bandeja se funda esencialmente en la
semejanza que presenta con los platos que se reproducen en aras del norte de África estudiadas y
reproducidas por Doelger. En el artículo del Sr. Artiñano se reproducen dichas
aras comparándolas con la bandeja de Arroyo (Beas) evidenciando su similitud, bien
atribuyendo a estas piezas, término de
comparación, una fecha que no reconoce su autor. Afirma que en Doelger da a
estas aras una cronología del siglo V ó VI considerándolas como cristianas
cuando en realidad este autor las
atribuye en la época romana y en un solo caso
habla de fines del siglo III o comienzos del VI considerándolos siempre
como profanos. Creemos pues que resulta evidente que a la mala interpretación
dada al texto de Doelger se debe a la falsa cronología de la bandeja de Arroyo. Estas aras, por su parte no admiten
ninguna interpretación cristiana sino que son aras de ofrenda de época romana debidas al parecer
a una costumbre púnica muy arraigada en
el norte de África y probablemente representando una ofrenda simbólica. La
mejor prueba para ello es que en una de ellas se reproduce un plato con
dos peces y en otra un plato con dos peces y un ave, ya en si es muy difícil de
justificar la interpretación de un pez que está puesto sobre un plato como
símbolo cristiano, pero resulta imposible teniendo una pareja de peces, y todavía
más teniendo un ave al lado.
Si se quiere mantener la comparación
del hallazgo español con las aras norte-africanas hay que decir que esta
comparación sugiere mucho más una interpretación de cosa pagan que cristiana;
este resultado concuerda con la impresión general del estilo de la pieza. Pero
si mantenemos esta comparación hay que suponer o que la pieza procedía de
África o que el culto africano arraigó en España, cosas ambas no probadas, por
eso hemos creído más oportuno comparar nuestra pieza con otras romanas como son
el tesoro de Hildesheí que tiene la misma forma y los platos que publica
Doelger de Inglaterra y de los Vosgos ya citados con el pez que los
caracteriza.
Si analizamos las circunstancias del hallazgo
parece deducirse claramente que se trata
de un vidrio romano. Las piezas encontradas juntamente con la bandeja, restos
de una gran vasija de vidrio una botella o frasco piriforme entera, un largo
cuello y un fragmento de otra pieza y abundantes pedazos de un frasco para
bálsamo, parecen ser objetos de vidrio romano. Sin embargo cabe advertir que
sería muy interesante de hacer un estudio minucioso de estos objetos lo cual
nos conduciría indudablemente a la cronología exacta de todas las piezas
encontradas en Arroyo.
Y de ser estos objetos romanos, como parece deducirse de las noticias que de
ellos se han dado, resultaría incongruente y excepcional el hallar junto con
piezas romanas una pieza visigótica como se ha pretendido ver en la bandeja de
vidrio de Arroyo (Beas)”.
Con
la datación cronológica de la pieza terminaba la ponencia sobre a bandeja de
vidrio de Beas, que así la titulaba, pues en aquellos años todavía
pertenecíamos al municipio de Beas y por supuesto Arroyo del Ojanco estaba en
segundo término de la noticia, solamente para señalar el paraje donde se
encontraron los restos.
Pues como hemos visto, no sólo se encontró la
bandeja de vidrio sino una gran vasija de vidrio, de espesor considerable,
ligeramente verdoso, al parecer de forma aproximadamente esférica, tan
incompleta y fraccionada, que era imposible intentar una reconstitución; en
cambio, pudo lograrse entera una botella o frasco piriforme de 12,5 centímetros
de alto; se encontraron también el largo
cuello y un fragmento de otra pieza cuya parte cilíndrica alcanzaba unos 18 centímetros de longitud y
abundantes pedazos de un frasco para bálsamo, azul con bucles o plumas de hilo
amarillo, blanco y de otros colores de tipo de fabricación fenicia, pieza que
debió de ser de excepcionales proporciones viendo el tamaño de sus fragmentos..
El
calar de la Señora es el calar de los Baños y esta villa romana tuvo su
esplendor entre los siglos I, en que se construyó y el siglo IV en que dominaba
la gran villa bajoimperial y con la interrupción en el último tercio del siglo
III (año 278 de nuestra era) con la posible destrucción de la villa por
campesinos y su posterior florecimiento a finales del mismo siglo III y el IV.
No
sé si está a buen resguardo esta bandeja, donde debería estar, en el Museo
Arqueológico Nacional o como otras piezas de aquellos años que se decían que
estaban en el Museo Provincial de Jaén, pero que nadie las han visto en él. Y
es más la bandeja de vidrio estuvo en poder del afamado médico y estudioso de estos contornos, don Tomás
Román Pulido que se la ofreció al Pedro Miguel Artiñano para su colección
particular, pero al final fue adquirida por este a comienzos del verano de
1926, unos meses antes de publicar su artículo en la revista “Archivo Español
de Arte y Arqueología”.
¿Cuántos restos de nuestro patrimonio se perdieron por aquellos años, en que don Tomás Román fue protagonista directo de ellos?¿Y después?
Los
protagonistas de las cartas que Quevedo escribió durante 10 años desde su
“destierro” de La Torre de Juan Abad a su amigo Sancho de Sandoval y Negrete,
que residía en Beas. Entre ellas una dirigida al hijo de este, Don Juan, y otra
reenviada por Florencio de Vera a don Sancho.
Voy
a intentar dar antes un pequeño resumen de los dos personajes principales de
esta relación epistolar. Del famoso escritor, algunos rasgos de su vida, pero
dejaremos su obra para los entendidos en la materia. Del caballero, de lo poco
o mucho que sé de su vida y de la relación que tuvo con personajes que en ese
siglo de las luces vivían o tenían posesiones en nuestro término municipal, no solo
el que pertenecíamos en aquellos tiempos, sino en el nuestro actual,el de Arroyo del Ojanco.
QUEVEDO
Don
Francisco de Quevedo y Villegas, nació en Madrid, el 17 de septiembre de 1580 y
murió en Villanueva de los Infantes el 8 de septiembre de 1645. Sus padres eran
don Pedro Gómez de Quevedo y Villegas y María Santibáñez. Los padres de Francisco de Quevedo desempeñaban altos cargos en la corte. El padre era el secretario particular de la princesa María y más tarde secretario de la reina doña Ana. Por lo que desde su infancia, Quevedo, estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano. Estudió en el colegio imperial de los jesuitas, y, posteriormente, en las Universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, ciudad ésta donde adquirió su fama de gran poeta y se hizo famosa su rivalidad con Góngora. En estos años mantiene correspondencia con el famoso humanista belga Justo Lipsio, y desarrolla su interés por las cuestiones filológicas y filosóficas, y su afición a Séneca y los estoicos. En diversos testimonios del tiempo se hallan referencias a su ingenio, a su defecto visual y a su cojera. Poco hay, en cambio, sobre su vida amorosa y más detalles de sus actividades al servicio del Duque de Osuna. Siguiendo a la corte, en 1606 se instaló en Madrid, donde continuó los estudios de teología e inició su relación con el duque de Osuna, a quien Francisco de Quevedo dedicó sus traducciones de Anacreonte, autor hasta entonces nunca traducido al español.
El duque de Osuna
En 1613 Quevedo acompañó al duque a Sicilia como secretario de Estado, y participó como agente secreto en peligrosas intrigas diplomáticas entre las repúblicas italianas. De
regreso en España, en 1616 recibió el hábito de caballero de la Orden de
Santiago. Acusado, parece que falsamente, de haber participado en la
conjuración de Venecia, sufrió una circunstancial caída en desgracia, a la par,
y como consecuencia, de la caída del duque de Osuna (1620); detenido, fue
condenado a la pena de destierro en su posesión de Torre de Juan Abad (Ciudad
Real), y luego encarcelado en Uclés, para ser reintegradoa la Torre, en donde hacía tiempo que
mantenía un pleitopor sus derechos de
señorío sobre la misma. Sin
embargo, pronto recobró la confianza real con la ascensión al poder del
conde-duque de Olivares, quien se convirtió en su protector y le distinguió con
el título honorífico de secretario real. Pese a ello, Quevedo volvió a poner en
peligro su estatus político al mantener su oposición a la elección de Santa
Teresa como patrona de España en favor de Santiago Apóstol, a pesar de las
recomendaciones del conde-duque de Olivares de que no se manifestara, lo cual
le valió, en 1628, un nuevo destierro, esta vez en el convento de San Marcos de León. Pero no tardó en volver a la corte y continuar con su actividad política, con vistas a la cual se casó, en 1634, con Esperanza de Mendoza, una viuda que era del agrado de la esposa de Olivares y de quien se separo poco tiempo después. Problemas de corrupción en el entorno del conde-duque provocaron que éste empezara a desconfiar de Quevedo, y en 1639, bajo oscuras acusaciones, fue encarcelado en el convento de San Marcos, donde permaneció, en una pequeñísima celda, hasta 1643.
San Marcos de León
En la noche del 7 de diciembre de 1639, tres semanas después de que en Madrid se tuvieran noticias del desastre sufrido por la armada en la batalla de las Dunas, dos alcaldes de la corte se presentaron en el domicilio del duque de Medinaceli, donde vivía en calidad de huésped don Francisco de Quevedo y Villegas. mientras el poeta se vestía, los oficiales registraron la casa buscando papeles comprometedores. Luego, lo metieron sin contemplaciones en un coche que esperaba fuera y que lo condujo al puente de Toledo. Allí se hicieron cargo otros oficiales que lo introdujeron en un segundo coche. En la oscuridad. el extraño cortejo, fuertemente custodiado, se dirigió camino de León. En el convento de San Marcos de esta ciudad, Quevedo permaneció encarcelado cerca de cuatro años, para salir en junio de 1643. En completa soledad en una celda húmeda, donde habría muerto de hambre y miseria de no haber sido por el apoyo y los ánimos que le dieron su patrón el duque de Medinaceli, que también fue desterrado de Madrid unas semanas después del poeta. Los papeles incautados en casa del duque fueron trasladados a casa de José González, de la Cámara y Consejo de Castilla, que era confidente del conde-duque. Dos fueron los principales cargos que se hicieron a Quevedo: vilipendiar al gobierno y estar en contacto con el enemigo. De ellos era más fácil de probar el primero que el segundo. Existe una tradición que lo asocia a dos poemas satíricos, una glosa del Padrenuestro y un Memorial dirigido a Felipe IV, que según se dice, el rey encontró oculto debajo de su servilleta en diciembre de 1639, y que se presentaba como causa inmediata de su arresto.
