martes, 2 de abril de 2013

CRONICAS SANMARQUERAS: : UN CIGARRO, UN HOMBRE, UN SOGUERO….

Antonio Serrano

En estos últimos años, cada vez que  estaba viendo el concurso de novilladas de promoción del Canal Sur, me venía a la cabeza y sobre todo cuando nombraban a la ganadería de Apolinar Soriano, que tenía que hablar o escribir para San Marcos de Antonio Serrano. Mejor dicho de Antonio de la Elisa, el tío Antonio Serrano, papa Ñoño como le decían sus hijos, nietos y también los bisnietos.

Este gran sanmarquero que nació el 16 de enero, víspera de San Antón, de 1903 y murió el 13 de agosto de 1988, fue la referencia para muchos organizadores de San Marcos para buscar y elegir toros cuando no existía la Hermandad. Era el atador o maestro de sogueros con más prestigio de su tiempo. Era el Paco Piña de los años 40, 50, 60 y hasta finales de los 70. Paco se considera como su más digno sucesor en las tareas de la briega de conocedor de toros y de sogueros.

El tío Antonio era un hombre, bajo, menudo, fuerte y robusto. Con su gorra de visera y a veces sombrero. Con su cigarro siempre en los labios. Cigarro liado, a veces verde, a veces de cuarterones y de caldo gallina. En los últimos años de su vida de finos cigarros puros. Esos cigarros que nunca se tragaba el humo como me decía cuando le recriminaba porque fumaba tanto. Y me decía: “Si soplo para afuera y no me trago el humo”

Aquel hombre, que no se si sería furtivo o no, pero muchos días, nos decía a los chiquillos que nos asomáramos a la carretera a ver si se veía a la Guardia Civil, mientras él espera frente a mi casa en la calle San Lorenzo. Decía esto porque a la hora de recogerse a dar de mano, venía con su escopeta de caza a cuestas, pero con el cañón para abajo, y con alguna libre o perdiz enganchada a su par de mulos. Si les dábamos novedades positivas, desmontaba la escopeta y la guardaba entre la carga que traía o la metía debajo de la albarda de los mulos.

Aquel hombre gran aficionado a los toros, no solo a los de San Marcos. Nos contaban cuando iba a las corridas de las grandes ferias de la provincia como las de Linares. Y sobretodo, en los años 60 y 70, la época de su torero predilecto, el Cordobés. Seguro que fue seguidor de muchos toreros como Manolete, pero en aquellos años su favorito era El Cordobés. Para cabrearlo le decía que su torero no valía un pimiento, que el mejor era Paco Camino y que toreros como José Luis Parada que una tarde televisada toreaba con el Cordobés le ganaban la partida.

Muchas tardes de esos años finales de los 60 y principios de los 70, cuando nos veía a los jóvenes sentados en los tubos del médico, hoy el Ayuntamiento, cruzaba la carretera, su casa esta enfrente, y nos contaba historias suyas. Historias de arreglos de carreteras, de acarreos de piedras y de aconsejar hasta ingenieros en los trazados de ellas. Pero lo que más le poníamos atención era cuando los hablaba de toros y sobre todo de San Marcos. Nos quedábamos sorprendidos cuando nos decía que se metía para elegir los toros en medios de la manada. Y es aquí cuando de una de las veces nos hablaba de la ganadería de Aponilar Soriano de La Carolina y de cómo había estando eligiendo unas vacas para San Marcos de esa manera. Tanto me impresionaron estas historietas, que cada vez que oigo hablar de esta ganadería, me acuerdo del tío Antonio.

Me acuerdo del San Marcos de 1960. Era el día 24 y aquel año no estaba en uno de los balcones de su casa, como era casi siempre. Me acuerdo muy bien del hombre que llevaba el soguero del aquel novillo- toro. Era el tío Antonio y lo llevaba el solo. No se me olvida aquel lance porque iba a su lado mi abuelo en lo que sería su último San Marcos. De la tarde de llorar que me di cuando vi pasar a mi abuelo por delante de su casa, en la que estaba yo en uno de sus balcones, tan cerca del toro. Y del toro que iba por medio de la carretera y enfrente del Ayuntamiento le dio un estirón del soguero y este fue resbalándose sobre sus cuartos traseros y con la cabeza levantada unos cuantos metros.

