LOS VENDEDORES DE CHUCHERÍAS O KIOSQUEROS
En otros
tiempos más lejanos, las chucherías se compraban en las ferias, ya fuese en la
del pueblo como la de los pueblos vecinos. No había ningún establecimiento
dedicado a este menester. Los turroneros eran hasta épocas muy cercanas los
únicos que vendían estos productos basándose principalmente en el turrón,
almendras garrapiñadas, almendras rellenas u otra clase de ellas.
Cuando alguien
venía de alguna feria le traían a los más pequeños de la casa algún dulce hecho
con azúcar, como las famosas garrotas de caramelo o azúcar tostado o aquellas
grandes piruletas acarameladas de color rosáceo. Aunque todo esto se estuvo
dando muchos años a la misma vez que había en el pueblo vendedores de frutos
secos y otras chucherías menores.
En los años
cincuenta se estableció de manera definitiva en nuestro pueblo este pequeño
negocio que ayudaba a la precaria economía de aquellas personas que se
dedicaban a este menester. No si antes hubo alguna persona dedicada a esto,
pero si había con seguridad algunas que se dedicaban a cambiar al principio de
verano, garbanzos recién cosechados por otros manufacturados, los torraos repasaos, como pregonaban estas
personas cuando iban vendiéndolos por las calles del pueblo.
Santiago en la puerta de su casa, la de la izquierda |
Uno de estos
personajes fue el tío Santiago, “el de los torraos”. Este vivía en la calle
Rosales al lado de la casa de la Leocadia, hoy casa del padre de Ramón el “de
las aguas”. Yo lo conocí hasta que se murió junto a su mujer que le ayudada en
estos menesteres. Pero no tenía un lugar fijo para vender a los más pequeños,
pues iba de casa en casa vendiendo su producto elaborado.
Por aquella
época estaba también la tía Crescencia García, la mujer de Higinio Blázquez, el
arriero que ya hemos hablado anteriormente de él. Vivía de últimas en la calle
Lavadero desde que esta se hizo a mediados de los cincuenta. Crescencia cogía
una mesa plegable de madera, o de tijera y ponía una cesta grande encima
exponiendo sus mercancías.
Medida para los frutos secos parecida a esta. |
En la época
veraniega se ponía cerca de los cines de verano con su cesta. Otras veces a la
orilla de la carretera o cerca de la Iglesia si había alguna celebración
importante. En su cesta lo más sobresaliente eran las pipas, que te las vendía
en un cartucho de papel, las modalidades de garbanzos, torraos, fritos,
tostados, algunos caramelos. Me acuerdo de aquella medida que tenían de madera
parecida a un cuartillo que por un lado era más honda que por el otro. Según
fuese la cantidad de pipas o garbanzos que querías, te la media por una parte u
otra. El precio de las pipas no llegaba a una peseta, y creo que ni a dos
reales la cantidad mayor.
Barquillos de canela |
Además de estos
vendedores del pueblo, acudían en el verano otros ambulantes vendiendo helados
y barquillos de canela. Del que más me acuerdo, pues no tenía yo más de cuatro
años, fue el que luego sería conocido por el tío de los Cuadros, que venía de
La Puerta, aunque él y su familia provenía de Beas. A la hora de la siesta
pasaba por la carretera anunciando su productos, la mayoría de la veces los
barquillos, y mi madre se asomaba al balcón de la casa donde vivíamos para
decirle que no voceara para no despertarme y que le vendiera los barquillos
para mis hermanas mayores y para mí. Con el tiempo, cuando cambió de profesión
y se convirtió en el Tío de los Cuadros, al pasar por mi casa, alguna vez
recordaron mi madre y él cuando la época
de los helados y de los barquillos de canela.
Máquina manual para hacer helados |
Otro
barquillero esporádico que venía de Beas. Este iba por las calles con un
carromato y en el cajón del vehículo llevaba sus productos. Si no me equivoco
también vendía gaseosas fabricadas por él. Este hombre no era Nicéforo, su
nombre ahora no recuerdo. Aunque si lo tengo asociado a una espera, de la
llegada de los toros de San Marcos, que algunos chiquillos estábamos esperando
en la cuneta que había enfrente de la casa de los Revillas, sentados en la
pontanilla hecha con una piedra cilíndrica de algún molino aceitero que había
para cruzar por encima de la cuneta hacia la casa. Con el nerviosismo que
teníamos con la tardanza del camión con unas pocas vacas y algún toro, vimos
aquel hombre pasar varias veces por delante de nosotros vendiendo barquillos de
canela.
Barquillero. |
Al llegar a
los años sesenta se fueron modernizando estos vendedores. El primero que se
modernizó fue Domingo el de las pipas, de apellido Blanco si mal no recuerdo.
Este se hizo un carro con dos ruedas de bicicleta y una tercera pequeña. Dentro
del carro almacenaba un montón de productos para ir reponiendo los que a la
vista habían. Aquí había ya una gran diversidad de chucherías que ya no sólo
eran pipas, garbanzos y caramelos, sino también tabaco, cigarros sueltos, y
empezó también con novelas del oeste que vendía y cambiaba para leerlas a
precio de una peseta. Yo creo que en estos años sesenta en el pueblo se leía
más que nunca. Los numerosos trabajadores del pantano estaban picados con estas
novelas y tenían unos símbolos para indicar que ya habían leído esa novela. La
mayoría de ellas eran del famoso Marcial Lafuente Estefanía. Algunas de estas
novelas leí al cambiarlas para mi padre y antes de que él viniese del trabajo,
yo ya la había leído.