Retablo de la Iglesia de La Torre de Juan Abad
Cuando salió en libertad, ya que la salud muy quebrantada, se retiró a la Torre de Juan Abad, y de aquí a Villanueva de los Infantes donde murió el 8 de septiembre de 1645. Se
interrumpe la correspondencia desde el 31 de mayo de 1639, en que está en
Madrid, hasta el 25 de septiembre de
1643. Estuvo en la cárcel desde diciembre del 39, hasta junio del 43. Tres días
antes de su muerte se despedía de esta vida con estas palabras a D. Francisco
de Oviedo: “¡Dios me ayude y me mire en la cara de Jesucristo!” Don Sancho
Don Sancho de Sandoval y Negrete, nacido en Beas de Segura en 1580, el mismo año que Quevedo. Era hijo de Francisco de Sandoval y de Ana María Guerrero Sandoval. Nieto de Sancho Rodríguez de Sandoval y Negrete, que era hermano de Catalina Godínez y María de Sandoval, las fundadoras del convento de Beas. Sobrino por parte paterna de las monja Leonor del Salvador, hija de Luis Godínez y de doña Constanza de Sandoval (propietaria de una casa de labor en Arroyo), y Francisca de la Madre de Dios (muerta en 1645), hija de Sancho Rodríguez de Sandoval y de doña Leonor de Luna. También era familiar de Diego de Sandoval y Negrete que tenía una casa y labor en Ardachel, aquí en Arroyo
Escudo de los Sandovales de Beas de Segur
Se
casó con doña Leonor de Bedoya. Esta era hija de Hernando de Bedoya propietario
de tierras de labor en Arroyo e hijo de Juan de Bedoya y Bedmar, el que fundó
un colegio en Beas para niños pobres.
Escudo de los Bedoyas cántabros
Tuvo
dos hijos, don Juan y don Francisco. El primero de ellos era caballero de la
orden de Alcántara, hábito concedido en 1632, a los 8 años (ahn, oomm,
Alcántara, exp. 1390). Don Francisco lo era de Santiago (ahn, oomm, Santiago,
exp. 7577, concedido en 1663). Don Juan de Sandoval casó con doña Juana de
Eguiluz, nacida en Valdemoro en 1637. De este matrimonio nacieron tres hijos: Sancho,
Leonor y Fabiana Teresa, nacida en Valdemoro en 1660.
Orden de Alcántara
Don Sancho de Sandoval, era un hidalgo
y terrateniente andaluz, que vivió entre Madrid y Beas de Segura durante los
diez años que duró la correspondencia. Debía sentirse orgulloso de su relación
epistolar con tan afamado escritor, que tan buenas relaciones mantenía con la
Corte. Las cartas de Quevedo aplacaban, con sus noticias, el interés por
mantenerse informado del momento histórico que le había tocado vivir; su
apellido, Sandoval, le relacionaba con el clan Lerma, recientemente alejado de
la Corte con la llegada al poder del conde-duque de Olivares, y le sitúa en el
círculo de amistades y relaciones de Quevedo, aquellos nobles e hidalgos
descontentos con la política del valido. Quevedo era, además, su familiar político,
más o menos lejano, porque don Sancho estaba casado con doña Leonor de Bedoya;
Bedoyas y Quevedos procedían de la Montaña (valles del Soverón y del Besaya), y
eran de la nobleza antigua de Castilla. Parece haberlo utilizado, al menos, para promocionarse
en la Corte y conseguir el hábito de Calatrava para él, y el de Alcántara para
su hijo Juan, con un intervalo de cuatro años:
“ Memorial de Don Sancho de
Sandoval:Caballero de la Orden de Calatrava, por sí y Don Juan de
Sandoval su hijo,caballero de Alcántara, suplicando a su Majestad que
en tanto se determina lojusto sobre preceder la suya a la de Santiago,
en que tiene fortísimo derecho, las deiguales honras, asistiendo a
ambas juntas como a la otra en su Real Capilla, losdías de S. Benito y
S. Bernardo, y uno de los de la Octava del Corpus, en cualquierade los
Conventos de la Orden: y reseña los méritos de las dos Órdenes…, signatura
V/206/58.
EL
CONTENIDO DE LAS CARTAS
En
la primera carta fechada, casi como todas, en La Torre el 14 de enero de 1935,
después del saludo en el que deseaba
saber si llegó don Sancho con salud a su casa. Él se queja de los malos
aíres que se dan en aquel pueblo.
La Torre de Juan Abad
Le da noticias de lo que sucede por
Madrid, que no había novedad. Le cuenta que por mayo quieren enviar tropas a
Perpiñán, y estaban llamando a los caballeros para que fuesen subiendo. Le
decía que él que se excusara, que pagase la costas. Él estaba determinado, si
le llamaban a ir, que hecha la cuenta lo hallaba por ahorro, y viniendo un
librillo suyo que se estaba imprimiendo le remitiría uno a Don Sancho y otro a
su hijo Juan de Bedoya. Con esto se
despide besando la mano del hijo y su coletilla habitual de Dios a Vm. (Vuesa merced) larga
vida con buena salud como deseo.
La
segunda, más larga que la anterior en algo más de tres folios, la escribe cinco días después, el jueves 19 de enero,
fecha del tordo como él decía. Lo primero que hace es darle las gracias por el
aceite: “No quiere Vm. que me pierda por
falta de aceite como las vírgenes locas. Yo quedo de manera ungido por su
liberalidad de Vm. que puedo temer visitas de lechuzas. He dado grande alegrón
a los Candiles, y ensaladas”. Don Sancho
le había mandado, además de aceite, higos y granadas.
Le
cuenta una anécdota que le pasó cuando llegó el criado de don Sancho con los
regalos. Don Lesmes Churrillo estaba metido en un conflicto con deshacerse de
una venta fraudulenta que le habían dado de losas de sepultura y trompas de
París y para deshacerse de estas últimas, esperaba a que los niños saliesen de
la escuela y se las cambiaba por almuerzos y sombreros. Siendo el padre de uno
de ellos tundidor le dio una buena paliza a palos y pedradas.
Le
cuenta que el tiempo era muy lluvioso. Y le notifica que lo que le importa es
vivir en cuanto al cuerpo y vivir bien
en cuanto al alma.
Las noticias de Madrid que le llegaban sobre
la invasión de Francia ya le ponían perpetuo silencio con el parto de la reina,
que según le escribían, le daban ya dolores, preparándose galas y fiestas.
También por este motivo se preveía muchas jubilaciones en el Consejo Real.
Se
excusaba, por la mala condición del tiempo, de no ir con premura a obedecer a
don Sancho y a besar la mano de su hijo,
Juan de Bedoya “y a que mi Srª d. Leonor
reconozca en mi un criado suyo un apasionado servidor y amigo de Vm”. Le decía queel mensajero de don Sancho había pasado el día anterior a medio día a
Infantes y que lo estaba esperando con
cuidado, porque le dijo que volvería a medio día y eran las cinco de la
tarde y no había vuelto de llevarle al
alcalde mayor una arroba de aceite.
También
le comunicaba que el oidor se había ido
de Infantes con su mujer habiendo puesto a la venta su casa y sus bienes, la
muletada y la yeguada.
De Madrid
le escribían que al marqués de Leganés le habían dado orden de que volviese a
París con una embajada, acompañado del duque de Medinaceli, para tener repuesta
sobre si había paz o guerra con Francia.
El marqués de Leganés por Rubens
Para
terminar, le decía que dejando la escarapela se iba a ver cómo le hacían el
pozo de nieve. Acababa de llegar de Villanueva de los Infantes con calentura y
malo de una pierna que se había lastimado a entrar en Villanueva. La
tercera carta fechada tres días más tarde, el 22 de enero le cuenta el estado de ánimo que tan afligido
estaba por las noticias que venían de Madrid, una de ellas por el duque de
Medinaceli, sobre la muerte del duque de
Lerma. También se quejaba de la mala Pascua que había pasado por la desgracia
de D. Juan Herrera que había perdido toda su fortuna y la dicha que tenía al
escaparse estando preso. “Tan digno es de
notoria consideración que un hombre vaya a una comedia en busca de
entretenimiento y halle su total ruina y en palacio la afrenta, donde aún no se pudo imaginar
tan ciegos pasos da el sexo humano”. Él se convencía de lo bueno que
era vivir en aquellas “Chozas”, don Sancho atendiendo a la hacienda y él en
acabar un pozo de nieve que llevaba en buen estado.
No
pensaba moverse de la Torre hasta marzo que iría a Madrid. Otras
noticias que le mandaba era sobre el marqués de Santa Cruz. Este había
desembarcado en Cartagena y había ido a Vva. de los Infantes de paso para Santa
Cruz y el Viso en donde estaba. Este le extrañaba por no haber ido antes a
Madrid. Estaba también esperando a su oidor que estaba en Almagro, para ver y
asistir a los arbitrios de lo que pidiese porque todo era menester.
El marqués de Santa Cruz por Van Dyk
La cuarta carta la firma en el lugar habitual el 12 de febrero de 1635 con la despedida normal y la inclusión en ella del besamanos a don Juan de Bedoya, el hijo de su amigo. En esta le notifica que hacía 15 días que había recibido la carta del Presidente de las Órdenes en asuntos referentes a él. También le dice que quiso partir para Beas ”el tiempo no solo es divorcio entre unos y otros lugares, sino entre uno, y otro aposento de una misma casa”
Se queja de que no puede atender a las orden de servir
a su majestad como es quisiere y le pide al ayuntamiento de la Torre que le
pague lo que le debe, unos 10.000 ducados. Pero la villa era tan pobre que no
podía devolvérselos. Decía que se hallaba tan pobre que no podía vivir en otro
sitio y por eso vivía en aquel retiro, al no poder servirle con lucimiento,
como él deseaba, ofrecía su persona para
servirle en la parte y en la suerte que le mandara: “Para lo que estaré a prestado cumpliendo con las obligaciones de mi
sangre de vasallo y criado de su Majestad. De Dios a Vm. larga vida con buena
salud como deseo en La Torre.
Le da noticias de Madrid como las abundantes
galas el bautizo de la Infanta que la
llevó el conde de Niebla para que la bautizara el cardenal Espínola.
