LOS SASTRES
Desde siempre en nuestro pueblo ha habido personas que han
tenido habilidad para hacerse o arreglarse su vestimenta. A veces necesitaban
la ayuda de gente más experta en el tema para que le cortase la tela, con
patrones o no, que luego le servía para ellas mismas se cosieran la ropa. La
mayoría de las personas, mujeres a amas de casa, sabían reparar los
desperfectos que con el uso se producían en sus modestas vestimentas. Lo mismo
que hoy día todavía siguen habiendo las que se fabrican tricotando sus jerséis,
bufandas y algo menos los calcetines de lana e incluso guantes de este tejido.
Pero los sastres eran necesarios para, al menos cortar la
tela para los trajes de los hombres o algunas de sus partes por separado,
pantalones, chalecos o chaquetas. Las personas más pudientes acudían a otros
pueblos, donde había sastres reputados en su oficio como en Beas y si apuramos
más en Úbeda o Jaén, para hacerse o comprarse sus trajes para los grandes
acontecimientos, normalmente las bodas.
El único sastre del pueblo que yo conocí, no se si había
existido algún otro, fue el abuelo de Adriano Herreros que me parece que se
llamaba lo mismo que el nieto. Este vivía al final de la calle Rosales, detrás
de los pisos de Basilio. Hoy sus descendientes, su nuera, siguen viviendo en
ella.
Casa del Sastre |
Este hombre que yo ya conocí mayor, era una persona delgada
y enjuta que ya padecía los síntomas del Parkinson con sus manos temblorosas. A
los chiquillos de mi edad nos extrañaba que con esos temblores pudiese cortar
las telas sin torcerse y no pincharse con las agujas cuando cosía.
Me acuerdo que a los varones los cortaba y hacía trajes o
chaquetas a medida, las mujeres se las hacían las modistas. Unas veces íbamos a
su casa que nos tomara medida y se le llevaba la tela para cortarla. Una vez
cortada, a las madres o abuelas que sabían coser, se las devolvían para que
estas terminaran la obra. Otras veces estos cortes pasaban a modistas más o
menos experimentadas que la cosían. Una
de las últimas veces que me hicieron algún trajecillo, este sastre
acudió a la casa de mi abuela a tomarme medidas y no solo a mi sino algún que
otro primo.
A
finales de los sesenta murió esta persona y nadie de su familia siguió con el
oficio.
A principios de los sesenta se abrió una sastrería o
sucursal de ella en la calle Bolea en el lateral de lo que es el bar la Puerta
del Sol, en la misma habitación que estuvo la barbería de un tal Reyes,
comentado con anterioridad. Esta sastrería era la de Pineda de Beas regentada
por un hijo. En la de Beas la llevaban dos hermanos. Después de la calle Bolea,
se trasladó esta sastrería a la calle Carretera en los bajos de la parte
derecha de la casa de José Camposanto, hoy casa y tienda de Juan Diego. La
parte izquierda de esta casa, junto a la papelería de Pepe, estaba ocupada como
hemos dicho con anterioridad por la barbería de Ramón Marín.
En este edificio y en la misma habitación que estuvo la barbería de Reyes abrió su sastrería Pineda |
Tuvo la sastrería Pineda algunos años bastante buenos
cosiendo trajes sobre todo. Desde mediados de los sesenta hasta unos diez años
después, estuvo de moda llevar la gente joven traje, no solo para las bodas de
algún familiar, sino también para cualquier día de fiesta incluso los domingos.
De esto lo se bastante bien, pues con 16 ó 17 años teníamos que llevar traje o
al menos chaqueta en los exámenes y por culpa de ello me costó caro con una
asignatura, la química. Estos exámenes eran siempre en junio o septiembre,
época que con el calor nos molestaba llevar chaqueta.
