lunes, 27 de mayo de 2019

LUGARES, ACTIVIDADES, NEGOCIOS: LOS SASTRES, MODISTAS, ZAPATEROS.


LOS SASTRES



         Desde siempre en nuestro pueblo ha habido personas que han tenido habilidad para hacerse o arreglarse su vestimenta. A veces necesitaban la ayuda de gente más experta en el tema para que le cortase la tela, con patrones o no, que luego le servía para ellas mismas se cosieran la ropa. La mayoría de las personas, mujeres a amas de casa, sabían reparar los desperfectos que con el uso se producían en sus modestas vestimentas. Lo mismo que hoy día todavía siguen habiendo las que se fabrican tricotando sus jerséis, bufandas y algo menos los calcetines de lana e incluso guantes de este tejido.

         Pero los sastres eran necesarios para, al menos cortar la tela para los trajes de los hombres o algunas de sus partes por separado, pantalones, chalecos o chaquetas. Las personas más pudientes acudían a otros pueblos, donde había sastres reputados en su oficio como en Beas y si apuramos más en Úbeda o Jaén, para hacerse o comprarse sus trajes para los grandes acontecimientos, normalmente las bodas.

         El único sastre del pueblo que yo conocí, no se si había existido algún otro, fue el abuelo de Adriano Herreros que me parece que se llamaba lo mismo que el nieto. Este vivía al final de la calle Rosales, detrás de los pisos de Basilio. Hoy sus descendientes, su nuera, siguen viviendo en ella.
Casa del Sastre


         Este hombre que yo ya conocí mayor, era una persona delgada y enjuta que ya padecía los síntomas del Parkinson con sus manos temblorosas. A los chiquillos de mi edad nos extrañaba que con esos temblores pudiese cortar las telas sin torcerse y no pincharse con las agujas cuando cosía.

         Me acuerdo que a los varones los cortaba y hacía trajes o chaquetas a medida, las mujeres se las hacían las modistas. Unas veces íbamos a su casa que nos tomara medida y se le llevaba la tela para cortarla. Una vez cortada, a las madres o abuelas que sabían coser, se las devolvían para que estas terminaran la obra. Otras veces estos cortes pasaban a modistas más o menos experimentadas que la cosían. Una  de las últimas veces que me hicieron algún trajecillo, este sastre acudió a la casa de mi abuela a tomarme medidas y no solo a mi sino algún que otro primo.

         A finales de los sesenta murió esta persona y nadie de su familia siguió con el oficio.

         A principios de los sesenta se abrió una sastrería o sucursal de ella en la calle Bolea en el lateral de lo que es el bar la Puerta del Sol, en la misma habitación que estuvo la barbería de un tal Reyes, comentado con anterioridad. Esta sastrería era la de Pineda de Beas regentada por un hijo. En la de Beas la llevaban dos hermanos. Después de la calle Bolea, se trasladó esta sastrería a la calle Carretera en los bajos de la parte derecha de la casa de José Camposanto, hoy casa y tienda de Juan Diego. La parte izquierda de esta casa, junto a la papelería de Pepe, estaba ocupada como hemos dicho con anterioridad por la barbería de Ramón Marín.
En este edificio y en la misma habitación que estuvo la barbería de Reyes abrió su sastrería Pineda


         Tuvo la sastrería Pineda algunos años bastante buenos cosiendo trajes sobre todo. Desde mediados de los sesenta hasta unos diez años después, estuvo de moda llevar la gente joven traje, no solo para las bodas de algún familiar, sino también para cualquier día de fiesta incluso los domingos. De esto lo se bastante bien, pues con 16 ó 17 años teníamos que llevar traje o al menos chaqueta en los exámenes y por culpa de ello me costó caro con una asignatura, la química. Estos exámenes eran siempre en junio o septiembre, época que con el calor nos molestaba llevar chaqueta.
En la casa de la izquierda, que fuera de José Camposanto, en la puerta de la derecha estuvo la sastrería Pineda

