LOS MULEROS, GAÑANES,
ARRIEROS Y CARREROS
Empezaremos por los antecesores de los tractoristas: los
muleros y después los gañanes.
Los muleros eran las personas encargadas de trabajar con los
mulos, de cuidarlos y alimentarlos. Estas personas eran expertas conocedoras de
estos animales que ya desde pequeños veían a sus padres trabajar con ellos y
ayudaban en quehaceres en el que estaban presentes los mulos o mulas. Este
oficio pasaba de padres a hijos y a veces en las casas grandes, los padres eran
los mayorales y los hijos eran encargados de algún par de mulos de los
numerosos que hubiese.
Mulero cargando el mulo |
Con los mulos se hacían todas las clase de labores en el
campo que hoy hace un tractor, menos el de curar olivas. Servía para el acarreo
de los productos que daba el campo desde él hasta el cortijo o casa del
propietario. También hacían las labores de labranza, que cada vez se dan menos
en los olivares de nuestro entorno, con toda clase de arados que podían tirar untar
de mulos: arados, arados de cobertera, gradas y rastro. Acarrear aceituna,
llevando dos sacos o capachos por animal, ramas de la corta para comida de
algunos animales, mientras estaba verde y almacenarlas en los grandes patios de
los cortijos como combustible en las cocinas sobre todo en el invierno yen las
matanzas. El acarreo también de la leña, de las piedras que se quitaban de las
olivas en el aparejo llamado pedreras, de los haces de trigo y cebada desde el
pedazo donde se segaba hasta la era, del posterior acarreo de la paja de la era
a las cámaras en sacas y como los costales de trigo limpio y cebada desde las
eras a las casas. O también el trabajo que hacían en las eras, aunque se solía
usar más los burros, de la trilla.
Yugo |
No solo el trabajo
del mulero era hacer estos trabajos con los animales sino también cuidarlos y
si se puede decir incluso mimarlos en sus horas de descanso. Estos animales
también comían y tenían que hacerlo en horas en las que no estaban trabajando,
pues cuando hacían algún trabajo para otro particular se cobraba por el animal
más que por la persona, en las famosas obradas. Así pues de noche, antes de
acostarse y luego más tarde, se tenían que levantar a altas horas de la
madrugada para echar pienso a los
animales y dándole de beber agua antes de salir a trabajar en el abrevadero y
si le pillaba alguno en el camino se paraban en él. También a la hora de
mediodía se le daba algún pienso, cebada y paja, en la hora de descanso que se
hacía para el almuerzo.
Los muleros podían ser los que trabajaban por su cuenta y
los que estaban ajustados con algún propietario o agricultor con algunos más de
posibles. Estos, los ajustados, eran fijos durante todo el año. Cobraban un
salario fijo trabajasen, entre comillas, o no por cuestiones meteorológicas. En
los convenios se establecían hasta la cantidad de aceite y harina les daban los
amos al año. Y como era natural, la mayoría de las veces, la vivienda también
corría a cuenta de los amos que por lo normal era en algún cortijo que aquellos
dispusieran. La época que servía para hacer los ajustamientos o los contratos
anuales eran para el día de San Miguel, el 29 de septiembre. En este día se
empezaba con el nuevo amo hasta el año siguiente en el mismo día. Era el cambio
de los muleros de una propiedad a otra o cuando renovaban el nuevo contrato
caducado o con nuevas prestaciones o privilegios.
LOS GAÑANES.
Estos eran los
encargados de trabajar con los bueyes. Tenían las mismas obligaciones y las
mismas clases de trabajos que los muleros. Esta profesión era mucho más antigua
que la de los muleros. Los últimos que se dieron en el pueblo residieron en la
Donosa y en el Cortijo de la Tía Florentina por encima de cortijo de los Pinos.