Otros de aquellos años 60, lo veía con alguna vaca aproximarse a su casa e intentar asustar a los que allí se refugiaban haciendo intentos de meter la vaca en el portal, con el consiguiente enfado de su mujer Luisa. Esta casa siempre estaba llena de gente y los balcones sobre todo llenos de chiquillos que acampaban a sus anchas por los dos pisos superiores. Algunos de los cortijos no salían de allí en todo el día comiéndose su merienda o los típicos hornazos en ella.

Otros años más tarde, sobre el 67 o 68, me vienen a la memoria. No sé cual de los dos anteriores, las vacas las trajeron el día 24 por la mañana. La mayoría de los hombres del pueblo estaban trabajando en el Pantano, como era habitual entonces, y hasta que no dieran de mano por la tarde no se sacarían. Pero aquella mañana ocurrió que el tío Antonio y algunos estudiantes y algún que otro joven parado ese día, sacaron las vacas del camión. Por supuesto iban atadas por el tío Antonio, y se quedaron sueltas en el patio de la cooperativa. Cuando por la tarde llegaron los hombres del Pantano se encontraron un enredo descomunal de cuerdas. Se les fue la mayor parte de la tarde en desliar el enredo para poder llevarse las vacas a otra parte del pueblo para encerrarlas como era costumbre en aquellas fechas.

Una de las últimas veces que lo vi agarrado a un soguero fue el año 70 ó 71, el desencajonamiento era ya el Campo de Fútbol, Plaza de San Marcos. Era el día 25 por la mañana y la vaca que llevaba él salió detrás de un joven que trabaja en el pantano, este era de Jódar. La vaca lo cogió en la cuestecilla de la plaza que va hacia la calle de los Mártires y a la de Pío XII, pero al caer casi en cámara lenta al suelo, la vaca no lo remató, pues quedó a unos centímetros del joven sujeta por las manos firmes y expertas del tío Antonio. Por cierto el torerillo se meó en los pantalones y el cabreo por esto fue mayor que el hecho de la cogida de la vaca.

Aquí cumplió su norma “que para llevar bien a un toro, debía dejarlo llegar lo más posible al torero hasta derribarlo, pero no dejar que rematase la res”

Cuando ya había cumplido los 80 años, un día hablando de San Marcos, le pregunté desde cuando se hacía San Marcos aquí en el Arroyo. Me contestó: “desde siempre pues cuando nací ya había San Marcos”. Esto me sirvió para algún escrito sobre la antigüedad de la fiesta decir que a finales del siglo XIX, ya se hacía San Marcos en Arroyo.

Este gran sanmarquero y aficionado a la fiesta, de los cinco hijos que tuvo, dos de los tres varones salieron muy toreros. De menor, Emiliano, me acuerdo de un San Marcos de finales de los 50. Estaban con una vaca en la calle de la Iglesia, PíoXII, en lo que hoy es el salón parroquial y la casa del cura que entonces no existían. Desde la casa de mi abuelos oía los olés, que le daban a Emiliano que estaba toreando con una manta y luego lo sacaron a hombros hasta la carretera. Y al otro el mayor, Tomás, de sus faenas en las fiestas del Pantano en las improvisadas plazas que hacían todos los primeros de Mayo, sobre todo en el año que la hicieron en los cimientos del muro de la presa.

Pero ninguno fue tan gran sanmarquero como su padre a pesar de la gran afición que este le inculcó.

Muchas personas podrían contar más historias y anécdotas de este personaje. Pero con este breve recordatorio quiero que sirva de homenaje a aquellos que como el tío Antonio Serrano, papa Ñoño, hicieron posible hacer San Marcos con pocos medios económicos en esos años tan difíciles en todos los sentidos que les tocó vivir.





ANDRÉS MARÍN SÁNCHEZ. 2013