En la casa de la izquierda, que fuera de José Camposanto, en la puerta de la derecha estuvo la sastrería Pineda |
Pero a mediados de los 70, la moda fue cambiando en los jóvenes
y ya no llevábamos los trajes tan a menudo. También en el pueblo se podía
comprar ropa confeccionada de moda y más barata que la hecha por encargo, en
tiendas como la de Ortega o la antecesora de modas Toni, la de su tío Cándido
el mantero. Al haber o disponer en aquellos tiempos mejor comunicación con las
ciudades más cercanas como Úbeda, la gente del pueblo empezó a comprarse su
ropa de fiesta para los grandes acontecimientos como las bodas en ella. Los
trajes ya estaban hechos, se probaban y si te estaban bien y te gustaban las
hechuras te los traías de vuelta a casa. Algunas veces solo había que meterle
los bajos de los pantalones. Para esto siempre habría alguien cercano que
supiese hacerlo.
La tienda del Mantero |
Por esa época de mediados de los setenta cerró la sastrería
Pineda aquí en Arroyo, la de Beas siguió algunos años mas con los otros dos
hermanos, pero bajando mucho el trabajo de prendas confeccionadas a medida.
LAS MODISTAS
Como he dicho al principio, siempre ha habido mujeres en
nuestro pueblo que sabían coser vestidos. A finales de los años sesenta hubo
bastantes personas que se dedicaban en nuestro pueblo a hacer trabajos por
cuenta ajena. Había personas de edad que se sacaban su jornal cosiendo para
otras. Hubo también de unas más jóvenes, que además de coser tenían a jóvenes
como aprendices del oficio que incluso pagaban como si fuese una academia de
corte y confección.
De estas modistas más o menos experimentadas no voy a hablar
por si me dejo alguna. Pero hasta hace poquísimo tiempo ha habido mujeres que
seguían haciendo estos trabajos en sus casas. Si voy a hablar de dos de ellas,
las más antiguas del lugar y por tener mi familia mayor relación desde antes de
yo existir con el trabajo y la cercanía de ellas.
Empezaré con la que
creo las más antigua o mayor de edad, la Aurelia. Esta mujer, que yo sepa,
estuvo viviendo primeramente en la carretera en una casa que en la riada de
1935 se la llevó o derrumbó el agua del arroyo. En el mismo lugar, varios años
después casi veinte, construyó José Camposanto su casa y ahora es de Juan Diego
y aquí tiene su tienda. Y como hemos hablado anteriormente hubo varios
negocios, bar, barbería, sastrería, bar otra vez, tienda de electrodoméstico,
video club, oficina de correos, etc.
Casa que fue de Aurelia en la calle de Las Piedras |
Luego, cuando yo la conocí, tenía su casa en la calle Las
Piedras y su patio se montaba encima de la cueva del ojanco en la casa de
Sietegibas. Su marido era Victoriano y era muy aficionado a los toros. Se
corrían leyendas de sus aventuras o desventuras taurinas por los pueblos de La
Mancha. El último de su familia que estuvo viviendo en esta casa fue su hijo
Isidoro, el albañil, y al poco de morir la casa cambió de manos a otros
propietarios. De esto hace alrededor o algo menos de diez años.
Aurelia no solo cosía ropa de mujer, sino también de niños
más o menos grandes y de hombre. Muestra de esto lo tenemos de testigo en una
foto de un programa de las fiestas de San Francisco del año 2003 ó 2004. En
ella se ve el paseíllo de un festejo taurino de principios de los años
cincuenta en la cooperativa. Las trajes de los toreros fueron diseñados y
hechos por esta modista para esos toreros, entre ellos me parece un hijo suyo y otro, el que yo conocí, Pedro
Herreros. Su nieto del mismo nombre trajo esta fotografía cuando toreó un San
Francisco aquí con el nombre de Lumbrerita, el segundo apellido de su abuelo.
Hoy día, ya matador, se pone en los carteles como Pedro de Flora, no se si por
su abuela paterna o su madre.
Toreros vestidos por Aurelia |
La otra modista fue María la Romera. Esta mujer tenía su
casa en la calle del Rió, entre la de mi tío Carrasco y la de Alfonso Ruíz del
Sol, mas conocido como Chanes.
Esta mujer era viuda desde la guerra y con un hijo que tenía
una minusvalía en una pierna. La tenía
como atrofiada como si fuese sido a causa de una poliomielitis desde muy chico.