Cardenal Agustín de Espínola, arzobispo de Sevilla
Decía que
se preparaban justas para las Pascuas. Otra que el marqués de Leganés había
venido de Francia quejándose del Cardenal Richelieu por su tratamiento que tuvo
con él.
El cardenal Richelieu
Le contaba noticias de los tercios, como el de don
Martín Idiáquez, o como habían llegado de Flandes los marqueses de Celada,
Caracena y el de Fuentes y otros caballeros como Sarmiento, “que ahora se llaman fulanos y zutanos, y
suelen arrebujarse en un etcétera, que es envoltorio de los demás”
Hacía
ocho días que había tenido una carta del duque de Medinaceli.
Le hablaba para acabar del tiempo que hacía a primeros
de febrero del aquel año: “Si el sol que
se ha hecho mortecino se acuerda de que es sol yo lo iré a oír. Aquí está la
lumbre mojada, y los candiles que suelen llorar sudan” La
quinta carta fechada el 13 de marzo de 1635, en la Torre, empezaba lo misma que acababa la anterior,
hablando del tiempo: “Si allá abajo ha
hecho el tiempo que acá arriba no tengo necesidad de disculparme en no haber
ido a besar a Vm. las manos ni haberme
limpiado de esta Choza. El tiempo se ha vuelto loco, dijera que estaba
borracho, espero alegar a que no gasta otra cosa sino agua”.
Le narraba lo que sucedía por el pueblo de la Torre a
causa de un cura: “lo más honesto es ser amancebado público, con todo el escándalo, y
aparato de rufián, cuchilladas resistencias, y pistoletazos, encubridor de
ladrones, y de hurtos, inducidor de testigos falsos, y otras tales
curiosidades, en razón de esto está descomulgado todo el Ayuntamiento y la
mitad del pueblo de participantes y anda en Granada el auxilio de la fuerza y
como en todos los demás lugares ahora se oyen sermones, y de misereres, aquí
Anatemas, Sodomas, y Gomorras”. Todos estos revuelos le obligaban a partir
a toda prisa, al día siguiente, para Madrid, para remediar el revuelo de la
villa y pedir que castigasen aquel cura
quitándole la villa.
También las noticias de la corte y
relacionadas con el gobierno del Imperio eran en estos días novedades que daba
a su amigo. Como que a su gobernador le habían dado el corregimiento de Méjico
por 6 años y ocho mil ducados por año. Otra que el duque de Veragua hacía 12
días que había pasado por su casa camino de Madrid avisado por el Rey. El duque
de Medinaceli dentro de 20 días debía estar en Madrid para ocupar su coronelía.
Los reyes, le dice, el día que la
reina salió después de su paritorio, fueron al Buen Retiro habiendo, grandes
fiestas en aquel palacio e incluso con fieras. Y establecieron relaciones
cordiales entre los dominicos y los jesuitas.
De Alemania había buenas noticias,
el rey de Hungría había tomado una plaza
inexpugnable a los franceses. En Flandes se daba muestra de simpatía al
Cardenal Infante que defendió Frejelingas de un ataque de los rebeldes
flamencos.
El Cardenal-Infante, D. Fernando
El duque de Fernandina estaba en
Madrid con una amistad muy íntima y confidente con del Conde-Duque.
Le comunicaba, así mismo, que el
gobernador de Infantes le había ordenado que diese un pregón anunciando que
cualquier persona que llevare y
sustentare por un año 25 soldados viejos
en Perpiñán, se le daría de merced un hábito.
Luego hablaba de sí mismo, diciendo
que dentro de 15 días estaría de vuelta de Madrid en La Torre y en Beas: “Y con las golondrinas por fiadores podremos
andarnos por esta tierra, y por esa, y créame Vm., que aquí se vive uno para sí
mismo todo el día, y en Madrid ni para sí ni para otro”.
Le cuenta que ha acabado el Teatro
de la Historia, Obra Grande Política y
Ética. Le habla de la Censuray
los problemas que tienen con los padres
y doctores de la iglesia encargados de ella: “El que aplica alegoría de la Víbora a quien los hijos para nacer roen
las entrañas, no hierra si bien Sánchez el Brocense se burla de ello y lo
contradice por fabuloso, y hay autor que yo tengo aquí que afirma haber visto
parir una y ser mentira, y que Plinio con no entender el lugar de Aristóteles,
introdujo este sueño, y no por eso es reprehensible la alegoría que en aquella
conformidad se lee en muchos Santos, y
muy frecuente”.
Iglesia de La Torre
Se despide diciendo que ha sido
Gaceta y corresponsal con él y que le perdone “que si no mete paz la fecha, ande arrastrar los renglones, a las planas
y por los lodos quiero en faldar esta". La
sexta carta fechada ocho meses más
tarde, el 13 de Noviembre de 1635 en La Torre.
Empieza excusándose de ir a visitar a Don Sancho por no atreverse en esa época
en viajar por su salud.
Le comunica, que con el portador de
la carta le remitía una que escribió al Rey de Francia respondiendo a un
Manifiesto que este rey escribió, y que se lo llevaría cuando lo visitara en
Beas. La
carta séptima, fechada el último viernes de noviembre de 1635. Para dar la excusa en su tardanza de
visitarlo, le dice que necesita contarle la historia de ello. Cuenta que dentro
de un par de días se encontrarán los dos en Infantes, don Sancho estará allí
entre ocho y diez días y él unos ocho días. El
tiempo que don Sancho tendrá la litigar con tramposos y que él está muy
ejercitado y con los plazos ya cumplidos no cobraba "sino enfermedades de las voces y cóleras que me ocasionan los deudores".
Vuelve en esta carta a dar noticias que le llegaban a
él de la Guerra de los Treinta Años. De buenas nuevas sobre el levantamiento
con grandes pérdidas de estos del sitio de Valencia del Po. En Alemania el Mos
de la Forza y el cardenal de la Valeta huían del ejército imperial que ya entraba en Francia, y que le rey de Francia pedía la paz por mediación del Papa. En
Flandes donde estaba nuestro duque (el
duque II de Lerma) era grande la gloria
de las armas y las mejoras que se esperaban mayores. Aquí todavía no se sabía nada de la muerte del II duque de Lerma. este había muerto por aquellos días, el 11 de noviembre de 1635, a los 37 años, en Flandes.
II Duque de Lerma
Otras noticias de conocidos como el recién nombrado
conde D. Juan de Chaves y el duque de Medina de las Torres sobre pleitos de
pruebas de hidalguía, que ellos apadrinaban. En la villa donde
residía, La Torre, por aquellos días, acudió un tal D. Gil de los Arcos para
restaurar la milicia, lo que hizo con rectitud y con el agrado de todos los vecinos. Contaba que tenía
lástima de este personaje, porque la merced que le hicieron por ir de pueblo en
pueblo con su tarea, era de 150 ducados, "que
hará harto si la ve cumplida a ducado por año".
Hablaba de la
herencia recibida por el hijo de don Sancho, Don Juan, que la dejaba para
solicitar la memoria. Él tenía sus dudas sobre lo mejor conveniese para el
asunto que llevaban entre manos: “Vm.
verá lo que más le convenga y eso será
lo mejor, que realmente la hacienda asistida es dos haciendas y dejada ninguna,
yo lo aseguro con mi experiencia”.
Le contaba que deseaba besar las manos de d. Juan para
que conociera en él a un pariente y un amigo que "por la edad le puedo servir de pasante".
Se va despidiendo dándole los parabienes sobre los
productos que don Sancho le envió: “la
golosina puede apetecer muy pródigamente, las mejores aceitunas, y granadas, y
ciruelas, e higos, y nueces y orejones que pueden ser, tengo para comer y para imitar a Vm. en dar, y sobra para la
ostentación de lo demasiado, tal es Vm. en su retiro. Yo aquí alimentado de Vm.
me hallo destituido de poderle hacer repuesta política, y de buen sabor, y
quedo cuidadoso, entre libros, y andrajos, y cachivaches”.
Acabando la carta le dice que le va remitir unos vestidos
o sayages, que le envió la duquesa de Medinaceli: “es más propio para que mi señora d. Leonor le lleve a la huerta, que
para estar sobre el poder de unos sayages. Vm. le apadrine, que haber sido de
tal dueño le dispone para que vaya decente, el barro es tierra sigilada, y
piedra bezoar (berrocal), que para la salud y el olor son prerrogativas”.
Escudo de los Medinaceli
Se despide rogándole que
abogue por él y besando la mano de doña Leonor y finalizando con la coletilla
habitual en todas las cartas: “y Dios a
Vm. larga vida con buena salud, como deseo". La
carta octava, fechada el 11 de diciembre de 1635, en el lugar habitual. Empieza dándole noticias, que estando
para ir a visitarlo, le llegaron de Madrid
28 pliegos de cartas que le obligaron a escribir ocho días con sus noches
y a remitirlas con urgencia la repuestas. “He
querido avisar a Vm. por haber señalado el ir a besar a Vm. su mano mañana,
para que tenga lástima a la tarea de mi vida, que me tiene en una choza
amarrado a cuidados ajenos”.
De nuevo le da a conocer noticias de la guerra europea
en la que estábamos involucrados. D. Diego Mexía había llegado a la isla
Margarita de Francia que habían ganado y fortificado Villafranca y Santa Cruz.
El ejército francés de Mos de la Forza y
el Cardenal de la Veleta habían presentado dos veces la batalla al
ejército imperial de Galosso y este no la había aceptado. Que el ejército sueco
con 20.000 hombres entraba en la Pomerania alemana por las paces que habían
hecho con los polacos, “todo esto me
duele”.
El general imperial Galasso
De Flandes se decía que el enemigo atacaba Esquenque
donde se alojaba el Cardenal Infante con 6 mil hombres y había fortificado
Genape. Por la Picardía francesa, el general imperial Mos de Valanzón la
recorría quemando muchas aldeas y desgastando las tropas francesas de aquella región.
Noticias de la corte decían que el rey se había
hallado en tres juntas de diferentes ministros, la 1ª del Reino, la 2ª del
Consejo Real y la 3ª de ministros de todos los Consejos. En Madrid se
levantaban compañías de españoles y en Vva. De los Infantes quedaba levantada
una compañía. Y otras noticias sobre pruebas de hidalguía que se celebraban en
Toledo.
Se despedía con una de las más usuales cortesías: “A mi Srª d. Leonor beso la mano y al Sr. D.