Carro de chucherías como el de Domingo o el de Pichardo |
Domingo,
aparte de ponerse delante de los cines cuando había película, su puesto fijo
fue delante de la casa que luego sería una tienda de golosinas de Isabel la
mujer de Antonio Torres. Muy cerca del poste del telégrafo que había por allí.
Este poste tenía un refuerzo con otro en forma de ángulo o triangulo si le
unimos la línea del suelo.
Lugar habitual donde se colocaba Domingo al lado del poste del telégrafo.
|
Domingo, con
el tiempo y a base de tener una enfermedad profesional o crónica, consiguió que
le fuese autorizado hacer un kiosco. Este lo puso en la acera de enfrente, como
todavía se puede apreciar. Aquí, al tener más espacio, amplió su oferta con
periódicos, sobre todo deportivos como el As,
revistas y fotonovelas. Se leía mucho en aquellos tiempos en el pueblo,
tebeos con todos los héroes de moda, el Capitán Trueno, El Jabato, Roberto
Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, El Aguilucho, Hazañas Bélicas y de
temática del Oeste americano, estos eran para los chiquillos y para jovencitas
otros de amoríos románticos. Fue la época de Marcial Lafuente Estefanía y Corín
Tellado.
El kiosco de Domingo, hoy día |
Al poco tiempo
de empezar Domingo con su carro, le salió competencia con Pichardo. Este hombre
también tenía una enfermedad crónica y bastantes hijos, uno de ellos, Gregorio,
se mató trabajando en el arreglo de la Escuelas Viejas. Tenía muy pocos años,
no sé si llegaría a los catorce. Tenía un hijo de mi edad, Santos, que era un
buen jugador de futbol, aunque era de pequeña estatura estaba catalogado en los
que ahora se denominan de toque y clase. Además de repartirse la puerta de los
cines con Domingo, tuvo su lugar fijo
con su carro en la puerta del Médico, hoy Ayuntamiento, en lo que después se
llamaría los bancos del Médico.
Sitio habitual donde vendía sus mercancías Pichardo. |
Muchas tardes
y algunos ratos, Santos se hizo cargo del carro de las pipas. Y nosotros, los
compañeros de juego, esperábamos junto a él a que le hiciesen el relevo su
padre o alguno de sus hermanos. Mientras tanto, en el verano, algunas veces
aprovechábamos para coser el balón de cuero que el día antes se había hecho una
brecha. Lo de coser el balón era casi todos los días, algunas veces para no
parar el partido le metíamos en el descosío un cartón doblado o en las mejores
de las tardes un trozo de cuero.
Antes de que
se acabara las obras del Pantano, estos vendedores dejaron el pueblo. Al
hacerse mayores sus hijos y encontrar estos trabajo en otras latitudes se
fueron del pueblo. Domingo traspasó su kiosco a María del Señor Gallego, la
mujer de Pedro Gómez “Servando”. Al jubilarse María del Señor, el kiosco dejó
prácticamente de existir, los que le sucedieron en el negocio duraron muy poco
tiempo en él. María del Señor tuvo abierto el kiosco el doble de años por los
menos que el fundador Domingo. En esa época la oferta de productos fue muy
amplia, lo que menos se vendía eran las pipas y cuando empezaba el buen tiempo
lo que más eran los polos o helados.
Al poco tiempo
de que María del Señor se quedara con el kiosco se abrió otro local, el de
golosinas Isa, en la casa de Antonio Torres como ya hemos dicho anteriormente.
Estos dos negocios se hicieron la competencia durante bastantes años, casi se
cerraron a la misma vez.
Casa de Isabel done tuvo su tienda de golosinas. |
Después se han
abierto locales de chucherías que para la inmensa mayoría de las gentes para lo
que escribo esto le traerán muchos recuerdos. Las librerías vendía también
chuches al principio y al cerrarse los
kioscos anteriores vendían bastante de ellas.
Un local se
puso al lado de la Colegio Nuevo, Chuches Aida. Funcionaba muy bien sobre todo
en la temporada escolar. Hace unos cuantos años que lo cerraron y no se ha
vuelto a abrir.
Otro más
reciente, ya en este siglo, el de golosinas el Ojanco, en la calle carretera al
lado del bar Panochas. Este también lleva varios años cerrado.
Golosinas Ojanco a la derecha de la imagen. |
Uno más,
contemporáneo al anterior se abrió al terminarse el hacer el parque en la parte
posterior de unas de las casas que dan en él. Era el kiosco del Titi. También
se cerró casi a la misma vez que el de Ojanco.
Al lado del
puente del arroyo, se abrió por muy poco tiempo otro establecimiento de
chucherías llamada chuches Sheila. Se ha intentado abrir de nuevo por otras
personas y también duró muy poco tiempo. Este local cambio de actividad cada
dos por tres.
En los bajos del edificio en la puerta de la derecha |
Solamente cabe
decir que ahora mismo no hay ningún establecimiento dedicado exclusivamente a
vender chucherías. Se venden en las librerías, en las tiendas de comestibles y
en máquinas expendedoras de algunos bares y en local de fotografía Anabel.