El apellido Romera no era suyo, era de su marido. Y como cualquier viuda de
aquellos tiempos después de la guerra tuvo que ingeniárselas para poder
alimentarse ella y su hijo. La costura fue su salvación.
Casa abandonada donde vivió la familia Romera |
Trabajaba de una manera muy curiosa. La gente la llamaba
para que le cosiera toda clase de ropa, ya fuese nueva o reparar la vieja, en
la misma casa de la clienta. Se le daba de comer y cobraba una pequeña cantidad
de dinero por su trabajo. Cuando yo la conocí y me enteré como cobraba, su hijo
ya era bastante mayor y se las arreglaba bien solo, pero tuvo algún tiempo de
que el hijo acudiese a comer a esas casas o que la madre al final del día le
llevase algún plato de comida de la casa donde estaba cosiendo.
Me acuerdo de unos de los últimos trabajos, quizá el último,
que hizo en mi casa. Fue una cazadora de pana que me cosió ya metidos en los
años 70.
El hijo, ya mayor, se dedicaba en estos tiempos de matanzas
a matarife por las casas que lo llamaban. Todo esto a pesar como he dicho de
tener una minusvalía en su pierna. Cada vez que veo en la tele a Mariano
Mariano, me acuerdo del Cojo Romera que era como se le conocía. Otro día
volveremos a hablar de él en otra actividad desaparecida.
Por último Hablaré de otra modista llamada Bernardina que vivía en la calle Rosario al lado de la fragua de Los Berrios, sino me equivoco hoy está la casa de Navarrete.
LOS ZAPATEROS
Siguiendo con
el hilo conductor anterior, el hijo de la modista María la Romera, el llamado
Cojo Romera, nos vamos a dedicar ahora a los zapateros llamados también
zapateros remendones.
En nuestro pueblo ha habido tiendas que vendían, entre otros
productos, zapatillas, zapatos o botas. Esto ya lo hemos hablado al relatar las
tiendas que hubo en el pasado. Pero también ha habido hasta hace muy poco
tiempo, un mes escaso, tiendas exclusivamente de zapatos. Las dos últimas se
han ubicado en el mismo local, en la calle Carretera al lado de congelados
Fajardo regentados por Antonio Serrano. Esta casa donde estuvieron las
zapaterías es también de la familia Serrano, la mujer de Emiliano es la que
vive en ella.
Zapatería Marisa y Sheila |
Hace unos años su hija puso la zapatería en los bajos de la
casa. Y estuvo abierta hasta un poco antes de que se pusiera en funcionamiento
el hospital del Puente de Génave. Pues la propietaria de la zapatería trabaja
en la administración del hospital desde su puesta en marcha.
Este local pasó unos pocos años a ser una tienda de
electrónica y componentes informáticos. Y este año volvía a abrirse como
zapatería con el nombre de Sheila.
Pero el oficio de arreglar los desperfectos de los zapatos o
de zapatero remendón es el que nos vamos a dedicar a contar hoy.
Los zapateros que ha habido en el pueblo, excepto el que hay
hoy en día, eran cojos. O le faltaba alguna pierna o tenían problemas motóricos
en sus extremidades inferiores como eran los que vamos a recordar.
El más antiguo de ellos fue Vicente el Cojo. A este hombre
le faltaba una pierna y siempre se desplazaba con su muleta de madera y hasta
bailaba apoyándose en ella. Su lugar de trabajo, el que yo conocí, era el
portal de su casa que estaba, y está todavía, en la calle Nueva. Esta casa
sigue siendo de su familia y su hija Angelita, de vez en cuando, vive en ella.
Casa de Vicente Moya |
El olor a betunes, a sebo o manteca para encerar las hebras
o hilos de Agramante, todavía parece que me dan cuando paso cerca de esta casa.
El ruido del martillo al clavar las suelas sobre el pequeño yunque en forma de
pie donde se remachaba las puntas de los clavos. Las diferentes hormas de
madera que le servían para dar forma a los zapatos o para estirarlos o hacerlos
más anchos para que le estuviesen bien al propietario. Todo esto me viene a la
memoria cuando recuerdo a este zapatero.