         Pero a mediados de los 70, la moda fue cambiando en los jóvenes y ya no llevábamos los trajes tan a menudo. También en el pueblo se podía comprar ropa confeccionada de moda y más barata que la hecha por encargo, en tiendas como la de Ortega o la antecesora de modas Toni, la de su tío Cándido el mantero. Al haber o disponer en aquellos tiempos mejor comunicación con las ciudades más cercanas como Úbeda, la gente del pueblo empezó a comprarse su ropa de fiesta para los grandes acontecimientos como las bodas en ella. Los trajes ya estaban hechos, se probaban y si te estaban bien y te gustaban las hechuras te los traías de vuelta a casa. Algunas veces solo había que meterle los bajos de los pantalones. Para esto siempre habría alguien cercano que supiese hacerlo.
La tienda del Mantero


         Por esa época de mediados de los setenta cerró la sastrería Pineda aquí en Arroyo, la de Beas siguió algunos años mas con los otros dos hermanos, pero bajando mucho el trabajo de prendas confeccionadas a medida.



LAS MODISTAS





         Como he dicho al principio, siempre ha habido mujeres en nuestro pueblo que sabían coser vestidos. A finales de los años sesenta hubo bastantes personas que se dedicaban en nuestro pueblo a hacer trabajos por cuenta ajena. Había personas de edad que se sacaban su jornal cosiendo para otras. Hubo también de unas más jóvenes, que además de coser tenían a jóvenes como aprendices del oficio que incluso pagaban como si fuese una academia de corte y confección.

         De estas modistas más o menos experimentadas no voy a hablar por si me dejo alguna. Pero hasta hace poquísimo tiempo ha habido mujeres que seguían haciendo estos trabajos en sus casas. Si voy a hablar de dos de ellas, las más antiguas del lugar y por tener mi familia mayor relación desde antes de yo existir con el trabajo y la cercanía de ellas.

            Empezaré con la que creo las más antigua o mayor de edad, la Aurelia. Esta mujer, que yo sepa, estuvo viviendo primeramente en la carretera en una casa que en la riada de 1935 se la llevó o derrumbó el agua del arroyo. En el mismo lugar, varios años después casi veinte, construyó José Camposanto su casa y ahora es de Juan Diego y aquí tiene su tienda. Y como hemos hablado anteriormente hubo varios negocios, bar, barbería, sastrería, bar otra vez, tienda de electrodoméstico, video club, oficina de correos, etc.
Casa que fue de Aurelia en la calle de Las Piedras

         Luego, cuando yo la conocí, tenía su casa en la calle Las Piedras y su patio se montaba encima de la cueva del ojanco en la casa de Sietegibas. Su marido era Victoriano y era muy aficionado a los toros. Se corrían leyendas de sus aventuras o desventuras taurinas por los pueblos de La Mancha. El último de su familia que estuvo viviendo en esta casa fue su hijo Isidoro, el albañil, y al poco de morir la casa cambió de manos a otros propietarios. De esto hace alrededor o algo menos de diez años.

         Aurelia no solo cosía ropa de mujer, sino también de niños más o menos grandes y de hombre. Muestra de esto lo tenemos de testigo en una foto de un programa de las fiestas de San Francisco del año 2003 ó 2004. En ella se ve el paseíllo de un festejo taurino de principios de los años cincuenta en la cooperativa. Las trajes de los toreros fueron diseñados y hechos por esta modista para esos toreros, entre ellos me parece un  hijo suyo y otro, el que yo conocí, Pedro Herreros. Su nieto del mismo nombre trajo esta fotografía cuando toreó un San Francisco aquí con el nombre de Lumbrerita, el segundo apellido de su abuelo. Hoy día, ya matador, se pone en los carteles como Pedro de Flora, no se si por su abuela paterna o su madre.
Toreros vestidos por Aurelia


         La otra modista fue María la Romera. Esta mujer tenía su casa en la calle del Rió, entre la de mi tío Carrasco y la de Alfonso Ruíz del Sol, mas conocido como Chanes.