Juan. De Dios a Vm. larga vida con buena salud y le aparte de todo mal”.
Al final de la firma añadía una nota sobre que el
duque de Medinaceli despidió a un tal Saravia y siguió con el pleito con el
conde de Cifuentes. En la carta novena, fechada en La Torre el 25
de enero de 1636, comienza hablando de sus problemas
cotidianos, como hacer un huertecillo en el patio de su casa para sacar del mal
estado en que se encontraba el corral. Le pedía a su amigo un par de posturas
de laurel, de unas peras que se hacían en estas tierras tan altas como los
olivos, peras bergamotas y de ciruelas de fraile. Le convenía que el portador
se las pudiese traer y si no que don Sancho las tuviera preparadas y el enviaría a por ellas. Más adelante le
suplica que le mande unas posturas de durazno, que se le había olvidado.
Da noticias del
trasiego de gentes que pasan cerca de su hacienda, como la gente de la flota
con carros con tigres y alfombras de la
China y colgaduras para el Buen Retiro, que enviaba desde el Perú el conde de
Chinchón: “Los tigres se van comiendo
unos a otros, y el Comisario es el verdadero tigre. Anda tres leguas en doce días, y aquí ha estado tres dándose a
tigres". También había pasado, el
día que escribía, por allí el marqués de la Flor, "que ya a falta de lugares hay marqueses de Ramillete, y de Legumbres.
Este es don Diego Zapata de Cárdenas a quien conozco desde que nací y ahora 22
años en Sicilia, era conservador del patrimonio y tenía 58 años, y ahora va a
las Indias con un gran gobierno, vea Vm. cual gobierno tendrá quien piensa
llegar con esta edad no digo yo a
Campeche sino a Sevilla".
El Cardenal Borja
El cardenal
Borja estaba ya en Madrid. A Cantillana lo habían cambiado de prisión, de
Montánchez a Santorcaz. Su yerno estaba huido en casa del embajador de
Inglaterra y don Juan en el de Alemania. Otros le habían escrito que este
último estaba ya en Inglaterra. El marqués de Medina de las Torres se iba muy
de prisa, con muchas y ricas libreas camino de Nápoles. Terminaba, antes de la
despedida, que no tenía más chismes. La
carta décima, fechada en el lugar habitual un miércoles de 1636 de finales de enero, sobre las buenas
nuevas que le llevaba el criado de don Sancho. Las cartas que le remitió este,
se las había dado al maestro Patón.
Le da la triste noticia de la confirmación de la
muerte del segundo duque de Lerma, su
duque, y que la noticia venía en una carta, vía Lisboa y en una gaceta de
Francia y que el duque de Cardona, su hijo y nuera se habían puesto de luto. El
duque del Infantado había puesto demanda a lo de Lerma y Denia y que el Consejo
había mandado al comendador de Denia no dar posesión sin su orden a nadie. Se sentía Quevedo triste
y melancólico con esta noticia de la muerte de su “duque”, aunque todavía no
había llegado ninguna noticia sobre el hecho
desde Flandes: “si hubiere novedad
luego avisaré a Vm., y quiere Dios sea con la nueva que yo deseo”.
Palacio del duque del Infantado
Se alegraba Quevedo
de que D. Juan, hijo de don Sancho, estudiase, “que es ejercicio necesario para saber
ser quien es, y quien son los otros
que no importa menos, y es dignidad, y prerrogativa para cualquier
estado, hoy es solo el camino de la Grandeza y el superior”.
También le notificaba que allí donde residía, La
Torre, no había llegado el juez que tenía que establecer las paces en aquella
villa.
Las Pragmáticas de los coches sillas y literas en
muchas partes, pero en Madrid todavía estaba en suspenso. También agradecía al
rey que había tratado a los procuradores de Cortes como se merecían, "vasallos que regatean y dificultan el
conceder cuanto se les pide". Se decía que su Majestad quería quitar esos
votos de Cortes y que se redujesen a sus
órdenes.
Termina con la despedida habitual y con el besa mano
de doña Leonor y deseando un descanso en paz para don Pedro Díaz Romero, “que fuebuen criado y hechura del duque de Lerma”.
La
carta undécima, fechada en La Torre el 3 de febrero de 1636, la encabezaba dando la noticia de la llegada a
La Torre de una compañía de Beas en la que iba un tal Alonso González que era
criado de don Sancho. Le contaba que el capitán junto con los alcaldes había llegado hasta él,
Quevedo, con algunas necesidades. Y él mirando que era compañía de la villa de
Beas, dio órdenes de que se le ayudase. Le contaba que la compañía era de muy
buenos hombres, de lo que se holgó de ver algunos conocidos, y el capitán decía
que era buena persona. También estaba
aguardando cartas de Madrid y por lo tanto hasta que no las viese no podía
contarle nada más.
En
la carta duodécima, fechada igual que la anterior el 19 de febrero de 1636, le confirmaba la muerte del Duque de
Lerma. En una carta del príncipe Tomás le decía que había mejorado a la hija
mayor en el tercio y en los quintos en bienes libres. Y que murió de mal de
orina. “Dios le tenga en su Gloria y
consuele a Vm. y a todos los que son hombres nobles en España, que no se ha
visto otra lástima tan grande”. Decían que se aguardaba carta del Infante,
pero ya lo tenían por cierto y que estaban preparando a su Señora Duquesa para
tal trago.
Se despedía pidiendo
consuelo por dicha muerte de un personaje tan
importante: “Dios nos consuele y
guarde a Vm. como deseo, en vida de mi Srª doña Leonor cuya mano beso con la de
todos esos señores”...
En una nota al final de la página le recordaba los
aguaceros producidos en Valladolid y Burgos. Y sobre las cartas de don Sancho
que llegaron a su destino como él lo mandó.
En
la carta decimotercera, fechada el primer jueves de Cuaresma de 1636, decía que el correo no había
llegado, solo una carta de un tal Caballero primo de Sr. D. Juan de Isasi,
diciendo que el marqués de Mirabel había tenido una carta del secretario del
príncipe Tomás y que no le decían nada de la muerte del duque de Lerma (nuestro buen duque) y por tal motivo
todos tenían muy buenas esperanzas.
Le escribían sobre noticias de política internacional,
el rey de Inglaterra había armado 40 galeones de guerra y que los holandeses le
habían vendido el Brasil. Cosa que él veía muy extraño.
Del rey de España le contaban que iba de jornada a
Barcelona y a Aragón para que se jurara al príncipe como heredero. Aunque el
Consejo de estos reinos no habían publicado todavía la pragmática, pero estaban
aguardándola cada día.
El malogrado príncipe heredero Baltasar Carlos
Se despedía besándole las manos a don Sancho por el
regalo de la tabaquera que era admirable.
En
la carta décimo cuarta, fechada el 6 de marzo de 1636, trata en toda ella sobre los funerales del duque de
Lerma, los que mandó hacer don Sancho en Beas y otros importantes personajes
españoles. El duque enfermó en Jenepe cerca de Esquenque (Schenkenschans). Quevedo
todavía no sabía de que faltaban en aquellos tiempos 54 días (30 de abril) para
que Esquenque cayera en manos del ejército rebelde de Federico Enrique y que
ocho días de escribir esta carta, el Conde-duque le escribía al Cardenal
Infante: “Sin Esquenque no hay nada,
aunque se tomase París, y con él, aunque se pierda Bruselas y Madrid, lo hay
todo”.
Federico Enrique
Le notifica que le hará traslado de una carta de D.
Francisco de Pedroso, donde cuenta todo lo referente a la muerte del duque de
Lerma. Le dice que el sentimiento era grande
y el conde de Altamira tío del difunto duque, al que también le quedaba
poco tiempo de vida, moriría el 15 de septiembre de ese mismo año, mandó decir
y pagar 10.000 misas. El duque de Medinaceli otras 10.000 misas y creía que
haría sufragios toda su vida. Se refería también a la
persona del duque muerto: “Como la
persona del Duque fue particular y transitoria y la casa es perpetua los de la
casa deben asistir a la casa, y varón de
ella y los que ya somos aficionados. Vm. en esto se gobernará mejor que yo, se
lo puedo advertir”.
En
la décimo quinta carta falta el mes (marzo), 27 de 1636, en el encabezamiento le notifica de una carta que
recibió de un amigo en común, para don Sancho, con la relación del bautismo del
hijo del duque de Medinasidonia. Este amigo era don Alonso siervo del nombrado
duque. La carta, Quevedo decía, que estaba muy bien escrita y que hasta ese día
no encontró a nadie para llevársela a don Sancho.
A continuación le da
noticias de las luchas contra Francia en la frontera vasca. Le cuenta en ella
como entraron los vizcaínos antes que los navarros y aguardaron después a los
guipuzcoanos de pasar el rio Hendaya “con
el agua a los pechos para tomar el lugar de Uruña entrando los hombres por una
puerta acuchilladas y trescientas mujeres que los seguían por otra con asadores y piedras y palos y
estas hicieron grande estrago, saquearon
el lugar y le pusieron fuego”. Le explica con todo
detalle la campaña del sur de Francia en
que destacaba la toma de San Juan de Luz, quedando a legua y media de Bayona
que estaba bien fortificada y que los navarros se habían retirado por falta de
víveres. En otro frente de esta
guerra, le notificaba un confidente de Francia, se enfrentaron las tropas
francesas mandadas por el Cardenal de la Veleta y el conde de Weimar, contra
las imperiales al mando del conde Galasso. Se decía que fue grande la mortandad
y que estaba dudosa la victoria, que había muerto en la batalla el Cardenal de
la Veleta y herido preso por los
alemanes, el conde de Weimar. El general imperial Galasso cayó preso de los
franceses. También le dada noticias
de la Corte española, como la entrada de la princesa de Cariñán en Madrid. Que
salió a recibirla en Conde-Duque hasta una legua de Madrid. Que el Rey la
esperó en la ermita de Santa Barbara del Buen Retiro metiéndola en su coche, al
lado de la princesa, a caballo, iban una hija y dos hijos, uno a cada estribo y
en una litera otros dos hijos. Se alojó en el palacio real muy agasajada por
los reyes. Otro día asistió a una comedia bajo dosel con ellos, al lado izquierdo
de la reina entre dos almohadas. Vuelve otra vez sobre el difunto duque de Lerma. Que en el verano se informaría de los procedimientos y acciones de "nuestro duque de Lerma que goza de Dios", desde que salióde Madrid con el gran general, marqués de Espínola hasta que murió. “Todo lo he escrito y nada me ha sido de más consuelo y creo será de grande estimación a los que vendrán, el leerlo y de igual mancilla” Se despedía así: “Alumbre Dios con bien a mi señora doña Leonor para que yo tenga más señores y parientes a quien servir y de Vm. larga vida con buena salud como deseo. A esos señores beso la mano. Al Sr. D. Pedro Pretel leerá Vm. estas nuevas y si me da alguna tregua la cobranza de estas trampillas, yo seré con Vms. en esa villa”.