Raro fue hasta
en los años 40 del siglo pasado, que hacienda más o menos grande, no tuviese un
par de bueyes o de vacas, conocidas como vacas de labor. Eran más resistentes
en terrenos difíciles para la labranza, aunque no eran aptas para el acarreo de
mercancías en sus lomos, como hacían los mulos con las ramas, leña, mieses,
paja o granos tanto de cereales como los capazos de la aceituna.
El trabajo de
los gañanes no acababa, como el de los muleros, en el campo. Al dar de mano
tenían que preocuparse con la alimentación de los bueyes y vacas o de vigilar a
los aprendices de gañanes que cumpliesen con esta actividad. También tenía que
domar o amansar estas reses que de por si eran de sangre brava, aunque no
seleccionada para la lidia en las corridas. De hecho muchos de estos animales
que se dedicaban a la labranza en estas tierras servían luego para correrlos en
San Marcos. A consecuencia de esto era el oficio más peligroso que el de
mulero, por los accidentes que podían producir algún animal poco domado y más
arremetoso. Aunque también se producían graves accidentes por patadas de los
mulo/as o caídas de ellos.
Ubio |
Las cuadras
eran diferentes las de unos y las de los otros. Las de los bueyes tenían
andenes para los pesebres y lo separaban de la pared para que los gañanes
pudiesen echarle la comida, cebada y paja, detrás de ellos y estar protegidos
de esta manera al interponerse entre los
toros y los gañanes.
Los bueyes,
como los toros bravos, tienen una gran memoria y se acuerdan durante toda su
vida del trato recibido conociendo también quien es el que manda y puede en su
relación con el hombre.
Arado |
Me viene a la
memoria un hecho que aconteció con un gañán en las cercanías del pueblo. Este
era el padre de un hombre llamado Alejo, dos de los nietos de su hermana junto
con esta viven en el pueblo. Este hombre les pegaba a los toros que con ellos
trabajaba para domarlos bien. Al ser esto de manera repetitiva, los toros le
fueron guardando un rencor esperando el momento propicio para vengarse. Aconteció un día a la hora de la
siesta. Después de comer el gañan, lo
mismo que los muleros, se dejó echar un rato debajo de una oliva y el toro se
aprovechó del momento liándose a cornadas con él hasta echarlo en un vallejo y
al no poderlo cornear, lo pataleó hasta matarlo. Por cierto a Alejo le gustaba,
hasta sus últimos días, mucho San Marcos llamándole la atención a los toros a
pesar de tener casi 80 años. Haciendo decir a la gente, que conocía este
episodio, que como tenía valor para seguir gustándole la fiesta con lo que le
pasó a su padre.
Pares de bueyes
y vacas de labor, además de los ya nombrados de La Donosa y de Cortijo de la
Florentina, había en todos los cortijos de los alrededores como los del
Portazgo, las Ventillas, Don Tristán, Malancao, Los Guijalbas, Las Motas, Los
Roques, El Cortijo El Cura, Ajozar, Acemilero, Lorente, Los Álamos, La Venta
Cabrera, La Teja, cortijo Lázaro, etc.
LOS CARREROS
Los bueyes,
como hemos visto no podían tirar de una carga. Pero eso si, podían tirar de un
carro cargado con aquellos productos, pero el terreno a veces no estaba disponible
para andar los carros por los caminos de aquellos años.
Los caminos más
o menos transitables para los carros estaban en los alrededores del pueblo y en
lugares como Los Roques, Los Álamos, La Teja, La Venta Cabrera, El Acemilero,
El Lorente, Las Ventillas y hasta Fuentebuena. Pero a partir de aquí los
caminos eran de herradura y no estaban preparados para el transito de los
carros por su anchura o por el piso que no estaba acondicionado para ello.
Las personas
que conducían los carros eran como es natural llamados carreros. Todavía hay
una familia en el pueblo que se le conoce con este nombre, Los Carreros.