         Esta mujer era viuda desde la guerra y con un hijo que tenía una minusvalía en una pierna. La  tenía como atrofiada como si fuese sido a causa de una poliomielitis desde muy chico. El apellido Romera no era suyo, era de su marido. Y como cualquier viuda de aquellos tiempos después de la guerra tuvo que ingeniárselas para poder alimentarse ella y su hijo. La costura fue su salvación. 
Casa abandonada donde vivió la familia Romera


         Trabajaba de una manera muy curiosa. La gente la llamaba para que le cosiera toda clase de ropa, ya fuese nueva o reparar la vieja, en la misma casa de la clienta. Se le daba de comer y cobraba una pequeña cantidad de dinero por su trabajo. Cuando yo la conocí y me enteré como cobraba, su hijo ya era bastante mayor y se las arreglaba bien solo, pero tuvo algún tiempo de que el hijo acudiese a comer a esas casas o que la madre al final del día le llevase algún plato de comida de la casa donde estaba cosiendo.         
         Me acuerdo de unos de los últimos trabajos, quizá el último, que hizo en mi casa. Fue una cazadora de pana que me cosió ya metidos en los años 70.

         El hijo, ya mayor, se dedicaba en estos tiempos de matanzas a matarife por las casas que lo llamaban. Todo esto a pesar como he dicho de tener una minusvalía en su pierna. Cada vez que veo en la tele a Mariano Mariano, me acuerdo del Cojo Romera que era como se le conocía. Otro día volveremos a hablar de él en otra actividad desaparecida.
         Por último Hablaré de otra modista llamada Bernardina que vivía en la calle Rosario al lado de la fragua de Los Berrios, sino me equivoco hoy está la casa de Navarrete.
La casa de la modista Bernardina era la más baja que está detrás de esas personas de la foto.






LOS ZAPATEROS



Siguiendo con el hilo conductor anterior, el hijo de la modista María la Romera, el llamado Cojo Romera, nos vamos a dedicar ahora a los zapateros llamados también zapateros remendones.

         En nuestro pueblo ha habido tiendas que vendían, entre otros productos, zapatillas, zapatos o botas. Esto ya lo hemos hablado al relatar las tiendas que hubo en el pasado. Pero también ha habido hasta hace muy poco tiempo, un mes escaso, tiendas exclusivamente de zapatos. Las dos últimas se han ubicado en el mismo local, en la calle Carretera al lado de congelados Fajardo regentados por Antonio Serrano. Esta casa donde estuvieron las zapaterías es también de la familia Serrano, la mujer de Emiliano es la que vive en ella.
Zapatería Marisa y Sheila


         Hace unos años su hija puso la zapatería en los bajos de la casa. Y estuvo abierta hasta un poco antes de que se pusiera en funcionamiento el hospital del Puente de Génave. Pues la propietaria de la zapatería trabaja en la administración del hospital desde su puesta en marcha.

         Este local pasó unos pocos años a ser una tienda de electrónica y componentes informáticos. Y este año volvía a abrirse como zapatería con el nombre de Sheila.

         Pero el oficio de arreglar los desperfectos de los zapatos o de zapatero remendón es el que nos vamos a dedicar a contar hoy.

         Los zapateros que ha habido en el pueblo, excepto el que hay hoy en día, eran cojos. O le faltaba alguna pierna o tenían problemas motóricos en sus extremidades inferiores como eran los que vamos a recordar.

         El más antiguo de ellos fue Vicente el Cojo. A este hombre le faltaba una pierna y siempre se desplazaba con su muleta de madera y hasta bailaba apoyándose en ella. Su lugar de trabajo, el que yo conocí, era el portal de su casa que estaba, y está todavía, en la calle Nueva. Esta casa sigue siendo de su familia y su hija Angelita, de vez en cuando, vive en ella.
Casa de Vicente Moya 


         El olor a betunes, a sebo o manteca para encerar las hebras o hilos de Agramante, todavía parece que me dan cuando paso cerca de esta casa. El ruido del martillo al clavar las suelas sobre el pequeño yunque en forma de pie donde se remachaba las puntas de los clavos. Las diferentes hormas de madera que le servían para dar forma a los zapatos o para estirarlos o hacerlos más anchos para que le estuviesen bien al propietario. Todo esto me viene a la memoria cuando recuerdo a este zapatero.