María de Borbón, princesa de Cariñan
Por lo que se notaba de aquí, la familia de don Sancho
estaba a punto de crecer con un miembro más.
En
la carta décimo sexta, fechada el 2 de abril de 1636, se congraciaba de la vuelta de don Sancho por una
comunicación de D. Gil de los Arcos. Y él se quejaba de su mala salud: “Yo estuve toda la Semana Santa y Pascua en
la cama de un callo que corté de que me resultó
grande dolor en un pie y de calenturas, ya Gloría a Dios estoy bueno y
en pie”.
Otras noticias que daban, era la muerte del duque de
Medina Sidonia acaecida el 20 de marzo de ese año que fue Viernes Santo y él le
escribió a la familia dándole el pésame.
También le notificaba que el Martes Santo estuvo en su
casa de la Torre el conde de Cabra que iba llamado a Madrid, para que fuese a
defender la tierra de Murcia y Cartagena: “Supo
que yo estaba en la cama, vino a verme y estuvo se conmigo tres horas y aquella
noche le dieron cámaras de sangre con una gran calentura con que se volvió a
Cabra con harto cuidado y yo quedé con él”.
Gonzalo Fernández de Córdoba, hijo del conde de Cabra, en la batalla de Fleury
En
la carta décimo séptima, fechada el 5 de noviembre de 1636, empieza notificándole su regreso de Madrid a la
Torre y en el estado que llegaba de su viaje: “Vine en coche en seis días caminando sin dormir ni comer. Tan anegado
como si viniera nadando”.
Una de las nuevas que traía de la capital era de la
guerra con Francia en el País Vasco. 3 mil guipuzcoanos habían entrado en
Francia por el río Aldaya, al mando de
ellos iba el gobernador de aquella costa don Diego Sarmiento y Carvajal. Y 10
mil navarros entraron por los montes con
d. Francisco de Irrazavala.
Le contaba también
los festejos que se le daban a la princesa de Cariñán.
Le notificaba la noticia de que hacía ocho o diez días
había estado el Cardenal de Borja en ese
lugar y la duquesa de Cardona con tanta gente que no cabía ni en su casa ni en
todo el pueblo y tuvo que el Cardenal irse a Villamanrique.
Cuando salía de Madrid se iban a recibir al duque de Lerma, al marqués de Povar y a D.
Luis de Haro.
Luis de Haro
Otra noticia, que el gobernador de Vva. de los Infantes era muy buen
caballero y estaba casado con la nieta
de la condesa de Salvatierra y era mozo y rico. En
la carta décimo octava, fechada el 26 de diciembre de 1636, felicitándole a don Sancho ya a su mujer, doña Leonor, las pascuas.
Quevedo se quejaba del tiempo y de la poca luz que había en el cielo, nublo y
con nieblas.
Las noticias de a guerra europea iban mal para el
Imperio. En la Picardía, el Cardenal Infante se había retirado a Bruselas. En
Alemania los suecos llevaban la delantera en Sajonia y Brandemburgo. Y se había
perdido una nave de la India de Portugal.
Duque de Medina-Sidonia
Acababa con que una carta del duque de Medina Sidonia
que le había enviado para remitírsela a Don Sancho y que no había tenido con
quien mandarse hasta esos días. Porque
en 27 días no había llegado ningún coche de Madrid, y habiéndole ahogado dos
mulas en el camino. La
décimo novena carta, fechado dos días después de la anterior, comenzaba con que le había remitido la carta
del duque de Medina Sidonia con uno que llevaba vino de la Membrilla para el vicario de Beas. Y lo volvía a
felicitar por las Pascuas y año nuevo y darle las gracias a don Sancho y a su
hijo don Juan.
Volvía a quejarse del
tiempo: “Yo señor tengo anegada la que va
de esta casilla. Ya mes y medio, que no he salido sino a oír misa los días de
fiesta nadando”. Noticias que le llegaban de Madrid de que había muchas casas
en ruinas y gente ahogada: “Aquí llegó
ayer un hidalgo de Cáceres de Adán por haberlo desnudado Guadalen y ahogándole
la mula y hurtándole la maleta”. Daba nuevas de las guerra
europea que ya le había dado en la carta anterior y aquí añadía que su Alteza (el
príncipe Tomás) castigaba a los capitanes que se habían rendido, tener un
sueldo del ejército. Enterándose de esta noticia la princesa de Cariñán, esposa
del príncipe Tomás, estando con la reina se retiró a su aposento con gran
sentimiento por la derrota de su esposo.
El crédito de este príncipe empezaba a estar en entredicho.
El príncipe Tomas
Quevedo le hacía esta reflexión: "Sr. Don Sancho quien pelea con armas auxiliares es como el que anda con muletas que suplen mal los pies a costa de sus brazos y sus manos, que se mueven si las mueven que ni pueden alcanzar ni retirarse y siempre en que las lleva es tullido y ellas nunca son pies". Otra noticia era la muerte de la Infanta, aquella que se le quiso casar conel futuro rey de Inglaterra: "que fue grande por entretener con una niña al Rey de Inglaterra lo que no se pudiera con ejército y armadas".
Carlos I de Inglaterra
Malas nuevas más
ampliadas de la guerra en Alemania, la guerra con los suecos en la que se
enfrentaron 30 mil infantes y doce mil de caballo del ejército imperial donde
murieron una gran cantidad de ellos, y no quedando al emperador más gente porque
Matías Galasso estaba sin nadie en la Borgoña. También se había perdido,
frente a Lisboa, una nave de la India. Se publicó la pragmática de los pliegos
sellados, uno de los mayores tributos que se habían visto. Al protonotario le hizo
el rey Consejo de Guerra. Los vizcaínos y navarros se retiraron del sur de
Francia dejando seiscientos hombres de presidio en el fuerte Uruña. Se despide, después de
sacar el tema de "nuestro duque", deseando
un feliz alumbramiento a doña Leonor y agradeciendo los "buenos trebejos de tabaco" que leenvía don Sancho.
En
la carta vigésima, fechada el 10 de marzo de 1637, esta vez en Madrid, con el consiguiente encabezamiento: “Quiere Dios, él sea bendito, que ya que en
la casa del Duque de Lerma, que está en Gloria, se acaban hijos, nietos y
biznietos, no sólo la varonía, sino las hembras, por su casa de Vm. se
multipliquen los Sandovales”. Le daba a continuación a
don Sancho el parabién por el alumbramiento de doña Leonor. Se queja de su
estado de ánimo y de las incomodidades durante el viaje y estando ya con salud
pero desconsolado por la partida del amigo en común don Alonso Mexía. Pregunta si ya habrá
recibido la carta de su majestad al llamamiento
hecho a todos los caballeros. Y el rey de Francia había entrado, con 14 mil infantes, en Navarra quemando otros lugares. Se estaba haciendo preparativos
para la defensa de aquellas tierras. El día anterior a esta
fecha hubo “sortija y faquín”. se
corrieron premios y el mismo rey participó en ellos. Hubo enfrentamiento en
estos juegos, entre el marqués de Cuellar y el de Aytona. En el desafío recibió
una herida pequeña en la mano y los criados se pusieron por medio hiriéndose
ellos y quedando presos en sus casas.
El marqués de Cuellar
Duque de Aytona
Al finalizar le comunica
su deseo de salir de Madrid e irse a
estas latitudes: “irme a ese rincón, de
donde en pocas horas podré irme a esa villa, cosa que tanto he deseado y espero
en Dios, tendré presto este contento”. Se dirigía finalmente a
don Sancho si podría servirle en algo de agente, procurador o de ayudante.
En
la carta vigésima primera, fechada también en Madrid el 7 de marzo de 1637, empieza con párrafo que no es
letra de Quevedo.
Después de algunas citas
clásicas y refranes como este: “Dios que lo quiso bien te de caballos, le
toma de su mano en el potro de Córdoba, que doma y no se de a domar”. Una de la curiosidades
que pasaban en la corte era que el marqués de Virgilio Marvesí le habían
encargado de escribir la historia de su Majestad: “Por ahora su ocupación es pedir de comer y curarse, que yo rio con él
mucho porque no bebe agua, que dice que le mata ni vino porque le destruye , ni
carne porque no la puede digerir, ni pan porque no le puede morder y está tan
flaco que parece esqueleto de cohete y admirándose de que yo como y bebo y tomo
tabaco y chocolate”. A continuación le da
nuevas de D. Juan de Isasi y de su
señora que estuvo algo delicada y Quevedo estaba muy agradecido de D. Juan,
porque todos los días lo visitaba en su posada. Sentía mucho no estar en
estas tierras para servir a don Sancho porque estaban llamando a armas y
caballos para servir al rey. En Francia entró el duque de Nocera en las tierras
que habían ganado los guipuzcoanos cogiendo el mando que le dejaba D. Diego de
Isasi.
Duque de Nocera
Los domingos, decía, se
corrían lanzas en el Retiro. El corregidor D. Juan de Castilla, marqués de
Montalvo, estaba preso por un desafuero que hizo con un alguacil de la Corte.
Contaba que con doce guardas lo llevaban a Montánchez, donde iban los que habían
de morir.
La
carta vigésimo segunda, la de Florencio de Vera a D. Sancho, fechada el 23 de marzo de 1637 en Villanueva
de los Infantes. Después del saludo, en el que le decía que era milagro no
haberse muerto con tantos embargos y enfados, le hablaba de los pleitos de don
Sancho que llevaba un tal don Sebastián y que Florencio le iba ir sirviendo
desde Infantes a Valdepeñas. Este le aconsejaba a don Sancho que se dejara de
litigios.