Los carros
podían ser tirados de ellos tanto por mulos/as o por bueyes. En los tiempos más
antiguos eran tirados por los bueyes, animales como hemos dicho con más fuerza
y resistencia. Hasta relativamente poco
tiempo, el transporte de los pinos se hacía por la carretera general en
caravanas de carros, que hacían dificultoso el camino a los pocos vehículos que
la transitaban. Por los menos hasta los años 20 del siglo pasado fue así.
Aquí, en el
pueblo, todavía había carros que funcionaban o se usaban hasta final de los
años sesenta. En esos años todavía se veían carros estacionados delante de
alguna carpintería o en la parte trasera de algunas casas.
El último carro que vi haciendo su labor fue
el de Don Diego. Este carro difería del típico de toda la vida en las ruedas,
que eran inflables es decir con
neumáticos y la carrocería metálica. Lo
usaban para acarrear aceituna desde la olivas de su finca a la cooperativa
del pueblo.
El carro típico
de aquí era prácticamente todo de madera. Las partes más metálicas eran la
parte externa de las llantas de la ruedas. El interior de la llanta era de
madera a igual que los radios que se insertaban en ella. Otra parte metálica
eran los ejes donde giraban las ruedas. También
solían ser metálicas las pretinas donde se sujetaban los varales de los
laterales de los carros y los frenos de mano y las zapazas de ellos. Algunos cerraban
la caja del carro, además de los varales, por la parte trasera con una maya o
red para sujetar la carga y si se volaba el carro no cayera al suelo. También
solían llevar unos mazos, varas de madera, para cuando paraban el carro
ponerlos para que los animales no cargasen contada la carga o cuando
desenganchaban las bestias el carro estuviese en posición horizontal y no se
volara. Esto último nos gustaba hacer a los chiquillos cuando veíamos un carro
solo sin carga ni bestias enganchadas, colgarnos en la tarde trasera y volarlo
o hacer que el timón, que estaba apoyado en el suelo, se elevase.
LOS ARRIEROS
Los arrieros fueron los transportistas
de todo tipo de materiales hasta los
años setenta. Algunas personas seguían acarreando con mulas su aceituna y otros
productos hasta algunos años después, pero estos no eran arrieros.
Los arrieros
eran las personas que se dedicaban y vivían del oficio de transportar
mercancías y productos de unos lugares a otro y cobrar por ello.
El pueblo, por
estar en una carretera principal desde tiempos inmemoriales, ha conocido a lo
largo de la historia el trajín de estas personas que se ganaban la vida
llevando mercancías de un lugar a otro de España.
Arrieros |
Pero a lo que
más se dedicaban los arrieros del siglo XX de nuestro pueblo era llevar
mercancías o productos agrícolas desde el campo a las casas de los propietarios
de ellas. También durante la campaña de la aceituna eran fundamentales en el
acarreo de este producto desde el campo a las diferentes fábricas o molinos de
aceite que había en el pueblo. Los grandes propietarios se abastecían con sus
propios muleros o aunque a veces necesitaban también ayuda extra y contrataban
a los arrieros.
Los arrieros de
nuestro pueblo usaban especialmente, burros. Disponían los que se dedicaban a
esto de tres o cuatro burros por arriero.
Nuestros
caminos estaban llenos de estos transportistas desde la salida del sol hasta el
ocaso. También circulaban de noche, pues estos animales se orientaban muy bien
y el arriero solo tenía que cogerse al rabo del animal y este lo llevaba a su
destino. En las horas nocturnas eran los que se dedicaban al estraperlo los que
más lo usaban.
Los cánticos de
los arrieros animaban el campo en aquellos cánticos y así como sus
imprecaciones o maldiciones a sus bestias perezosas o poco obedientes, los
primeros cuando iban de vacío encima de ellos y las otras cuando iban cargadas
las acémilas.
Los arrieros
más famosos del pueblo eran familias que lo traían de tiempo atrás como los
Posaeros siendo los últimos de esta familia Rafael y Joaquín, otros como,
Higinio el Tonto o Severiano y como no Juan Pedro el Pollo.