         Vicente, también, se dedicaba a ser el vendedor o expendedor de las entradas en las taquillas de las verbenas o cuando no era también el portero. Como he dicho anteriormente su falta de pierna no le afectaba para no estar, no solo en las verbenas e incluso bailar, sino para estar por las calles viendo los toros de San Marcos.

         Otro zapatero, posterior a este pero a coetáneo a la vez, fue Andrés Samblás, mas conocido como Andrés el Bizco.

         Su cojera, o falta de una pierna, le llegó siendo ya mayor por unas heridas mal curadas que se fueron cada vez agravando hasta provocar la amputación de la pierna. A principio de los años 50 todavía no estaba cojo. El año 53 trabajaba con mi padre en el yesar y estuvo algunos meses de ese año haciéndose cargo de él y de los demás trabajadores que allí había. Esto lo se porque mi familia se sentían agradecida cuando en mi casa salía a relucir su nombre. Hasta el accidente de su pierna, era el mejor conocedor del cerro Portazgo. Se lo conocía a la perfección, esto se debía por haberse criado en él, lo mismo que su familia.

          Su lugar de trabajo como zapatero lo tenía en la casa de su hermano en la calle Rosales. En ella hacía sus trabajos hasta los días cercanos a su muerte.

         El tercer zapatero y último, hasta el que hay hoy día, fue el Cojo Romera con el que abrimos esta actividad.

         Era el más joven de los tres y soltero igual que el anterior, Andrés. A este no le faltaba ningún pie, sino como ya dije anteriormente tenía una minusvalía en una pierna que le impedía andar con normalidad. Tenía la pierna como atrofiada provocada por una enfermedad infantil como la poliomielitis.

         Su taller lo tenía en su casa en la calle del Río en el nº 8 ó 10. A este zapatero costaba a veces dar con él en este negocio. Y a veces tenías que ir a recoger algún trabajo o a llevárselo a arreglar varias veces por no haber nadie en él. Su madre, con la que vivía, hacía su trabajo fuera de casa y volvía a ella después de haber cenado en la casa donde estuviese cosiendo.

         También en esta época ya dije anteriormente que se dedicaba a ir por las casas haciendo de matarife y los arreglos de los zapatos se quedaban aparcados por algún tiempo de más de lo normal. A pesar que este zapatero estaba me pillaba más cerca que los otros dos, no me gustaba llevarle por todo eso los zapatos que mi madre me mandaba arreglar.

         Corre por ahí, una fotografía del equipo de fútbol que había en el año 1958. En ella, los futbolistas que se ven, algunos han desaparecido ya y la inmensa mayaría de los vivos no viven en el pueblo, valga la redundancia. Digo esto porque cuando se equiparon, por cierto con unas camisetas del Barcelona, este zapatero Romera, les puso los tacos a las zapatillas que se compraron con la equipación. Estas zapatillas eran alpargatas con cintas y él les puso unas tiras de cuero en la suela para que hiciese el oficio de los tacos de las botas. Yo lo vi alguna vez con esta equipación jugar al fútbol a pesar de su minusvalía. Esto sucedió en el campo que jugaban de la calle Santa Catalina. La foto está echada en la parte trasera de las casas de la Carretera que dan a esa calle: el portón de la posada, la de José Gilabert, e incluso la de Germán.

       Viendo hoy día el espacio que ocupaba este campo, resulta ridículo ver como podían jugar en un espacio tan reducido. Su anchura era la de la calle más el espacio que ocupan las casas del lado izquierdo. Su largura llegaba hasta la casa de los hermanos Heredia Lumbreras que entonces era de su abuelo Juan. Lo que pasa que había en la parte derecha algunas casas sin hacer y allí se ponía los espectadores.

         Bueno que me estoy yendo a otro tema que no es de zapateros aunque si tienen que ver también con los pies.