Carta
vigésimo tercera, fechada en la Torre el 23 de diciembre de 1637. Quevedo hablaba de salud, tanto de
la suya como de las calenturas, cuartanas, que padeció ese año don Sancho. Él
estuvo en Cogolludo muy malo, pero después de sanar de las calenturas estuvo
desde mayo a octubre tullido y rematado.
Pero con la salida de Madrid y llegado a sus posesiones de la Torre se
iba recuperando.
Palacio de Cogolludo
Se despide de manera habitual y felicitándole por la
Pascuas en compañía de su mujer doña Leonor.
Carta
vigésimo cuarta, en La Torre el 30 de enero de 1638. En el saludo se autotitulaba un caballero anticuado y
de pobre vivienda. Más adelante decía: “Vm.
hospede al humo que hace llorar y echa de su casa el duelo”.
A continuación le daba alguna referencia sobre
diligencias hechas por don Sebastián. El capítulo del Sr. D. Juan de
Chaves que rehusó. Un memorial que se
dio a su majestad de 14 capítulos. El conde de Oñate, contaba, estaba en
Madrid, pero nadie le veía ni salía de su casa ni asistía a presidir el Consejo
que en aquellos días lo hacía D. Antonio Luna. También, en aquellos días, según
parece, cayó en desgracia D. Francisco Antonio de Alarcón saliendo para
Badajoz.
Los asuntos de Portugal parecía que estaban sosegados,
Irazabal y las milicias de Calatrava se habían vuelto desde la raya de
Portugal.
Le escribían a Quevedo que un tal Rodrigo Jurado,
fiscal del Reino, había capitulado a todos los del Consejo Real, según el
poeta, debería estar endemoniado por hacer esto.
Las noticias sobre los temas de Europa eran que el
conde de Monterrey estaba en Milán y se creía que desde allí iría, a pesar
suyo, como plenipotenciario a Alemania. Lo de Italia estaba muy oscura, se decía que el rey de Francia
pasaría en persona y esto sería malo. Flandes estaba peor y que los estados que
se veían perdidos después de la toma de Breda para ver que podrán hacer y
representar a su Majestad para de su defensa. El Papa había descomulgado al
gran duque de Florencia (Fernando II de Médici) por una gravela (manojo) de
harina. Salieron apresumbrados de Roma los cardenales de Florencia (Carlos
Fernando de Médici) y de Saboya (Mauricio de Saboya).
El gran duque de Florencia, Fernando II de Médici
Su Majestad estaba en el Pardo y volvería para las
carnestolendas.
Le daba las gracias por un regalo que había recibido
de don Sancho y deseaba besar su mano en
breve en Beas, porque los días eran ya más largos y estaban en las puertas de
la primavera y su pierna se lo estaba ya asegurando.
Antes de despedirse, más noticias sobre Madrid. Habían
desterrado a D. Juan de Gaviria, a don
Francisco de Lerma y a don Antonio Portocarrero porque tenían garitos y porque
jugaban. Al marqués de Mirallo y al de Palacio por murmuradores y a una media docena de hombres más.
Carta
vigésimo quinta, fechada el 3 de febrero de 1638 en La Torre. Lo primero que hace referencia en ella sobre
unos naipes que le había traído un criado de Vva. de los Infantes.
A continuación sigue con las noticias de la Corte. El
fray Cirilo negaba haber dado el memorial contra el Sr. D. Juan de Chaves que
en la anterior carta hacía referencia. Terminaba las habladurías sobre este
asunto que D. Juan de Chaves que este le decía a su mujer que nos hiciese caso de aquellas habladurías y que su Majestad
nunca lo había tenido tan a bien y le aseguraban a Quevedo que el Rey le haría
a él y a sus hijos grandes mercedes.
Otras noticias de la alta sociedad eran que la duquesa
de Monbason se iba en breve a Inglaterra. A don Felipe de Silva que estaba en
Lombardía lo mandaban a Flandes como gobernador
de Amberes. Lo de Portugal no estaba acabado
Al despedirse le cuenta que el duque de Medinaceli,
que estaba en Sigüela con sus hijos, estaban bien de salud y que ya había
puesto la demanda al marquesado de Tarifa.
Carta
vigésimo sexta, fechada el 19 de marzo de 1638. Comienza ella: “Sea primero el parabién de cobrar aliento contra la cuartana que las
más veces cede a la primavera, y se enfurece con el desabrimiento del invierno.
Yo Sr. si bien mi achaque carga sobre cojera envejecida y sobre ella muchos
años que enviudo sin quietud, con esta herida que se me abrió este invierno y
con lo que purga me siento mucho mejor y sin miedo de otro impedimento”. Decía a continuación que
con la salud y cuentas y cobranzas
estaba amarrado a este capital lastimosísimo. Contaba que hacía cuatro
meses que el duque de las Torres era virrey de Nápoles. Monterrey se había ido
a Milán como escribió en otra carta, y a once de febrero le aguardaban en
Génova y Milán el príncipe Tomás de Cariñan (nieto de Felipe II, de su hija
Micaela)
Don Francisco de Melo, que estaba en Alemania como
plenipotenciario, estaba ya en España y en aquellos días habría entrado en
Madrid. En Sicilia era virrey el duque de Montalto, príncipe de Paterno y duque
de Alcalá. Le escribían a Quevedo, que le habían dado aquel virreinato al
marqués de Espínola, cuñado de don Diego Mexía. El de Cardona pidió licencia
para venir a Andalucía.
Las cardenales Spínola y Sandoval renunciaron a sus
iglesias con tal que se les diese con qué poder asistir en aquella Corte con
lucimiento. “Y el de Sandoval, que es
santísimo hombre, añadió que luego se le había de dar cuarenta mil ducados, que
debe en Roma. Y en España prosiguióse esto de suerte que se dio el Arzobispo de
Santiago al de Burgos y el de Burgos al Deán de Toledo y el de Jaén al
Patriarca. Y ni el Patriarca aceptó ni el arzobispo de Burgos, ni el Deán”.
El cardenal Sandoval, Baltasar de Moscoso y Sandoval
Lo de Portugal le decían que estaba en el mismo tema.
La duquesa de Saboya había dado dos plazas, las que había escogido a su hermano
el rey de Francia, que se temía que entrara en campaña para mayo. En Flandes
mejor.
En una posdata sentía “no poder ese verano gozar del buen sitio de la sierra y acompañar y
servir en él a Vm. a lo que me obliga una trampa que me hace un mal canónigo que
me compró una casa y me es forzoso servirle y enviar a Plasencia, donde está”.
La
carta vigésimo séptima, fechada el 12 de abril de 1638 en La Torre. Comienza con los parabienes mejores era los
de la buena salud. Le dice que lo tenía por respondido de la misiva que le
había remitido de don Alonso en que le remitía la repuesta del duque de
Medinaceli.
“Ya
juzgo a don Alonso sacerdote reverendísimo, que así me lo han dicho aquí y me
alegro mucho porque para la hacienda es retirarse de sisas o tabas y donativos.
El embusteros el más superlativo que se ha visto. El lleva una maleta atestada
de hábitos de Santiago, Calatrava y Alcántara. Habéis montesa paristus de San Esteban de Florencia, de San
Miguel de Francia, de San Juan de la Nunciata de Saboya y de San Antón. Y en
cada lugar es diferente caballero, diferente nombre y apellido y pariente, con
diferentes cargos y ocasiones de viaje. Los criados siempre van a delante y a
nerecio y el siempre solo. En todos los lugares
va vendiendo trigo, y cebada a la Tasa que libra en los que deja atrás 6
ó ocho leguas, porque hay tiempo para desparecerse. Sigues a su descripción la historia. Aquí
llegó sólo en su mula con su fardo de hábitos, y puesto uno de Alcántara.
Dijo era hermanos de la Señora
gobernadora de Villanueva, llamábase don Pedro Sarmiento, que iba con unas
pruebas a Córdoba. Preguntó por sus criados, dijéronle no habían llegado. No es
eso dijo, yo diré había de pasar a Levante y estarán allá, pues yo no pienso
cansarme aguarden los pícaros. Mandó el huésped diese recado a u mula,
fajose la cara con una bigotera.
Preguntó si estaba yo en el lugar, dijéronle que sí y dijo: es un gran
caballero hartose holgar de verme más.
Huésped chito y perdone el amigo hasta la vuelta que vendré con mi gente.
Preguntó a como pesa la cebada, dijo el mesonero que a 15 reales y no se
hallaba. Y el luego, algo le a de valer ser yo su huésped, si quiere treinta
fanegas yo le daré libranza se ellas en Villanueva, darme a cien reales y lo demás al que dará mi
cebada a la tasa. El mesonero es prieto y respondió más necesidad tengo de que
Vm. me pague la que comerá la mula y la cama que de otra cosa. Con esto pago y
se fue. En
Villacarrillo, en el mesón topó unos hombres de aquí y de Cozar, preguntole de
donde eran, dijéronle de La Torre, y replicó allí está mi hermano don Francisco
de Quevedo, allá he de ir desde aquí. Convidoles con cebada a la tasa si le
daban cien reales. Dieronselos y dioles una libranza en un don Jacinto de
Villanueva del Arzobispo y una carta para mí. Fueron a Villanueva del Arzobispo
y el don Jacinto los desengañó, trujéronme mi carta, el sobre escrito a D.
Francisco de Quevedo Villegas, mi hermano etc. La carta preciosísima y firmaba
don Diego de Quevedo Villegas. Queda
Vm. informado de las andanzas del pringón”.
Le decían a Quevedo que el Sr. D. Juan de Chaves tenía
licencia para ir a Madrid, pero no para entrar, aunque él pensaba que entraría.
Las noticias sobre la gran guerra europea, Juan de
Vert, general del emperador derrotó al conde Bernardo de Weimar que llevaba un
ejército francés y poco días después le devolvió este la moneda matándole toda
la gente y cayendo preso. Había mandado al Rey de España una orden para su
rescate. Lo de Italia estaba en mayor aprieto. Lo de Portugal estaba ya en paz.
Bernardo, duque de Sajonia y Weimar
En la posdata habla de una santera que había robado
una capa a uno y el jueves santo un paño a una mujer que la había recogido en
su casa.
La
carta vigésima octava, fechada en Madrid el 11 de mayo de 1638. Dos personas de Segura le llevaron la noticia
del estado de salud de don Alonso de Mexía, que estaba convaleciente en
Villacarrillo. Suplicaba encarecidamente a don Sancho que le avisase del estado
de salud de don Alonso.