Vicente, también, se dedicaba a ser el vendedor o expendedor
de las entradas en las taquillas de las verbenas o cuando no era también el
portero. Como he dicho anteriormente su falta de pierna no le afectaba para no
estar, no solo en las verbenas e incluso bailar, sino para estar por las calles
viendo los toros de San Marcos.
Otro zapatero, posterior a este pero a coetáneo a la vez,
fue Andrés Samblás, mas conocido como Andrés el Bizco.
Su cojera, o falta de una pierna, le llegó siendo ya mayor
por unas heridas mal curadas que se fueron cada vez agravando hasta provocar la
amputación de la pierna. A principio de los años 50 todavía no estaba cojo. El
año 53 trabajaba con mi padre en el yesar y estuvo algunos meses de ese año
haciéndose cargo de él y de los demás trabajadores que allí había. Esto lo se
porque mi familia se sentían agradecida cuando en mi casa salía a relucir su
nombre. Hasta el accidente de su pierna, era el mejor conocedor del cerro
Portazgo. Se lo conocía a la perfección, esto se debía por haberse criado en
él, lo mismo que su familia.
Su lugar de trabajo
como zapatero lo tenía en la casa de su hermano en la calle Rosales. En ella
hacía sus trabajos hasta los días cercanos a su muerte.
El tercer zapatero y último, hasta el que hay hoy día, fue
el Cojo Romera con el que abrimos esta actividad.
Era el más joven de los tres y soltero igual que el
anterior, Andrés. A este no le faltaba ningún pie, sino como ya dije
anteriormente tenía una minusvalía en una pierna que le impedía andar con
normalidad. Tenía la pierna como atrofiada provocada por una enfermedad
infantil como la poliomielitis.
Su taller lo tenía en su casa en la calle del Río en el nº 8
ó 10. A este zapatero costaba a veces dar con él en este negocio. Y a veces
tenías que ir a recoger algún trabajo o a llevárselo a arreglar varias veces
por no haber nadie en él. Su madre, con la que vivía, hacía su trabajo fuera de
casa y volvía a ella después de haber cenado en la casa donde estuviese
cosiendo.
También en esta época ya dije anteriormente que se dedicaba
a ir por las casas haciendo de matarife y los arreglos de los zapatos se
quedaban aparcados por algún tiempo de más de lo normal. A pesar que este
zapatero estaba me pillaba más cerca que los otros dos, no me gustaba llevarle
por todo eso los zapatos que mi madre me mandaba arreglar.
Corre por ahí, una fotografía del equipo de fútbol que había
en el año 1958. En ella, los futbolistas que se ven, algunos han desaparecido
ya y la inmensa mayaría de los vivos no viven en el pueblo, valga la
redundancia. Digo esto porque cuando se equiparon, por cierto con unas
camisetas del Barcelona, este zapatero Romera, les puso los tacos a las
zapatillas que se compraron con la equipación. Estas zapatillas eran alpargatas
con cintas y él les puso unas tiras de cuero en la suela para que hiciese el
oficio de los tacos de las botas. Yo lo vi alguna vez con esta equipación jugar
al fútbol a pesar de su minusvalía. Esto sucedió en el campo que jugaban de la
calle Santa Catalina. La foto está echada en la parte trasera de las casas de
la Carretera que dan a esa calle: el portón de la posada, la de José Gilabert,
e incluso la de Germán.
Viendo hoy día el espacio que ocupaba
este campo, resulta ridículo ver como podían jugar en un espacio tan reducido.
Su anchura era la de la calle más el espacio que ocupan las casas del lado
izquierdo. Su largura llegaba hasta la casa de los hermanos Heredia Lumbreras
que entonces era de su abuelo Juan. Lo que pasa que había en la parte derecha algunas
casas sin hacer y allí se ponía los espectadores.
Bueno que me estoy yendo a otro tema que no es de zapateros
aunque si tienen que ver también con los pies.