“Y
porque la muerte es forzosa en todos y de creer en los que gravemente enferman,
si lo que Dios no quiera en nuestro buen
amigo hubiere sucedido, suplico a Vm. cobre, entre sus papeles, todos los que
son de mi letra, principalmente la Vida de Marco Bruto y unas cuantas octavas
de Las Locuras de Orlando. Que no los tengo y será para mí gran pérdida quedar
sin ellos y si lo que yo deseo estuviere con salud, Vm. me lo diga”. También daba noticias de
la Corte: “El Sr. D. Juan preside y el
conde de Oñate ha pagado la media anata
de la Presidencia y de la merced de cubrirme”. Al día siguiente de la fecha
de la carta entraban en Madrid, Casimiro, hermano del rey de Polonia llamado
por nuestro rey y el duque de Módena por pretensiones grandes.
La
carta vigésima novena, fechada también en Madrid el 18 de mayo de 1638. En el saludo y en casi toda la carta,
la dedica a hablar de la muerte del amigo en común, don Alonso Mexía. Vuelve a
recodarle en encargo que le dio en la anterior carta, si llegase a suceder lo
que al final pasó. Que don Alonso tenía muchas obras de Quevedo que él no
tenía. Se las había entregado para que las custodiara. Volvía a suplicar a don
Sancho que “me las cobre y recoja y tenga en su poder hasta que nos veamos y se
sirva de avisarme como”.
Las noticias de los frentes de guerra también dan
cuenta como los rumores de amenaza de
guerra en Navarra. Y que el conde de Oñate
volvería pronto a la presidencia del Consejo.
El conde Oñate
En
la carta trigésima, fechada en La Torre el 30 de diciembre de 1638. En
primer lugar se disculpa por no poder visitar a don Sancho, pues le
había llamado el Rey y otra del duque de Medina le daban prisa. Hacía 12 días
que su ropa ya estaba en Madrid y él estaría en tres días.
Otra vez hace referencia
a la muerte del amigo en común, don Alonso Mexía. Hace referencia a varias
cartas que escribió a don Sancho y no había tenido repuesta: “En ellas suplicaba a Vm., con todo
encarecimiento, me la hiciese de
recogerme de los papeles de don Alonso, originales de mi letra que tenía y particularmente
un testamento de su padre, don Antonio Benegas de Córdoba y el suceso de
Melilla. Hoy suplico a Vm. lo mismo y le remito esa carta de don Antonio
Benegas en que me mandó los cobrase como se lee en lo rayado”. “Sé
que si Vm. ha tenido en esto mano, nos hará merced a don Antonio y a mí. Y si
no de advertirme con el portador que solo va a esto, quien son los
testamentarios y en quien han parado los papeles, porque yo haga diligencia”. De noticias políticas le
contaba que el duque de Jodar iba a ese partido a sacar las milicias y los
hijodalgos. Y que don Sancho se libró en el Consejo de lo que le molestaba.
En
la carta trigésima primera, fechada en La Torre el 2 de enero de 1639. Comienza que estaba acongojado de la
cuartana que padecía don Sancho: “Creo
que ese mal pelmazo con el contagio de
su natural y perversa condición reparte humor tan villano y reacio”.
Le suplicaba que le avisase con el portador de la
carta donde tenía posada D. Pedro
Petrel.
Le contaba también que el día anterior había regresado
de Villanueva de los Infantes. Los ánimos entre el vicario y el gobernador
estaban en perenne guerra y que él había salido huyendo de allí.
Le agradecía el regalo de peras y granadas que le
había enviado don Sancho. Y le remetía con el portador “piedras bezoares, que son buenas y de efecto para el humor negro y melancólico, que tiene
la cuartana por asiento. Atrévome a esto fiado en que mi Señora doña Leonor, Dios la guarde,
amparara la poquedad de un pariente aldeano”.
Le da la noticia del que al duque de Medinaceli le
había nacido otro hijo la víspera de Pascua, que ya tenía dos y una hija. Esta
Antonia estaba ya tratada de casar con el conde de Saldaña, aunque tenían poca edad
los dos. Él era Sandoval y Cerda.
El Consejo de Estado solo asistieron siete, que eran
tres cardenales: Espínola, Sandoval y Albornoz; Melo, Cerralbo Castrofuerte y
Castel Rodrigo. Faltaron a la sesión el uno y el ocho. La junta se formó en
Fuenterrabía bajo la presidencia de Monterrey.
El cardenal Gil de Albornoz
La
carta trigésima segunda, fechada en la Torre el 16 de enero de 1639. Quevedo partía nada más firmar la carta
a Madrid.
Le comentaba que el conde de la Fuente del Sauco le
había hecho un presente de garbanzos de ese lugar. Le remitía a don Sancho un
celemín de ellos: “son cosa famosa en
todo el mundo, por lo que crecen
cocidos, y su grande ternura, y no cogerse de su condición en otra parte. Yo a
otras tantas perlas de su tamaño los trocare se me aconsejo con el estómago”.
Se despedía diciéndole que nada más llegara a Madrid le
empezaría a escribir y servirle.
La
carta trigésima tercera, fechada en Madrid
el último de enero de 1639. Había llegado a la Corte con mal tiempo
y camino. Y nada más llegar y para servir a don Sancho, fue en busca de D.
Pedro Petrel y le dieron la noticia que había vuelto a esta tierra.
“De
recién llegado no tengo de que avisar a
Vm. si no que todo es levas y prevenciones de guerra. De lo que hubiere tendré cuidado de dar cuenta a
Vm. y de servirle como debo”.
Otras noticias de Madrid eran la muerte del duque de
Alba y que al de Medinaceli le habían dado el virreinato de Aragón y se excusó
y el rey se lo aceptó la excusa.
El 5º duque de Alba
La
carta trigésima cuarta, fechada en Madrid el 31 de mayo de 1639. Critica el mal funcionamiento de la estafeta
de Villanueva y la de Úbeda: “Conozco a
mi costa, que desvaría la estafilla de Villanueva, pues ni por ella, ni por
Úbeda, como Vm. me lo mandó, ha llegado
carta mía a sus manos”.
A continuación se congratulaba de la salud de don
Sancho, pues las fiebres cuartanas ya lo habían dejado tranquilo. Vuelve a encarecerle de
que recoja los papeles o libros que tenía don Alonso Mexía, ahora en poder de
D. Pedro Pretel. Si fuese necesario se lo comprase. Las nuevas que venían de
Europa eran buenas las referentes a Italia: en el Piamonte se habían tomado por
nuestros ejércitos muchas plazas hasta dar vista a Turin: entre ellas estaban
Aste, Villanueva de Aste y Moncalvo, plazas fortísimas. Las malas noticias venían
de Centroeuropa. El general de los suecos, Warnier tomó y saqueó Praga, Corte
de Bohemia y que era la mayor ciudad de Europa y que está a 14 leguas de Viena.
El rey de España con estar atacado por Francia por todas, lo atendía a todo con
mucho valor, asistido sin desvelo por el Conde-Duque, que les quitaba el miedo
a todos.
El cardenal Mazarino, primer ministro francés
Se despedía haciendo voto
de acompañar a don Sancho en tan apacible estación. A partir de esta fecha se
interrumpe la correspondencia, o falta, hasta después de cumplir la condena en
León, un año antes de su muerte.
Carta
trigésima quinta, fechada en Madrid el 25 de septiembre de 1643. Se ha acabado su periodo
carcelario y se lo cuenta de esta manera.
Fachada del convento de San Marcos de León, prisión de Quevedo
“En
mi prisión tuve carta de Vm. que me fue de mucho contento, no pude responder
por el rigor que padecía. Esto muy asegurado que al paso que Vm. sintió las sin
razones de mi calamidad, se habrá alegrado con la nueva de mi restitución, con
tan grande recomendación de mi inocencia, que no solo puede ser consuelo, sino
olvido de tan despiadada persecución. Quedo
para servir a Vm. con salud, más tan impedido de los cuatro años de reclusión
en un aposento, que ahora aprendo andar. Son me fatiga algunos pleitos, que
alentaron mis trabajos y el reparo de todo lo que se perdió con mi ausencia. Al
fin señor, yo entre de allende los puertos, el día que salió el que me arrojó
de este lugar. Deseo desenredarme de esta incomodidad alegre, que llaman Corte, para respirar los
aires de esa sierra y besar a Vm. s.m. con la de mi Srª d. Leonor que beso mil
veces y la del Sr. D. Juan que juzgo alentadísimo caballero. Guarde Dios a Vm,
como y cuanto deseo”.
La
carta trigésima sexta, fechada en la Torre el 9 de noviembre de 1644. “Por
la prisa del portador habré de contentarme con decir a Vm. como llegué a esta
villa el primer día de este mes tan falto de salud, que no parecía que vivía,
sino para verme muerto. Dios que me libró de tantos trabajos me va dando más
aliento cada día. Doy cuenta a Vm. para que sepa, me tiene cerca con el
reconocimiento que debo, guarde Nuestro Señor
a Vm. como deseo”.
Retablo de la iglesia de La Torre
A partir de esta carta no escribe las cartas Quevedo,
solamente las firma.
La
carta trigésima séptima, fechada en La Torre el 14 de noviembre de 1644. Era para Quevedo un gran consuelo
al recibir la carta y saber que gozaban de buena salud doña Leonor y de D. Francisco, su segundo
hijo. A continuación se confiesa con su amigo
sobre sus padecimientos en prisión:
“Es
grande alivio tener tan cerca después de tantas persecuciones, tales parientes
que honran y alientan. Con que yo voy ya olvidándome de lo padecido y cobrando
algún rigor. Pregúntame Vm. cuál es mi enfermedad, más fácil me sería cual no
lo es después de cuatro años de prisión estudiada por el odio y la venganza del
poder sumo. En un aposento cerrado por de fuera dos años sin criado ni comercio
humano y un río por cabecera. En tierra donde todo el año es invierno,
segurísimo que he podido atesorar sino muerte y hallarme con el cuerpo
inhabitable. A quien ya soy huésped molesto, con todo me siento cada día mejor.
Aquí con la quietud el ocio y el regalo
de la casa, como quiera siempre de Vm. como debo por obligación y afición. Crea
Vm. que ningún Sr. tuvo culpa en nada y que lo que han hecho por mí, y conmigo
y hacen, es cosa digna de grande estimación y alabanza. En fin Sr. si Dios me
hiciere tanta merced que pueda besar a Vm. su mano, hablaré en esto más claro y
largo que ahora.
Yo
estoy tal que la habla me duele y sombra me pesa”.
En
la carta trigésima octava, fechada en La Torre el 21 de noviembre de 1644. Empieza agradeciéndole los regalos
que le manda don Sancho: aceite, granadas y demás frutas, que tanto alentaban
su decaimiento.
D. Francisco de Quevedo y Villegas
A continuación vuelve
sobre el estado desu salud: “Yo Sr. voy
algo mejor cada día y me son medicina la soledad y el ocio, que me descansan de lo mucho que
padecía en Madrid, y esta tierra es más clemente y bien acondicionada el
invierno. A las nuevas que Vm. tiene de Madrid, solo añadiré, el gobierno de
Villanueva de los Infantes, entre muchos pretensores que yo dejé allí, se ha
dado a Don Juan Morante de la Madiz. Yo
no lo conozco, escriben que es buen caballero”.
Le da novedades del ejército y critica algunos de los
altos cargos, como al conde de Oñate, al que tenían aborrecido o a Torrecusa
que no llevaba tanta gente como se decía, aunque era buen soldado y valiente.
Lo mismo era el barón de Molinguen que era general de caballería y Dionisito de
Guzmán que lo era de artillería, de los
mejores que el rey había tenido en Flandes.
Otra noticia era que el duque de Cesar había pasado
por La Torre y que antes de bajarse del coche
en el mesón preguntó por él, Quevedo. Al enterarse que estaba malo fue a
visitarlo a pie acompañado por su médico y su capellán. Se sintió muy afligido
al verlo tan desfigurado en las tres horas que estuvieron juntos.
Habla de otros chismes de la Corte como la elección
del Pontífice. Los enfrentamientos entre la representación española encabezada por el cardenal Gil de Albornoz con la francesa bajo el cardenal Mazarino, hizo que se tardase más de un mes para ser proclamado el nuevo Papa, afín de España, Inocencio X, sucesor de Urbano VIII
Inocencio X, elegido Papa el 15 de septiembre de 1644
De una espada de su guarnición, de las que se usaban
antes de que lo prendieran. Y que un criado que tenía allí más de catorce años
le robó todo lo que tenía.
Le decía que conocía muy bien al embajador de Francia,
que tenía un pleito con don Sancho, y que era don Cristóbal de Benavente de
Benavides: “es el más miserable
hombre que hay en el mundo y en Madrid
tiene más de ridículo que de autoridad su padre, fue alcalde de la Corte y su
abuelo médico y su bisabuelo en
Valladolid lo que Vm. quisiere. No sé cómo aquellas señoras hicieron tal
casamiento teniendo tanto en que escoger. De que yo tuve buena noticia, si el
tiempo dispusiese el poder Vm. poner su pleito”.
Le hablaba también del libro la Vida de Marco, que
había imprimido en Madrid, muy estimado y con gran venta. De dos cántaros que
se quedaba, porque no había tenido ni hallado en la Torre ni en Villanueva,
desde que llegó, ninguna cosa de barro.
La
carta trigésima novena, fechada en la
Torre el 18 de diciembre de 1644, va dirigida a D. Juan de Sandoval,
hijo de don Sancho. Esto es motivo por la muerte de su pariente D. Miguel de
Sandoval que residía en Segura y él le había besada la mano hacía algún tiempo
en ese pueblo. El mayorazgo de este
personaje pasaba a manos de don Sancho y de este a su hijo don Juan.
Castillo de Segura
A continuación habla de sus achaques“Yo señor por la rabia del invierno, que es
terrible con hielos y nieve, sin apartarme de la chimenea, me quemo y no me caliento
y como mi salud es muy poca y los achaques molestos y porfiados. Verdaderamente
parece que solo vino para verme muerto. Lástima
tengo al señor Don Sancho que en este tiempo ha subido a Segura, que es un
corcovo del mundo y yo conozco bien las
costumbres del Yelmo, aún por agosto. Vm. se sirva de escribirle que yo le beso
las manos”.
Le cuenta como el rey va despachando sí mismo y va
introduciendo al príncipe en el despacho y lo hace asistir con él, los viernes
a la consulta que le hace el Consejo.
Escribían mucho del casamiento de su Alteza y del Rey. Que Portugal no se
hablaba bien y se preparaban para la campaña que había de venir y era
necesaria. Y terminaba: “Sr. Don Juan, yo soy un pobre mendigo de
solemnidad. Vn. no trate mi miseria de dádiva, ni regalo puesto que la fortuna
me ha puesto en tal estado. Aquí lo paso con el Padre predicador que es de ese
convento muy bien y le tengo mucha
envidia de lo que asiste”.
Carta
cuadragésima, fechada en la Torre el 24 de diciembrede 1644.En
primer lugar le felicita por las Pascuas, pero con la salvedad del que el
pleito que mantiene don Sancho no le amarguen las fiestas y le recomiendan dos
letrados de los mejores de Madrid dándole una lista de ellos.
Quevedo le hubiese gustado estar allí, pero se sentía
tan acabado que había decidido irse a
vivir a Villanueva de los Infantes hasta la primavera para irse a convalecer a
Andalucía.
De las noticias que escribían de Madrid no les daba
mucha credibilidad, sobre todo a la que tocaba la presidencia tras la caída del
Conde-duque. El rey despachaba solo y don Luis de Haro, después de su
enfermedad, le escribían, se ocupaba de cazar.
Conde-duque de Olivares
Le agradecía el regalo de las ciruelas pasas que le
había mandado don Sancho, y que cocidas con miel y agua le habían servido de
medicina.
Carta
cuadragésima primera, fechada en Villanueva de los Infantes el 14 de enero de 1645. En ella cuenta que
llevaba ya diez días que estaba en Infantes alojado en casa del Correo mayor y
en frente del vicario: “he vuelto mucho
en mí con la asistencia y buena compañía
y con haberme hecho algunos medicamentos que me son de mucho alivio”.
De todas partes decía que le escribían. Y que había
sido afrentadísima la jornada de Torrecusa. En Madrid no había novedad y que su
Majestad junto con su alteza estaban de caza en Aranjuez matando jabalíes y
palomas.
De nuevo Méjico llegaba la noticia de que nuestra
Armada de barlovento se había desecho
por la muerte de hambre de seiscientos hombres. Y por la bajada de sueldo a
cuatro ducados, por los pocos que quedaron se metieron tierra adentro. Se
entendía que vendría muy poco y que
faltaría el comercio.
Se había vuelto a concertado el casamiento del marqués
de Peñafiel y la duquesa de Uceda. A Quevedo esta noticia le alegraba por tener
obligaciones con ambas partes.
Palacio de los duques de Uceda
Carta
cuadragésima segunda, fechada en Infantes el 11 de febrero de 1645. Comienza diciendo haber recibido dos
cartas de don Sancho y la merced que le
hacía al darle cuenta, en una de ellas, haber ganado el pleito sobre los
asuntos de su casa que en esos días había tomado posesión.
Le notificaba la muerte de la duquesa de Medinaceli
agravando su dolor la enfermedad que Quevedo padecía.
La segunda carta de don Sancho era para que hablase a
don Fernando de Saavedra para que dejase libres unos mozos que tenía presos y
la repuesta era que ya estaban todos sueltos. Le escribían de Madrid de
un suceso extraordinario: “es que dos
hombres llegaron a caballo a Palacio de noche tarde y se apearon y subieron al
cuarto del Rey y abrieron la puerta del antecámara con una llave, y luego la
del cubierto donde hallaron por ventura al ayuda de Cámara, que era de guarda,
y andaba recorriendo puertas y ventanas. Ellos, como le vieron, tomaron a
dejarle cerrado en los mismos aposentos con la llave que tenían y se salieron y
a las voces que dio el Ayuda de Cámara salió la guardia, más ellos se, en sus
dos caballos y sin ser
conocidos se fueron. Han publicado que eran galanes de
las damas e palacio y que se anda a los alcances de quienes eran. En pero no
concuerda bien con irse al cuarto del Rey y no al de las damas”.
Y para finalizar, en Cataluña nos habían ganado los
franceses en Age y degollando a toda la guarnición.
Y se despedía:
“Yo quedo con suma flaqueza y sitiado de
achaques desapacibles, pero siempre para servir a Vm. como debo a quien guarde
Dios como y cuanto deseo Villanueva de los Infantes”.
Carta
cuadragésima tercera, fechada en Infantes el 24 de junio de 1645. Comienza hablando de su enfermedad: “he pisado más los umbrales de la muerte que
de la vida y me han detenido las cartas de Vm. y mi Srª Dª Leonor por hallarme
incapaz de oír y de dictar, por estar poseído del horror de la enfermedad tan
grande a causa de dos postemas en que se resolvió en el pecho, una debajo de la
tetilla izquierda y otra sobre el derecha. Abrióse con grande dolor mío y algún
riesgo ha purgado purga infinito y con la evacuación de una fuente que me han
hecho en el brazo izquierdo, me han hallado y con mucho mejor disposición para
todo y con el alivio de la carta de Vm. y mi señora Dª Leonor, quedo
alentadísimo”.
Le hablaba de un sobrino, Juan Carrillo y Aldrete, que
había estado haciéndole compañía. Estaba casado en Plasencia y era el autor de
las cartas que es no escribía de su puño y letra.
Todavía le da noticias de los avatares internacionales
y de lances guerreros, como de la perdida de Rosas. O que don Diego Caballero
con cien galeras y trescientos bajeles navegaban tras el turco. Y que el duque
de Medinaceli había hecho milagros en el apresto de las galeras de la armada que
fueron muy estimados por el Rey
Carta
cuadragésima cuarta y última, fechada en Infantes el 12 de agosto de 1645, a un mes escaso de su muerte. Comienza
alabando los regalos de frutas y hortalizas, ciruelas y melones, recibidos de
don Sancho. Le habla de dos sobrinos que había ido a visitarlo, Juan y Pedro.
Los mandó par Granada y Juan desde allí, a su casa.
Su estado estaba cada día más apagado y con pocas
fuerzas: “Por no escribir tanto, que no
puedo, remito a Vm. esa carta sin firma por ser de ministro muy grave. A donde
va todo sírvase Vm. devolvérmela en
leyéndola por ser toda de su letra”.
Se despedía nombrando a todos, doña Leonor su prima,
don Juan y don Francisco